Javier Agreda
El maestro de Petersburgo
Sobre la gran novela de J.M. Coetzee
La narrativa de J. M. Coetzee –Premio Nobel de Literatura 2003– nos remite casi siempre a sociedades problemáticas, como la propia Sudáfrica de la época del apartheid en la que el escritor creció. Sus protagonistas parecen encarnar las contradictorias tendencias, hacia el bien y hacia el mal, del contexto, como sucede con el anciano profesor de Desgracia (1999), su novela más celebrada. A ello hay que sumar la constante reflexión de Coetzee, acerca de la representación literaria de esos conflictos. Una de las novelas en que esas tres instancias se integran mejor es El maestro de Petersburgo (1994), ficción en torno a la vida del escritor ruso Fedor Dostoievski.
El maestro... nos presenta a Dostoievski (1821-1881) llegando a la ciudad de Petersburgo en 1869 para averiguar acerca de las circunstancias de la muerte de su hijastro Pavel –estudiante universitario–, aparentemente un suicidio. Acongojado y con sentimientos de culpa por su ausencia (las deudas de juego lo obligaban a vivir en el exilio), reconstruye los últimos días de Pavel gracias a los testimonios de Ana y Matryona, madre e hija dueñas de la casa en la que se alojaba el estudiante. Y también del comisario Maximov y Nechaev, líder de una agrupación política terrorista (de la que Pavel formaba parte), quienes se acusan mutuamente del asesinato del joven.
Paralelamente a esta trama, se produce una metamorfosis en el protagonista, quien va haciendo suyos los sentimientos y emociones de su hijastro. Se establece en la habitación de Pavel, duerme en su cama y usa sus ropas. A pesar de estar casado, D (el personaje) inicia un romance con Ana y una problemática relación con Matryona (casi una adolescente), ambas confidentes y hasta cierto punto enamoradas de Pavel. El tortuoso proceso de identificación, descrito por Coetzee con intensidad y economía literaria, llega al punto crítico cuando D recupera, tras muchas discusiones con Maximov, unos manuscritos de Pavel que muestran su secreta vocación literaria y el odio que sentía hacia su padrastro.
Por estar centrada en un personaje histórico y remitirnos a un contexto tan específico como la Rusia previa al triunfo de la revolución, se podría pensar que estamos ante una novela histórica; pero el escritor ruso no estuvo en Petersburgo en 1869 y su hijastro verdadero murió después que él. Coetzee no parte de la historia sino de la narrativa de Dostoievski; de ahí proceden casi todos los personajes (Maximov, Nechaev, Ana) y buena parte de las situaciones y de las reflexiones del protagonista. El texto se convierte por eso en una original recreación del universo dostoievskiano, en la que es posible encontrar elementos propios de la narrativa de Coetzee, como su compleja visión del erotismo.
El eje principal de tan elaborado palimpsesto es el asedio al acto de creación literaria misma. En las primeras páginas encontramos a D enfrentando un bloqueo literario ("pasa la mañana sentado ante el escueto escritorio de su cuarto, pero no escribe ni una palabra"), el que recién será superado en el último capítulo, cuando "toma el diario de Pavel y vuelve las páginas hasta la primera que está vacía..." y escribe un relato, titulado La vivienda, en el que aparecen ficcionalizados Pavel, Matryona y Ana. Las experiencias y emociones han sido por fin asimiladas, y el escritor puede transformarlas en literatura, aunque por ello sienta que "ha traicionado a todos".
Hay muchos otros temas en esta compleja novela, entre ellos el de la problemática relación entre padres e hijos, que en el contexto del relato se convierte en el enfrentamiento entre los defensores del orden establecido y los revolucionarios. Acaso la densidad de contenidos, las alusiones intertextuales no tan evidentes y el carácter simbólico de algunos sucesos entorpezcan hasta cierto punto la dinámica narrativa. Pero ese desafío a las expectativas del lector es también parte de los cuestionamientos metaliterarios de El maestro de Petersburgo, una de las mejores novelas de J. M. Coetzee.
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