Alan Salinas
Es amor lo que sangra
La mala relación de la población con los partidos políticos
Desde la transición a la democracia, el Perú no estuvo marcado por un reenganche de los partidos políticos con los diversos actores de la sociedad. Aun así, se logró generar cierta continuidad, con una oferta electoral estable. Allí tenemos a Toledo, Lourdes Flores, Alan García, Keiko Fujimori y Ollanta Humala. La sociedad –durante ese periodo– no le hizo ningún coqueteo político a muchas organizaciones. Y salvo el fujimorismo (que tiene sus votantes cautivos), los diversos partidos –sean tradicionales o nuevos– no lograron conectar con las diversas demandas y emociones de la gente. O llegada la fecha de elección, de ir a votar, la gente ya no se emocionaba.
Se dice que en el Perú (como en el resto del mundo) predomina la política del anti, del desafecto o de votar siempre en contra de alguien. Votando contra alguien es que –desde la transición a la democracia hasta hoy– el Perú ha elegido a sus gobernantes. Los destapes de corrupción de Odebrecht aumentaron dicho desafecto. Los peruanos y peruanas en general no esperan nada de la clase política. La gente no salió a las calles –como sí pudimos apreciar en Brasil y Ecuador– para indignarse de lo que sucede con el dinero mal habido en política. Como señala Carlos Meléndez, en esos países –Bolivia, Colombia y Chile– la temperatura política se mide a través de movilizaciones masivas; en el Perú se mide a través de encuestas, dada la informalidad que condiciona el accionar social y político.
¿Cómo se puede revertir ese escenario? La respuesta es compleja, pero ensayemos algunas propuestas. Hay múltiples elementos dentro de la sociedad, como el malestar contra los abusos financieros en lo urbano y el abuso de las mineras y empresa de hidrocarburos en lo rural, que pueden ser potencialmente reactivadoras de la política peruana. A esto agregamos el tema de la seguridad y la propiedad.
Por otro lado, ¿cómo encauzar reconocimiento individual con causa colectiva? Eso viene acompañado, claro está, de una política que busque emocionar a través del formato del mercado, a través del marketing político y los códigos de los medios televisivos y del motivador social para emocionar a una sociedad de individuos. He sostenido reiteradamente, a través de este medio y en ágoras académicas y políticas, que es necesario darle forma a los viejos paradigmas políticos (como la ideología, el programa y el discurso de plaza). Entender que –desde los noventa hasta hoy– los peruanos y peruanas han sido socializados por el formato del mercado y no del político.
En un país de múltiples autosuperaciones, lo que se necesita es dar la visión y misión de autosuperación colectiva, que harían atractivo el discurso político. El país necesita creer y emocionarse. Administrar y –a la vez-–transformar emociones políticas. Las condiciones están dadas.
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