Javier Agreda
El terror gótico de Carlos Fuentes
Sobre el libro de cuentos “Inquieta compañía”

Uno de los autores fundamentales del “boom”, el mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) ha realizado en sus novelas más importantes –La muerte de Artemio Cruz (1962), Terra Nostra (1975), Los años con Laura Díaz (1999), entre otras– una interesante reflexión sobre la diversidad cultural y la historia de su país. Paralelamente, Fuentes ha incursionado en narrativa fantástica con cuentos como los reunidos en Los días enmascarados (su primer libro, publicado en 1954) y novelas cortas, desde Aura (1962) hasta Instinto de Inez (2001). En esta línea se encuentra Inquieta compañía (2004), un conjunto de cuentos de misterio y horror.
Los seis relatos de este libro parten de situaciones cotidianas para desembocar en lo irreal; pero no a la manera de lo fantástico de Borges y Cortázar, sino actualizando la vieja tradición del terror gótico, con sus mansiones, fantasmas y lúgubres historias. En “La buena compañía”, Alejandro de la Guardia –mexicano radicado en Europa– regresa a su patria para heredar la vieja y amplia casa familiar en posesión de sus tías María Serena y María Zenaida. Ellas son unas ancianas tan extrañas y ajenas al mundo contemporáneo que Alejandro llega a pensar que se trata de dos fantasmas. Muy tarde descubre la verdad, que las ancianas son reales y que lo quieren sacrificar a él en un macabro ritual.
Esta historia –tan cercana a los relatos de Poe y Lovecraft– la cuenta Fuentes respetando las reglas del género (en un tono oscuro, dejando elementos en la ambigüedad y haciendo detalladas descripciones del interior de la casa), pero les agrega algunos de los temas de sus “otras” novelas: las taras de la burguesía mexicana (propietarios de esas mansiones), la mezcla de catolicismo y creencias prehispánicas en la religiosidad popular de su país, los prejuicios racistas y sexuales. En el cuento La gata de mi madre, el desprecio de una vieja dama por su sirvienta (a las que en méxico se les llama despectivamente “gatas”), la indígena Guadalupe, concluye con la venganza de esta, reencarnación (a pesar de su nombre) de una bruja sacrificada siglos antes.
Fuentes se excede al sumarle a su versión contemporánea y latinoamericana del gótico anglosajón la crítica social y el trasfondo didáctico. Los diálogos son siempre sainetescos y plagados de lugares comunes (las conversaciones entre Guadalupe y su ama, p.e.), y las situaciones, por su esquematismo, más que horrendas resultan grotescas o esperpénticas. En el cuento “Calixta Brand” un hombre que no soporta la superioridad intelectual de su esposa, una vez que ella queda inmóvil y postrada en una silla de ruedas, la somete a las más humillantes prácticas sexuales. Finalmente ella es rescatada por un joven de origen árabe, quien resulta en realidad un ángel.
Hay, sin lugar a dudas, varios aspectos interesantes en estos cuentos: la conjunción de amor y muerte, el papel de las mujeres y los ancianos, el diálogo que se establece entre la cultura europea y la americana; pero el autor no ha sabido integrarlos a la tramas y situaciones de la narración. Acaso por eso, Inquieta compañía, como la mayoría de los últimos libros publicados por Fuentes, dividió a la crítica. Hubo quienes decían que no pasaba de ser “un puñado de cuentos mediocres”; pero también quienes, como el crítico peruano Julio Ortgea, encontraron en este libro “destreza técnica, asombro poético y horror cierto”.
Todos, sin embargo, están de acuerdo en que el cuento más representativo es “Vlad”, una recreación de la historia del Conde Drácula –según Bram Stoker– ambientada en la Ciudad de México de hoy. Un relato de terror que se lee entre sonrisas, debido al gran número de detalles (ajos, ventanas tapiadas, etc.) que todos, menos los inocentes personajes de esta ficción, asociamos inevitablemente con los vampiros humanos.
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