César Félix Sánchez
Entendiendo el fenómeno Castillo
Para evitar que su opción demagógica y marxista llegue al poder

Más allá del quiebre epistemológico que tuvieron muchos tuiteratos al descubrir que el supuesto «voto de protesta» del supuesto «Perú profundo» no fue para Verónika Mendoza sino para Pedro Castillo, creo que conviene analizar algunas de las posibles razones detrás de este último fenómeno. No en cuanto al fracaso de Juntos por el Perú, hasta cierto punto evidente por su exotismo progresista, sino en cuanto a las posibles motivaciones de sus electores. Debo advertir que hablo como un simple espectador de la realidad del sur del Perú y que mis observaciones son vivenciales, surgidas de mis conversaciones con electores del lápiz de Arequipa y otras comarcas cercanas y no pretenden universalidad ni, mucho menos, infalibilidad alguna.
En primer lugar, hay que anotar que, tanto en el ámbito rural como en el urbano, el voto por el profesor Castillo empezó a expandirse como un reguero de pólvora a través de un «boca en boca» semejante al de Fujimori en 1990. Y el criterio, al igual que Fujimori, era que se trataba del candidato del «pueblo». Algunos critican al elector surandino por no ser un elector programático y preferir a figuras con las que se establece una relación de representación personal simbólica, basada en la identificación o el vínculo de reciprocidad. A esto habría que replicar que un elector puramente programático no se encuentra en ningún lugar y que, luego del reiterado fracaso al tratar de imponer en el Perú las formas abstractas de representación de la revolución moderna, una elección en base a criterios de representación simbólica no es descabellada. Este mismo criterio ha servido para elegir en el sur andino a figuras no necesariamente radicales, pero que cumplían con él, como Belaunde y, más recientemente, Toledo.
Pero los agentes iniciales de la circulación de esta consigna no han sido los evangélicos rurales y urbano-marginales, como en 1990, sino, entre otros, los clásicos propagandistas etnocaceristas que, desde hace largo tiempo han generado un sentido común político nacionalista, autoritario y estatista en los sectores populares del sur andino, a partir del postfujimorismo. El momentum que UPP ganó en el 2020 se ha trasladado a Perú Libre, no al partido de José Vega, a raíz de los múltiples cismas que sufrió el año pasado este movimiento. Y no solo la influencia etnocacerista se agota en el ámbito de la cultura política, sino que también la mayoría de los agentes etnocaceristas, luego de alguna vacilación, se decantaron por Castillo. Así que las fuerzas de la derecha que en algún momento intentaron acercarse al universo reservista, para pasmo de cierto conservadurismo limeño, no andaban tan desencaminadas en percatarse de su importancia.
Se habla también de la influencia del magisterio radicalizado en la difusión de la consigna de votar por Castillo. Esa influencia debe matizarse: el perfil político del magisterio peruano es bastante complejo. A una jerarquía sindical burocrática y bastante acaudalada, representada por el estalinismo de Patria Roja, aliado en estas elecciones al fracasado Juntos por el Perú, se le suma una mezcla heteróclita de sensibilidades políticas y sociales unida por el rechazo a la cúpula del SUTEP y, en distintos grados, a la carrera pública magisterial, en torno a las ruinas del Conare, en un contexto de una masa docente en verdad desmovilizada y desmoralizada. Sería un error considerar que los maestros de estas últimas corrientes son, en general, extremistas; pero el extremismo de Pukallakta y otros ultramaoístas, ahora en torno a Cerrón, ha sido efectivo en la provisión de líderes y agitadores efectivos a la hora de negociar o luchar en torno a las dos colinas del Estado, por un lado, y de la desprestigiada cúpula del SUTEP, por el otro.
Cabe señalar que la antes preponderante influencia política de las oenegés ambientalistas y de sus agentes se ha manifestado también como exógena e incapaz de provocar ningún endose de votos, pues sus candidatos clásicos, Mendoza y Arana, no supieron hallar la línea de masas. El fracaso del ex sacerdote es bastante significativo, pues su proyecto de crear una nueva izquierda ambientalista fundada en la acción difusa del oenegeísmo ha sucumbido ante una cultura política que recuerda más a las grandes corrientes totalitarias del siglo XX.
En segundo lugar, el voto urbano de Pedro Castillo, representado por la única urbe grande del Perú donde ganó, Arequipa, obedece igualmente a esas lógicas de consigna comunitaria surgidas de criterios específicos de representación y de una cultura política compartida; pero también, paradójicamente, a criterios semejantes a los que llevaron a Rafael López Aliaga a triunfar en Lima metropolitana. Los trabajadores independientes, los pequeños y medianos comerciantes y los transportistas se han visto perjudicados enormemente por la cuarentena, y el consiguiente rechazo a la coalición político-mediática del vizcarrismo era acérrimo. Así, existía para ellos la necesidad de votar por una suerte de «castigador» que no estuviera asociado a la ideología de las cuarentenas, como Verónika Mendoza, y que escarmentase a las élites políticas, económicas y mediáticas dominantes. Castillo supo conectarse con ese sector de la opinión pública en la última semana de las elecciones.
Finalmente, en el ámbito rural, la destrucción de los liderazgos regionales, el languidecimiento de las ciudades intermedias y el colapso del campo heredados del velascato han generado el vacío social y de representación en el que el discurso «antiminero» florece. No es que se vea a las empresas mineras como innecesarias o absolutamente perjudiciales, sino que se las considera factores disruptivos en la vida local, lo que entraña un grado de verdad que analizaremos en un artículo próximo. Y aunque antiguos «antimineros» en el Frente Amplio y en Nuevo Perú han sido totalmente derrotados en las provincias mineras, Perú Libre ha sabido canalizar el voto popular en esas regiones.
Es fundamental comprender el fenómeno de Pedro Castillo, sin caer en caricaturas y descalificaciones a priori, para cumplir con el deber que el sentido común exige en esta hora: evitar por todos los medios legítimos que su opción demagógica y marxista llegue al poder.
COMENTARIOS