Jorge Varela

El populismo según Laclau

Una lógica política, más que una ideología

El populismo según Laclau
Jorge Varela
02 de marzo del 2021


El concepto de populismo está en cuestión, pero se propaga a diestra y siniestra por diversas regiones del planeta. Y tal vez el mayor aporte sociológico y político del filósofo postmarxista argentino Ernesto Laclau sea la elaboración de un marco teórico artificioso para acometer, en nuestra América Latina, los procesos sociales desde una perspectiva retórica, tan curiosa como perversa, que permita avanzar en el diseño y construcción de proyectos basados en su singular idea de democracia.

Teoría laclaudiana del populismo 

Laclau elaboró una teoría sobre el populismo a partir de la lógica de lo político y de las identidades sociales. Según él la vaguedad e indeterminación del concepto obedece a las condiciones de indeterminación de la realidad social (“La razón populista”).

Para este autor, el populismo es, en primera instancia, una forma de constituir una identidad social. Considerando que puede existir una multiplicidad de identidades de dicha naturaleza, su afán se orientó a determinar lo propio de la articulación identitaria populista. Con tal objetivo creó su teoría de las demandas sociales. 

Para Laclau la estructura social (en concreto la sociedad contemporánea, neoliberal y global) contiene una diversidad de antagonismos generadores de reclamos. Estos últimos pueden ser ponderados como demandas de inclusión al sistema que, al no encontrar respuestas, se van acumulando. En la fase inicial prima su naturaleza democrática; luego, al expandirse crecientemente, se unen y articulan, transformándose en demandas populares. 

El concepto “nosotros-pueblo” 

La pluralidad de antagonismos articulados configura un espacio compuesto por aquellos en situación de subordinación y que han propuesto demandas. Allí en dicho espacio social opera una clara distinción que lo divide en dos campos: un “nosotros-pueblo” frente a un “ellos-poder” (los de abajo y los de arriba). Esta es precisamente, para Laclau, la base del populismo, el cual se constituye como tal en un sistema estable de sentidos colectivos capaces de movilizar a los grupos demandantes y protestantes. El populismo como reacción a la pérdida del ‘nosotros’, supone la construcción de una identidad popular generada por las exclusiones sociales que el sistema produce en su propia configuración. Y puede, así, condensar la participación de sectores marginados. 

Para Laclau la estructura social está siempre abierta, y padece de dislocación en algunos de sus segmentos; precisamente donde surge el referido antagonismo que interpela a la totalidad. “Es lo que hace del populismo una lógica política, más que un movimiento, ideología o sistema”. Entender al populismo como una lógica dificulta adscribirle al comienzo un contenido específico (de índole reaccionaria, revolucionaria, de izquierda o de derecha). Así lo afirma un ensayo de Martín Retamozo: “La teoría del populismo de Ernesto Laclau: una introducción” (Estudios Políticos, volumen 41, año 2017)

Populismo, pueblo y democracia radical 

Laclau dedujo ciertas consecuencias para su teoría política del andamiaje conceptual construido como ‘populismo’, especialmente su relación con dos temáticas que alentaban su inquietud intelectual: la representación y la democracia. 

“El populismo operaría como una forma de representación que termina por constituir lo que quiere representar (el pueblo)”. Una visión del populismo que ayuda a comprender, entonces, los mecanismos de representación social, cuestión básica para la vida democrática. Con respecto a la democracia, Laclau reconocía que “es perfectamente concebible que el populismo adquiera rasgos autoritarios”. Es decir, no hay, para él, una ligazón necesaria entre el populismo y la democracia, como tampoco entre democracia y liberalismo, sino que estos vínculos son más históricos y contingentes, que trascendentes. Sin embargo, la importancia del populismo para la democracia radica en que le ofrece a esta la conformación de un pueblo, algo que es “condición sine qua non del funcionamiento democrático”. Laclau enfatizó, de este modo, la recuperación del pueblo como actor social histórico frente a la concepción inmanente de la clase como actor, postura de su amigo Slavoj Zizek.

En entrevista a un medio mexicano declaró que “los individuos nunca son concretos. Los individuos para existir políticamente requieren ser actores colectivos. El individuo es una categoría que simplemente no existe” (Nexos, 23 de noviembre de 2014).

La señalada recuperación del concepto pueblo como categoría política en la obra de Laclau es un trabajo de comprensión de los avatares y conflictos presentes en el capitalismo global, atravesado por una pluralidad de demandas sociales insatisfechas. Orientación que le permitió formular una teoría del populismo alejada de otras posiciones hegemónicas, bajo una secuencia afinada de reflexiones no exentas de inspiración postmarxista. Es a partir de esta casi “aventura intelectual” que Laclau se enfocó en el populismo como condición de posibilidad de la democracia radical, ya que el modelo de una democracia liberal-representativa no lo seducía. Para él, según dijéramos en un artículo anterior, “el liberalismo no solo era una mala palabra, sino sobre todo, una pésima idea”. 

Su error perverso fue entender la política como antagonismo del pueblo, como enfrentamiento de unos contra otros. No es, ni será, el único apóstol del odio.

Jorge Varela
02 de marzo del 2021

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