Darío Enríquez

El perverso retorno del estatismo socialista

México se entrega a un suicidio colectivo para castigar a la clase política

El perverso retorno del estatismo socialista
Darío Enríquez
04 de julio del 2018

 

No hay caso. Nuestra América hispana no es capaz de encontrar el rumbo correcto. Luego de dos siglos de aquella gran guerra civil que, bajo el ficticio rótulo de “Independencia”, desechó el modelo monárquico que nos unía a la Corona española, continuamos siendo ese variopinto mosaico de repúblicas fallidas al sur del río Grande. Hoy como ayer discurriendo a la deriva.

Todas las evidencias —concluyentes, irrebatibles y reiteradas— apuntan a lo mismo. Una larga casuística, no solo en la región sino en todo el mundo, cruzando en forma transversal una gran diversidad de culturas, espacios y tiempos, nos enseña que la hipertrofia del aparato estatal es aquel inagotable campo de cultivo que alimenta en forma perversa una espiral de corrupción. En forma muy especial, para nosotros se ha integrado dramáticamente en el ADN social de nuestras comunidades.

Si algo une a nuestros países es la abundancia de recursos naturales, los que apenas han sido trabajados para convertirlos en bienestar legítimo para nuestra gente. Tenemos un gran potencial y un futuro promisorio que espera nuestro esfuerzo sostenido para hacerlo efectivo. Sin embargo, la pobreza moral de nuestros dirigentes políticos dificulta enormemente el despliegue de emprendimientos e iniciativas que nos abriría las puertas hacia la prosperidad. Pese a la enorme carga de una gran clase parasitaria corrupta y corruptora que actúa impune desde un enorme aparato estatal, nuestra América hispana ha logrado innegables avances de progreso, crecimiento y desarrollo. Pero sigue siendo insuficiente.

Lo que ha vivido México en las últimas horas ilustra bien el proceso degenerativo que sufren los países en esta parte del mundo. Ha ganado un candidato, básicamente con orientación estatista mercantilista, como efecto del deseo mayoritario de castigar ejemplarmente a la clase política. Pero ese candidato ganador no ofrece atacar las raíces del problema, llevando el aparato estatal a su mínima expresión para así reducir drásticamente los incentivos a una corrupción impune y generalizada, que se instala plácidamente en el enorme aparato estatal. Ese candidato, abanderado de un estatismo alineado con el perverso socialismo del siglo XXI, vitupera contra la libertad y ofrece más Estado para enfrentar la corrupción que emana del mismo Estado. Se cumple plenamente la denuncia convertida en profecía que hiciera Frédéric Bastiat a mediados del siglo XIX, cuando advertía el grave peligro de que el mensaje estatista socialista contra la libertad encandilara a las masas: “Si, como piensan los socialistas, la tendencia natural de los seres humanos es tan mala que no resulta seguro permitir la libertad de la gente, ¿cómo así la tendencia de estos organizadores es siempre tan buena?”.

La utopía socialista perpetra su perverso retorno enfocando sus pérfidos propósitos contra el país más poblado de nuestra América hispana, que es también la economía más grande de la región y comparte una gran frontera terrestre con la más gran potencia del globo. Sin duda hay muchos problemas difíciles y complejos que enfrentar en México. Pero dista enormemente de la narrativa socialista del siglo XXI que pretende presentar una imagen de país abatido por la pobreza y la miseria, al que solo una revolución socialista puede salvar. Una falsificación burda y punible. Como bien lo anota el gran libertario español Antonio Escohotado, el comunismo no florece en medio de la miseria, sino allí donde hay una prosperidad en emergencia y como consecuencia de esa transición, con desequilibrios en la distribución del ingreso. Estos desequilibrios alimentan expectativas y ansiedad en ciudadanos que no viven con suficiente rapidez los beneficios de esa prosperidad. Una prosperidad que en México florece en los últimos 25 años, a pesar del Estado y no gracias a él. Una prosperidad cuya eficacia distributiva debe apelar a mecanismos de mercado e intervenciones estatales acompañando el camino que abren los emprendedores, no recurriendo al fácil expediente de burócratas iluminados interviniendo en forma hostil y quebrando el proceso virtuoso de generación de riqueza.

En México el cóctel se hace mucho más complejo con los graves índices de violencia urbana ligada al narcotráfico y la delincuencia organizada, especialmente en parte de la gran megalópolis de 30 millones de habitantes (casi tantos habitantes en el DF como en todo el Perú) y en la frontera norte. Una gran incógnita se abre con López Obrador, el presidente electo. Si cumple sus promesas socialistas, entonces México seguirá el triste camino de Venezuela, porque cuando el socialismo aplica sus propuestas en forma eficaz, destruye todo a su paso. Si no cumple sus promesas, se puede generar un vacío político en una sociedad que tiene muy poca paciencia, y estimular formas de violencia política que podrían alimentar una espiral altamente nociva.

Si escoge el fácil camino de “hacer la fiesta” tendrá un período idílico con gente que piensa que a ellos no les sucederá lo que sucedió con Venezuela. Lo mismo que pensaban los venezolanos que apoyaban al chavismo y no atendieron las advertencias que les decían que después de la fiesta hay que pagar la factura con una tiranía tóxica, larga y sangrienta. Cuidado. En el Perú también se están incubando peligrosas iniciativas estatistas, cada vez con mayor aceptación entre quienes en forma ingenua —aunque con “buenas intenciones— siguen apostando por esas falsas soluciones.

 

Darío Enríquez
04 de julio del 2018

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