Javier Agreda
Gérard de Nerval: El sueño y la vida
Una de las obras más importantes del romanticismo francés
Gérard de Nerval (París, 1808-1855) es uno de esos escritores cuya importancia e influencia han ido creciendo con el paso del tiempo. Proveniente de una familia acomodada, alcanzó un cierto reconocimiento entre los escritores de su generación, la del apogeo del romanticismo, al traducir el Fausto de Goethe a los 20 años de edad. Pero su obra más valiosa y personal corresponde a la etapa final de su vida, marcada por la lucha contra la locura que lo llevó a suicidarse en 1855. Entre esas obras figura Aurelia o El sueño y la vida (1855), mezcla de novela, poema y testimonio personal de esa trágica experiencia, uno de los textos esenciales del romanticismo francés.
“La misión de un escritor es analizar con sinceridad lo que experimenta en las graves circunstancias de su vida” afirma Nerval casi al inicio del libro. Por ello se aboca a narrar sus caídas en la locura, precipitadas por la muerte de Aurelia (nombre que aquí le da a su amada Jenny Colon), las reclusiones de las que fue objeto y, más que nada, los sueños, alucinaciones y delirios que acompañaban a esas crisis. No obstante, el autor escribe siempre desde la cordura recobrada, manejando el doloroso material autobiográfico con rigor literario y lucidez sorprendentes. A esas virtudes suma su vasta cultura y capacidad de observación entrenada en la crítica y práctica de las artes plásticas.
Pocas veces la literatura ha descrito con tanta fidelidad y objetividad el universo onírico y las extrañas leyes que lo rigen. Medio siglo antes de que Freud publicara su Interpretación de los sueños (1900), en Aurelia se muestran con claridad los procesos de condensación y desplazamiento (metáfora y metonimia), elementos centrales de lo que Freud denominaría elaboración onírica. Entre los numerosos sueños descritos por Nerval se pueden encontrar casi todos aquellos que el psicoanálisis después considerará como “sueños típicos” (la propia desnudez, el temor a la muerte, los gigantes, etc.) y en muchos casos el escritor llega incluso a interpretarlos correctamente.
Poseedor de una vasta cultura y amante de los viajes –que narra en su libro Voyage en Orient (1851)– Nerval conocía mitos y relatos cosmogónicos provenientes de muy diversas tradiciones, los que se incorporan tanto a los sueños como a las alucinaciones del protagonista. Son las páginas más luminosas de Aurelia, aquellas en las que el autor, con un aliento eminentemente poético y en bellas imágenes cargadas de contenido simbólico, narra la creación del universo o nos da sus propias y eclécticas versiones de mitos como el del descenso al infierno o de la gran madre universal. De Freud a Jung, de lo individual a lo colectivo, Nerval continuaba así su aventura introspectiva.
A pesar de que existían antecedentes literarios (Novalis, Jean Paul), Aurelia no fue debidamente apreciada en su tiempo. El propio Freud cuando tuvo que analizar un sueño literario prefirió la novela Gradiva (1907) del alemán Wilhelm Jensen, hoy completamente olvidada. Todo cambiaría con la llegada del surrealismo y su énfasis en lo onírico e inconsciente. Nerval fue considerado como un precursor al que el movimiento debía hasta el nombre: “Uno de esos sonetos compuesto en aquel estado de ensueño supernaturalista” escribió el francés acerca de uno de sus poemas. Y hasta Los hijos del limo (1974), el conocido ensayo de Octavio Paz sobre la poesía moderna, debe su título a un verso de Nerval.
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