Carlos Adrianzén
El milagro de Ica, ¿en extinción?
Consecuencia de la intervención del Gobierno y las ONG
Ica es una región peruana que ha tenido una excepcional performance económica en los últimos veinte años. Sobre esta performance se escriben muchas cosas; algunas imprecisas, pero otras enormemente relevantes, aunque ignoradas. Nótese: ha registrado un crecimiento importante en las últimas dos décadas. Tal vez por su menor tamaño inicial, fue temporalmente olvidada por dos poderosas garrapatas institucionales. Garrapatas que hundieron y afectaron severamente el desarrollo económico de otras regiones del país. Me refiero a la actividad burocrática y el activismo izquierdista desde el Gobierno.
En cifras, el crecimiento económico de la región puede ser graficado por las muy positivas tasas de crecimiento promedio quinquenal del producto iqueño por habitante en los quinquenios 2001-2005 (6.6%), 2006-2010 (10.0%), 2011-2015 (4.7%). Crecimiento explicado por el dinamismo de la agroexportación y el sector minero energético; y lógicamente acompañado por la manufactura y servicios de la región, aunque con menor dinamismo. A los últimos tres años, el lapso 2016-2018 y su magra tasa de crecimiento real por habitante (1.3%) nos referiremos más adelante, pues este trastoque es justamente el motivo de inquietud de estas líneas.
¿Pues qué pasó realmente en Ica? Una interpretación sugestiva nos remitiría a que simplemente el Gobierno y las ONG, garrapatas anti inversión privada, ignoraron a Ica por ser una región pequeña, cercana a las playas donde veranean muchos nuevos pitucos oenegistas, o porque los botines por organizar protestas anti inversoras ofertaban mucho más dinero en las regiones de la sierra norte y sur. Cualquiera haya sido la razón, las inversiones privadas en los sectores agro exportación y minero energético movieron su economía.
¿Qué tanto la movieron? Si como indicador de avance en términos de desarrollo económico (digamos, de cercanía con el techo) usamos el ratio de producto bruto interno por persona como proporción del mismo indicador de una nación desarrollada (EE.UU. por ejemplo) descubriremos un milagro económico. Gracias a este auge inversor sostenido hasta el 2015, la región virtualmente triplicó su producto por persona en US$ del 2010, alcanzó el nivel de consumo promedio de Lima (agregando, Lima, Callao y el resto de la región) y pasó a duplicar su índice de desarrollo económico de 7.06% a inicios del milenio al 15.7% actual. Un avance notable para menos de dos décadas, y a pesar de un entorno nacional caracterizado por retrocesos institucionales, corrupción burocrática e ilegalidad rampante (llamada celestinamente informalidad).
Tan notable es este crecimiento económico que ya es usual llamar a Ica la región con pleno empleo, por la escasez de mano de obra para casi todos los sectores y la visible migración de cientos de miles de pobladores de otras regiones aledañas. Pasado el entusiasmo es bueno reconocer que —para calibrar objetivos y ambicionar algo más— el término “pleno empleo” no implica necesariamente escasez de mano de obra. Ese término nos refiere al equilibrio en el mercado laboral de empleo adecuado, no de ocupaciones diversas. Aunque esto último es algo muy bueno, deberíamos a aspirar a una tasa baja de desempleo adecuado. Frente a esta aspiración, en Ica también influencian los millones de burócratas que mantenemos, la pésima oferta de servicios educativos que nos prestan y sus cientos de miles de regulaciones que —gracias a las pócimas de la OIT— aseguran el encarecimiento de los puestos de trabajo adecuado, el entrabamiento de la inversión privada y la corrupción burocrática e ilegalidad que hoy nos deprime.
Hechas estas precisiones es útil ponderar esta contrastada observación: en Latinoamérica el éxito atrae al fracaso. Aquí merece resaltarse que no solamente el auge iqueño parece congelado desde el 2011 a la fecha (cuando la burocracia de izquierda asume gradualmente el poder con los enjuiciados Humala y PPK, alcanzando su cima caviar en la accidentada llegada al poder de Martín Vizcarra), sino que el milagro iqueño de las últimas dos décadas ha multiplicado por 3.3 las dimensiones de su economía. Hoy su tamaño está atrayendo a las dos destructivas garrapatas que no bloquearon su crecimiento posnoventas. Por un lado está la burocracia, la consciente y la inconscientemente izquierdista. Pero nótese: la caviarada —además haber copado el grueso de los medios vía su financiamiento— ha tomado el Ejecutivo, el Poder Judicial y se impone en nuestro cantinflesco Congreso Nacional. Como resultado de ello se han asegurado bloquear cuanto pueden. Incluso la llamada ley de Ley de Promoción del Sector Agrario.
Pero esto no será todo. La izquierda limeña juega en pareja. En la zona ya operan diversas ONG con financiamiento estatal europeo y etiquetas religiosas, ofreciendo dádivas que no llegarán y organizando bataholas a nombre de la defensa del agua. Sí, como en Cajamarca y el proyecto Conga. Atacarán a todo lo que dé alguna señal de éxito y operarán en la región para encandilar a los iqueños, enterrando el llamado “milagro”. Y por supuesto, enervada la protesta en las vías, aparecerán como mediadores (léase: vendrán a respaldarlos) la burocracia de Vizcarra y Del Solar, clones mal copiados de Humala y sus colaboradores. No los subestimen, estas garrapatas tienen financiamiento global y controlan el Gobierno. Son tan peligrosas como la corrupción burocrática y la ilegalidad tolerada, y les agregan un gran efecto destructivo.
¿Acabarán con el milagro iqueño? Como siempre, dependerá de nosotros. Y aunque mis amigos agnósticos y algunos activistas con sotana se escandalicen, recemos para que el Señor de Luren no lo permita.
COMENTARIOS