Carlos Adrianzén
Entre desconcertados
Latinoamérica sigue perdiendo oportunidades
Esta semana los latinoamericanos festejamos la caída de un sanguinario ladronzuelo dictador en el Alto Perú. A pesar del marketing, los subsidios chavistas y la grotesca preferencia de más de una agencia washingtoniana y europea, los bolivianos votaron a patadas a su gobernante de facto. Nadie vino a ayudarlos. Es más, muchas de las complicaciones resultaron importadas.
Es un ejemplo que muchas naciones de la región deberían seguir para enfrentar sus dictaduras, a menos que deseen consolidar el atraso y prostitución institucional. Y esto pasó a pesar de la morrocotuda publicidad que la pintaba como una nación dinámica y justiciera. Un régimen tan exitoso que deja a los bolivianos con un treintavo del producto por persona de un suizo, un séptimo del producto por persona de un chileno y algo más de un tercio del de un peruano. Sí, y con mucho trabajo pendiente como ese Complejo Petroquímico de –dizque– última generación, que registra costo de producción mayores a sus precios de venta.
Pero todo no es tan fácil. Los abogados de la dictadura van a devolver el golpe. De hecho, la bendita caída del dictador Evo Morales abre un enorme reto para Bolivia. Las apuestas con cabeza fría están en su contra. La tarea pendiente requiere algo tremendo para el grueso de los habitantes que elige o toleran al sur del río Grande. Romper ese molde para el fracaso seguro –la receta mercantilista socialista– al que se abraza (con la complicidad de los sucesivos Consensos de Washington) el grueso de los gobiernos latinoamericanos, con contadas y efímeras excepciones.
La receta de salida está sobre el tapete. No existe ninguna nación sobre el planeta que registrando un consistente respeto por la libertad económica, los mercados competitivos, la propiedad privada y la apertura al exterior no sea hoy una nación desarrollada.
Pero para este reto, insisto, se enfrenta a un rival enorme. Mercaderes que nadan con comodidad en medio de instituciones prostituidas y activistas (locales y foráneos) que le han hecho creer a la gente que vivimos en naciones ricas y que la salida de nuestros problemas no requiere décadas de esfuerzo, sino un mágico paquete de redistribución de las inexistentes riquezas. Es decir, más impuestos, regulaciones, expropiaciones y mucha más burocracia.
Frente a la realidad y su tozuda consistencia, los invito mirar nuestra historia reciente y a torturar la data de la región. Esto, con la esperanza de que la data confiese, parafraseando al nobel Ronald Coase. Un primer hallazgo de este ejercicio, y con la promesa de no aburrirlos mucho más, les planteo que la historia económica de la región, anécdotas e invenciones afuera, resulta aburrida y poco auspiciosa. Sí, estimado lector, en marcada contraposición a su historiografía más latinoamericana reciente, la data disponible permite descubrir que esta está llena de regularidades.
La primera, que cubre al promedio para la región y grosso modo a todas sus naciones, contrasta que –bajo una perspectiva largoplacista– Latinoamérica y el Caribe, desde 1960 a la actualidad, crece poco, cada vez menos y si usamos el índice de Ilarionov (esa razón comparativa de productos por persona en el tiempo para capturar su cercanía al desarrollo económico), se viene subdesarrollando.
Si bien en términos absolutos el producto por persona de un latinoamericano y caribeño salta de 5,804 dólares constantes del 2010 en la década de los años setentas a 9,477 en el lapso 2010-2018, su performance en comparación al ideal de desarrollo económico expresado en el índice de desarrollo comparado de Ilarionov cae tres puntos porcentuales.
Hablamos pues de una región suspendida en las últimas seis décadas. Esto, por su carencia de liderazgos (y su predilección por dictadores y pusilánimes) que solo repetían esquemas de gobierno similares. Perón, Velasco o Chávez tenían muchos más elementos en común con Sánchez de Lozada, Fujimori o Piñera, de los que se nos quiere hacer creer. Así las cosas, las tasas promedio regional de la Inversión y el Comercio Exterior en el largo plazo (esas variables que explican los milagros en el sudeste asiático y Oceanía) se mantienen consistentemente alrededor de los opacos 6% y 7% del total global. Una región que apenas compite. Y notémoslo: La reaparición de la Economía China en la arena global evidenció a la región postrada. La llamada región de las oportunidades perdidas. Comparándonos con el milagro chino (cosa que le produce urticaria a muchos) pasamos a ser nueve veces mayores a ellos en la década de los sesentas… a ser -toda la región- equivalentes a casi la mitad del PBI chino el 2018.
Vivimos pues, Bolivia y el resto de naciones de la región, en un espacio geográfico que pierde oportunidades década tras década; mientras se contagia el uno al otro (más desaciertos que aciertos), y que, con sus variopintos regímenes, tiene una regularidad notable. Mientras el ritmo de crecimiento de su población se deprime estable y muy significativamente, los sesgos socialistas y mercantilistas en sus manejos económicos persisten, década tras década.
No nos atrevemos a salir de la caja.
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