Carlos Adrianzén

Estancamiento cómodo

Perú no crecerá a tasas significativas en el corto plazo

Estancamiento cómodo
Carlos Adrianzén
23 de diciembre del 2019


En materia de crecimiento económico pocos economistas se acercan a la relevancia de Adam Smith, cuando hace 243 años nos refirió a las
Causas y naturaleza de la riqueza de las naciones. Al recordarnos que los intereses de las personas y su libertad, y no la visión o generosidad de algún burócrata, explicaban la riqueza de una nación nos dejó inferencias que usualmente omitimos. Y una de las más importantes destruye la creencia de la inevitable crisis final del capitalismo. 

Y es que una economía que crece tiene fluctuaciones, pero excepcionalmente deja de crecer. Esta observación expone recurrentemente al ridículo a personajes visionarios del fracaso, como Marx, Sweezy, Keynes, Krugman o Pikkety, además de una inacabable y pintoresca manada de argentinos, españoles e italianos. Pero no se confunda, estimado lector. Las crisis macroeconómicas severas, como la de 1987-1990 (con la Izquierda Unida y el APRA), o los períodos de declive sostenido (como la fase posvelasquista 1969-1990) existen. Pero no son producto de un exceso de liberalismo capitalista, sino de la ausencia meridiana de este en regímenes de creciente sesgo mercantilista y socialista.

A pesar de ello, una comparación entre el tamaño de la economía peruana entre 1960 y la actualidad demuestra que nuestra economía que ha elevado su riqueza seis veces. La secuela de deplorables manejos económicos marxistoides (de retórica diversa, pero de accionar depresor de las libertades y los derechos de propiedad) que nos han gobernado la mayor parte de estas siete décadas, en la medida de que no impidieron una reacción política y económica, implicaron los irregulares ciclos expansivos subsecuentes. Pero nótese: en la región, los casos de extremos declive económico global –me refiero a Venezuela o Cuba–, al consolidar regímenes totalitarios, lograron bloquear los ciclos expansivos correctores. Y más bien retroalimentaron estilos de gobierno y de inserción global, que configuran hoy crisis humanitarias y narco-gobiernos con vínculos innegables al terrorismo internacional.

Esta observación –que somos mucho más grandes en comparación a siete décadas atrás– y el cotejo con Cuba o Venezuela, no nos deben cegar. Los peruanos hoy podemos caer y mucho más rápido que las plazas iconos de socialismo en Latinoamérica. No olvidemos que previamente a la revolución, Cuba registraba el mismo producto por habitante que Italia y que Venezuela –cuando en los años sesenta era el ícono de libertad y democracia regional– tenía cerca de siete décimos del producto por persona de un norteamericano. 

Con un décimo de este indicador en el Perú actual, para la destructiva tarea de consolidar instituciones políticas que consoliden los afanes totalitarios del simpático progresismo local… la mecha es pues corta. Desde allí resultan de lo más explicables los apuros de la izquierda local –desde el vizcarrismo y sus aliados– por erosionar no solo libertades políticas y económicas sino, particularmente, por deprimir la inversión privada local.

Así cuando el presidente del Directorio del Banco Central de Reserva, la semana pasada, se vio obligado a aceptar que algo salió mal con el magro crecimiento económico del año, y que ve difícil que el Perú vuelva a crecer a tasas significativas (mayores al 5%) en periodo previo al bicentenario, descubre algo fundamental. Que la causa del declive peruano se asocia los errores de política económica que explican –con términos de intercambio aun favorables– la negativa performance la inversión privada el último quinquenio. Y que ésta y se consolida por sus efectos contractivos sobre PBI potencial. Léase: el techo de crecimiento de la economía nacional en los años venideros.

Esta aceptación tiene una contratapa. Las declaraciones del Presidente dictador, cuando repite que todo va bien y que nuestros niños “están comiendo mejor” en medio del enfriamiento económico (gracias al etiquetado burocrático de los alimentos… que no podrán pagar en muchos casos) y que su gobierno continuará en la tarea de consolidar una lucha –oscura y selectiva– contra la corrupción burocrática. Lo sugestivo aquí se lee entre líneas. 

El presidente y la izquierda limeña parecen estar cómodos estancando la economía a los niveles post 2012. El declive del crecimiento económico, del comercio exterior y de la inversión privada –las fuerzas que explican la reducción de la pobreza en el país– parecen incomodarlo muy poco. En cambio, con encuestas desinflándose, él y sus aliados parecen estar mucho más preocupados en intervenir en la actual saga electoral –solicitando que voten por partidos afines al gobierno– en aras a obtener un nuevo congreso afín a los intereses políticos de quienes lo digitan. 

Con la caída de la popularidad del aludido, duro será el trabajo de las encuestadoras y medios de comunicación dependientes de la pauta de origen fiscal. Ojo: en esta tarea, nótese, la observación de Smith, y el crecimiento registrado en las últimas décadas, lo ayuda a modo de cómplice involuntario.

Carlos Adrianzén
23 de diciembre del 2019

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