Jorge Varela
El ser de la élite gobernante chilena
Los elementos esenciales de su antipolítica
Mucho se ha dicho y escrito en el caso chileno, de que el gobierno de Gabriel Boric representa la conformación de una nueva élite política en la que confluyen radicalismo e inmadurez; una fórmula altamente peligrosa compuesta de otros elementos nocivos, como ignorancia, soberbia e insensatez. El mismo presidente Boric acaba de reconocer en su discurso ante Naciones Unidas que la derrota en el plebiscito que sancionó el rechazo al proyecto constitucional liderado por él, “nos ha enseñado a ser más humildes”. ¿Será suficiente un simple arrepentimiento bajo presión ciudadana? ¿En qué se convierten al final sus momentos de reflexión?
En otro aspecto analítico, también relacionado con el destino de lo público, ¿qué pasa en las coaliciones que sustentan este experimento de gobierno? ¿Existe una brecha difícil de superar entre ellas?
Las coaliciones del no-gobierno
Las coaliciones que participan actualmente en el no-gobierno portan una gran mochila llena de complejos, entre los que sobresalen su antineoliberalismo casi obsesivo, su ánimo anti-socialdemócrata, su pretensión de sentirse moral e ideológicamente superiores a otras corrientes de pensamiento y su actitud cobarde para enfrentar la violencia intelectual, ética y física, sin duda un signo notorio de debilidad psicopática.
Mientras el tiempo transcurre raudo, se observa en diversas jerarquías partidarias un comportamiento político plagado de torpezas retóricas y de afanes compulsivos que podría ser calificado como patológico, en vez de ser atribuido a desvaríos estratégicos o excesos utópicos. A modo de ejemplo: la tensión entre utopía y violencia permanece como un tema no resuelto. Con estas rémoras es difícil avanzar hacia el supuesto cambio prometido.
¿Cuánto lenguaje oblicuo se oculta en los versos seductores del discurso oficialista? Proclamar que la desigualdad es producto de los últimos 30 años es una forma odiosa de hacer antipolítica desde premisas falsas. El parloteo apologético de tanto charlatán errante y la consigna estéril, son expresiones lamentables de esa política negativa sin futuro, carente de vuelo ético, que marca el accionar de quienes se comportan como jefes o cofrades de vanguardias auto-iluminadas.
Lo enajenante de la narrativa expuesta se esparce como mancha por el espacio público. De allí emana esa confusión que coge a muchos seguidores de un proyecto de cambio inicialmente esperanzador. Ser miembro cautivo de una vanguardia privilegiada que se siente dueña de la verdad no es lo mismo que ser parte activa de una minoría profética. Es la diferencia que existe entre habitar la oscuridad de la caverna o vivir en un paraje soleado junto a aguas que corren cristalinas.
Ausencia de servidores inspirados
En la coyuntura histórica actual, si algo escasea en el planeta Tierra es aquello denominado talento conductor. América Latina no escapa de tal carencia. El filósofo francés Jacques Maritain expresaba que la democracia no puede caminar sin el factor profético, “el pueblo necesita profetas, servidores inspirados, especialmente en los períodos de crisis, nacimiento o renovación fundamental de una sociedad democrática” (“El hombre y el Estado”). Este “es el fermento dinámico o energía que estimula el movimiento político, y que no puede escribirse en ninguna Constitución ni encarnar en ninguna institución”.
Sin duda es un fenómeno vital, pero también muy peligroso. “Donde hay inspiración y profecía hay también falsos y verdaderos profetas. Es muy fácil confundir la inspiración impura con la pura; más aún: es fácil deslizarse de la inspiración genuina a la corrupción” (libro citado).
Minorías proféticas y pueblo
El gran tema político que hoy debiera suscitar inquietud en nuestros países es el de las llamadas ‘minorías proféticas o de choque’ que, autoconvencidas de encarnar la voluntad popular, dicen con arrogancia temeraria “nosotros, el pueblo”, cuando ellas solo hablan y no escuchan. La acción de movimientos flotantes y de grupúsculos a la deriva que giran en torno a núcleos de caudillos audaces que actúan como si fueran minorías proféticas, es un síntoma maligno del cuerpo social. Al pueblo que ejerce su soberanía no puede engañársele ni obligársele.
Como decía Maritain: “El hombre de la humanidad común no tiene el juicio menos sano ni instintos menos rectos que las categorías sociales que se creen superiores, su posibilidad de errar en las grandes cuestiones que le interesan a él y al pueblo, es un poco menor que la de las llamadas elites de gentes informadas, competentes, ricas, bien nacidas, de mucha cultura o mucha astucia, que se separaron del pueblo y cuya imbecilidad política, bajeza de alma y corrupción asombran hoy al universo” (“Cristianismo y democracia”).
Las nuevas élites inspiradoras que la humanidad necesita desesperadamente debieran vivir siempre en comunión con el pueblo y no apartarse de él. Ser voceros del malestar ciudadano no es lo mismo que ser constructores de futuro. ¿Tendrá el socialismo democrático chileno, incorporado al gobierno después de la debacle de septiembre, capacidad suficiente de contención para prevenir los excesos y desatinos de la anti-política?
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