Hugo Neira

Guerras de religión. Relectura con Weber en la mano

A partir de ellas se genera lo que ahora llamamos “modernidad”

Guerras de religión. Relectura con Weber en la mano
Hugo Neira
30 de septiembre del 2024


Las llamadas “guerras de religión” son un episodio enorme de la historia del mundo, que genera la ruptura entre Roma y Lutero y sus seguidores. Es el cisma, lo que originará en Europa dos modalidades diferentes de vida. En una de ellas, en la zona ocupada por naciones protestantes, se da la sociedad industrial y el progreso material y científico. Es pues una guerra religiosa con consecuencias en la ética económica. El mapa del rigor protestante coincide con los orígenes del capitalismo (Cf. Max Weber,
La ética protestante y los orígenes del capitalismo). Para bien o mal es así como ha ocurrido. Es tema decisivo, Carlos V y Felipe II combaten a los Príncipes alemanes protestantes. Cuando vivíamos en los siglos coloniales bajo la tutela de la España de la Contrarreforma. Nuestros textos de escuela (cuando los hay) por lo general evitan esa temática. Ese ahorro de la historia universal resulta costoso. No sabemos qué pasó y de dónde proviene el mundo moderno y contemporáneo. Si el tema de las guerras de religión fuera conocido, no sería necesaria la sumaria explicación que aquí, modestamente, emprendemos.

Los desacuerdos religiosos condujeron a tomar las armas. En Francia se enfrentaron católicos y calvinistas entre 1562 y 1598. Los Habsburgo desde España intentaron invadir Inglaterra, pero la Armada Invencible fracasó (1588). El mayor enfrentamiento fue en Alemania, una coalición de Príncipes resistieron con éxito las tropas imperiales del poderoso Carlos V. No fue un fenómeno aislado ni localizado. Las guerras de religión abrazan a los Países Bajos, llegan a Praga, a Dinamarca. No es una sino muchas y variadas, un solo episodio se le conoce como “la Guerra de los Treinta Años” (1618-1648). No solo hubo enfrentamientos armados en los campos de batalla sino actos de exterminio: la masacre de la San Bartolomé, es uno de ellos (unas 30 mil personas, por ser protestantes). Cuando cesan, ni los católicos han logrado exterminar a los protestantes ni éstos a los fieles a la doctrina romana. Pero el mapa del poder político se ha modificado para siempre. 

Una de las consecuencias de las guerras de religión consiste en la emergencia de un poder arbitral que mediara entre las fuerzas antagónicas. Y esa entidad será el Estado moderno. Su primera encarnación es la Monarquía nacional. Es el caso muy marcado de Inglaterra como el de Francia. Las Coronas se robustecieron. Las guerras de religión tuvieron otras dos importantes consecuencias. La primera, por paradójico que sea, afecta a la propia Iglesia Católica que se renueva. Lutero fue condenado en 1520, con la bula Exsurge Domine. Ahora bien, tras la guerra civil religiosa, se reúne un Concilio en Trento, el más prolongado de la historia, 17 años (1545-1563). La respuesta católica fue emprender una profunda reforma en la formación de sacerdotes, y eso son los Seminarios. Y en la enseñanza religiosa, el Catecismo que, como se sabe, es una sencilla pedagogía. La Contrarreforma es un vasto tema, no hay que subestimarlo, aquí nos detenemos en solo algunos puntos de doctrina. El Concilio robusteció la autoridad del Papa, refutó a Lutero en que solo era necesaria la lectura de las Santas Escrituras para salvarse, era importante la tradición, insistieron en el papel sacrificial de Jesús y en consecuencia, en la eucaristía, en la santa misa. No salvaba solo la fe interior, la sola fides de Lutero sino las obras, la caridad. En materia institucional, la Iglesia Católica crea nuevas órdenes, los jesuitas. Da paso a nuevos movimientos espirituales, San Vicente de Paúl, San Francisco de Sales. En cuanto al lugar de culto propiamente dicho, la Contrarreforma insiste que la iglesia era la casa de Dios y del pueblo y en consecuencia, se merecía lo mejor. Su respuesta fueron hermosos cuadros, esculturas y bellas fachadas, o sea, el barroco. Los protestantes respondieron con música. De Bach a Mozart, la gran música procede de pueblos y países protestantes. Una compensación espiritual a sus desnudos templos.

Aparte del Barroco, nada de eso vimos ni sentimos. Ocurrió entre 1562 y fines del siglo XVIII, y en Europa. Sin embargo, el Imperio de los Austria españoles sí estuvo involucrado, y por lo tanto, sus dominios coloniales en el Nuevo Mundo, y sus poblaciones españolas, indias o mestizas. Carlos V asume el papel del brazo armado del Papado en esa guerra que se extendió a toda Europa, cuando Lutero se niega a retractarse. El monje alemán acude a la cita de la ciudad de Worms, 1521, pero no se arrepiente, luego se refugia en Alemania, y cuando lo van a buscar las tropas imperiales, quince príncipes alemanes y catorce ciudades se niegan a entregarlo. Eso es lo que origina el epíteto de protestantes. Pero la Contrarreforma cerró los ojos y los oídos de la elite colonial en una Hispanoamérica al abrigo de esas polémicas. No estuvimos en ellas, ni tampoco en los inicios del capitalismo (salvo el aporte de las minas de Potosí y Huancavelica, hasta que se agotaron, a mitad del XVII). No estuvimos en la aparición de un pensamiento libre de dogmatismo y con espíritu crítico. 

Volvamos a lo esencial. ¿Por qué deben interesarnos esas guerras intraeuropeas? Por la sencilla razón de que a raíz de ellas se genera algo que ahora llamamos la modernidad, los tiempos actuales. Pero no fue un hecho deliberado. La Reforma, donde se estableció, trajo consecuencias inesperadas. Para decirlo en pocas palabras, sus creencias religiosas estructuraron una vida económica diferente. Cuando Max Weber se pregunta de dónde provenía el capitalismo — y en una Alemania próspera, industrial, capitalista, burguesa de fines del siglo XIX—, procede como sociólogo y acude a unas estadísticas. Y estas mostraban la correlación entre las zonas geográficas de una vieja implantación calvinista con las zonas de industrialización y modernidad. Una profundización de la pesquisa de orden esta vez histórico, le revela algo sorprendente. Las aldeas y gremios que habían abrazado el calvinismo, adoptaron una forma de vida que valoraba el trabajo, limitaba deliberadamente el consumo y se abstenía de lujos. Las comunidades calvinistas habían racionalizado vida y economía. Weber señala que eso era el resultado de una creencia, el Beruf, vale decir, la vida como devoción. La plegaria a Dios era, para los herederos de Calvino, el trabajo cotidiano. ¿Una ética religiosa producía una economía? Weber no busca una causa única en la formación del capitalismo, pero es importante que una de las razones por las que aparece en el modesto norte de Europa sin grandes riquezas y sin colonias, es que se da la coincidencia del trabajo como una actividad libre y un ethos que racionaliza la vida. Que fuera religioso, o calvinista, no es lo decisivo. Sino que el proceso de racionalización occidental se da en una zona donde la virtud del ahorro y del libre trabajo se vincula a una religión. 

Sobre Weber hay un malentendido. No toma la postura de un teólogo (ni el autor de estas líneas que lo glosa) ni discute el budismo asiático o las creencias hindúes en sí mismos. No califica ni descalifica. El profesor Weber practica uno de los métodos de higiene mental que propone, el de la distancia entre los hechos y las propias convicciones. Después de todo, la modernidad la concibe desde lo que él llama “el politeísmo de los valores”. Así, lo que a Weber le importa, y a nosotros en estos días, es responder a la pregunta siguiente: ¿cuál es el sistema de racionalidad que una u otra creencia genera en las costumbres y comportamientos corrientes? ¿Qué ética comanda la rutina cotidiana? La sorpresa cuando se conoce enteramente a Weber, es que “la racionalidad”, niña de los ojos de Occidente, también existe en sociedades extraeuropeas. Puede que en la China actual sea confucionista. En consecuencia, para el estudio comparado de las sociedades, es preciso otra lectura de la evolución del mundo moderno y contemporáneo. Una World History, como practican ya algunos historiadores, en particular los ingleses. Nada se explica, ni nación ni civilización alguna, enteramente por separado.

(Texto del 2012. Viene de mi libro ¿Qué es República?, USMP, Lima, pp. 92-93)

Hugo Neira
30 de septiembre del 2024

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