El locutor tartamudo

Los libros invitan a disfrutar de la imaginación y conocimiento de narradores, poetas, ensayistas, historiadores, científicos y todo aquel que se atreve a publicar en estos tiempos ganados por el facilismo, memes, tiktoks, portadas amarillas y maneras cortas e insustanciales de enseñar, informar y entretener. 

Pero la flojera venció a la perseverancia. El mal entendido ocio conduce hacia equivocados disfrutes de la vida, y desaparece la disciplina necesaria para la lectura. Los apuros y cansancios de una modernidad frívola, consumista y esnobista no ofrecen espacios suficientes. Si no fuera así, otro sería el devenir. Estamos enfrascados también en luchas intestinas por el poder político y ansias de reconocimiento social por intrascendentes victorias personales. Y el hábito de la lectura, la conversación y el saber del acontecer son cosas del pasado. La interacción personal ha sido sustituida por la virtual, sin saludos ni despedidas, solo para intercambiar nimiedades, sin ideas propias o prestadas. La necesidad de un libro a la mano no existe ni en cuentos de hadas. 

En este contexto adverso, las ferias de libros son refugio, bastión del saber. Los textos, como ha señalado Hugo Neira, sirven para construir ideas, llamar a la reflexión, estimular la imaginación y fijar la memoria colectiva. Pero no todo lo escrito conduce a la sabiduría, edificación de las personas y transformación positiva. La necedad y pedantería también llegan en letras de imprenta. El “más vendido” no siempre es alimento, es también adorno útil para presumir, para llenar estanterías. En este mundo de contradicciones y sinsabores, la lectura es un respiro aliviador.

 Según el novelista y crítico colombiano Efer Arocha, las novelas tienen valores específicos: exige trayectoria de vida y conocimiento empírico y no teórico, fruto de una larga y nutrida experiencia personal y social. Bueno pues, nos atrevimos a cruzar la línea escribiendo El locutor tartamudo.  

En mi novela, Juan –el protagonista– llega muy joven a Huancayo. Su perfil antisistema lo lleva por vertientes que dominaron la sociedad de aquellos años. Junto a él, un elenco de personajes extraídos de la realidad, comete actos de poca recordación. Los hechos relatados ocurrieron; sin embargo, el texto no es un compendio histórico estricto. Simplemente recrea personajes de la vida real, y repasa hechos a punto de ser olvidados. En el texto existen intentos de todo aquello que, según Hugo Neira, deben contener los libros.

Muy generoso, Raúl Mendoza Cánepa –periodista, académico e investigador– dice que “el libro es una mirada y, a la vez, una evolución de personajes a través de una historia que transcurre en una región del Perú, desde las disputas entre apristas y odriistas hasta Sendero Luminoso con su sombra de terror y corre desde la democracia de los ochenta hasta los noventa. Una apasionante microhistoria dentro de una macrohistoria de vorágine, violencia, miedo y pasión. Es una novela que puede leerse de un tirón por su secuencia narrada y la construcción de los climas narrativos”. 

Con El locutor tartamudo –de escritura simple, con aires de ensayo y sin mayores pretensiones literarias– se invita al lector a reflexionar y mantener viva la memoria colectiva, tan frágil en estos momentos de confusión. Hice esfuerzos para alejarme de lo inerte, anodino, insustancial e incapaz de conmover. La provocación, el sarcasmo y el humor, tan difícil de lograr, tienen espacios en la novela. Ni por asomo incurre en lo políticamente correcto. Atrevida, encara hechos espinosos e incómodos. Desde las primeras páginas la docencia se manifiesta. El elenco que acompaña a Juan ejerce ese delicado rol. Juzgará usted.  

El próximo domingo 23 de julio, a las 7 de la noche, estaré en la Feria Internacional del Libro de Lima presentando El locutor tartamudo. Quedan todos cordialmente invitados.