Estrategias de engaño

Tras cincuenta días de aislamiento social, decretado por el gobierno como medida de seguridad a fin de reducir las posibilidades de contagio del Covid-19, desde el confinamiento y a través de los medios de comunicación hemos tomado mayor conocimiento de nuestras virtudes y limitaciones en relación al funcionamiento de los servicios básicos de atención a los ciudadanos. Nos referimos en este caso a la salud.

El siglo XX, el Perú fue asolado por una serie de enfermedades de carácter endémico, que se sucedieron o superpusieron(*): la peste bubónica (1903-1930), la fiebre amarilla (1922-1929), el tifus y la viruela (1950-1955), la malaria (1940-1960) y el cólera (1991-1993). Después de esta última, por recomendaciones a través de un informe de la Agencia Internacional de Desarrollo (AID), el Estado peruano aumentó la inversión en agua y desagüe en por lo menos diez veces más, por diez años seguidos, para controlarla. No obstante, todas esas enfermedades constituyeron, junto al dolor por la pérdida de vidas humanas, una oportunidad para mejorar la infraestructura sanitaria del país. Cuestión que irresponsablemente –sin eximir al actual– fuera pospuesta por distintos gobiernos. 

Tres cuestiones íntimamente vinculadas acompañaron estos períodos: ineptitud gubernamental, aprovechamiento personal o de grupo y manipulación mediática; cuestión que lastimosamente se repete en las actuales circunstancias. Se requiere poco esfuerzo para advertir: limitaciones en cuanto a profesionalismo y autoridad en varios ministros y burócratas cercanos, casos de corrupción que vinculan a mandos superiores de la Policía Nacional (adquisición de materiales y alimentos), funcionarios de Salud (compra de pruebas para detectar el Covid-19, implementación de camas de cuidados intensivos, dotación de materiales necesarios para el personal), así como el silencio cómplice del denominado “cuarto poder” que, avalando la desinformación, genera la idea de responsabilidad en la colectividad, dejando impune al Gobierno. 

El lingüista Noam Chomsky en su libro Diez estrategias de manipulación mediática (a través de los medios de comunicación de masas), hace referencia, entre ellas, a lo que denomina “reforzar la autoculpabilidad”, argumentando que se trata justamente de hacer creer al individuo que el culpable de su propia desgracia es solamente él, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. De allí que no resulten extrañas las afirmaciones de los medios de comunicación que señalar que el incremento de infectados es responsabilidad de quienes no cumplen con la cuarentena, dejando de lado las carencias de nuestros hospitales, los déficits de implementos de seguridad para médicos, enfermeras y personal auxiliar. Además de las complicadas y erróneas estrategias asumidas en cuanto a la distribución de los distintos bonos económicos, el fomento de nuevas aglomeraciones (como la convocatoria del Ministerio de Educación a directores de instituciones educativas para que repartan cuadernos de trabajo y alimentos de Qali Warma a los estudiantes), para mencionar solo algunas.

Si bien las responsabilidades del Gobierno y población van en paralelo, en situaciones como esta, es el primero quien debe asumir la mayor culpabilidad. Y más aún cuando, al alejarse de la verdad, deja de afrontar la realidad con naturalidad y valentía. En este punto resulta oportuno recordar la afirmación de Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Y entender que la mentira, al cobijar la mediocridad, resulta mala compañera de la historia.

* Acompañadas en distintos momentos por el dengue y la tuberculosis.