Raul Labarthe
El indigenismo como neoimperialismo
Solo contribuye al debilitamiento de los países latinoamericanos
Cuando percibo el accionar del indigenismo progresista no puedo dejar de pensar: ¿en qué momento la izquierda se convirtió en el perro de chacra del imperialismo cultural anglosajón más evidente? Mientras que antaño personajes realmente patrióticos desde la izquierda apelaban a una verdadera emancipación antiimperialista, fomentando la unidad de toda Hispanoamérica, los actuales movimientos “progresistas” no hacen más que promover la fragmentación de los viejos países republicanos creados a partir de la debacle del Imperio Español en el siglo XIX.
La promoción de la leyenda negra antiespañola en nuestros países constituyó parte fundamental de la política exterior de potencias como los EE.UU., Reino Unido y la URSS, que buscaron crear mecanismos de conflicto interno para sabotear las repúblicas hispanas durante el siglo XIX y XX. En los últimos años esto no forma parte de las políticas de Estado de estos países de manera directa, pero múltiples oenegés internacionales que operan en estos países se dedican activamente a promover un indigenismo que pretende la fragmentación de nuestros países bajo el discurso de la “plurinacionalidad”.
¿Algunos ejemplos? En 1940 se creó el Instituto Indigenista Interamericano, en el que Estados Unidos y Canadá, junto a México, fueron los principales promotores de la leyenda negra; este organismo estaba adscrito a la Organización de los Estados Americanos (OEA). La organización Mapuche International Link, oenegé inglesa que realiza o apoya campañas en favor de las organizaciones mapuches en Chile y Argentina, fue creada en la ciudad de Bristol en mayo de 1996, y sustituyó al Comité Exterior Mapuche (CEM), que operaba desde 1979. La sede de la “nación mapuche” opera en el seno del Reino Unido.
Lejos de promover la idea de la “patria grande” –que defendieron Bolívar y grandes pensadores como Víctor Raúl Haya de la Torre, José de Vasconcelos o Enrique Rodó–, este indigenismo lo que propone es un retorno a lo prehispánico desconociendo que, a través del Imperio español, el mestizaje, el idioma español, y la unión bajo la Corona y la fe católica, se conformó un nuevo pueblo y una nueva nación desde Río Grande hasta Tierra del Fuego. A tal punto que cuando países fuera del bloque latinoamericano, y en particular en los EE.UU., se refieren a cualquier persona de nuestra nación –sin importar la raza– se usa una sola palabra: hispanos.
En El antiimperialismo y el APRA (1935), Víctor Raúl Haya de la Torre, decía: "La política de las clases gobernantes, que coopera en todos los planes imperialistas de EEUU, agita los pequeños nacionalismos, mantiene divididos o alejados a nuestros países y evita la posibilidad de la unión política de América Latina". Pues este imperialismo, aunando en los conflictos étnicos al interior de nuestras repúblicas, hoy lo representa mejor que nadie el indigenismo racialista, que concibe a las naciones en función del ADN –de la misma manera que el nazismo o el etnocacerismo–, y no las concibe desde la visión del mestizaje racial, la cosmovisión común y la lengua; como el arielismo y el aprismo defendieron durante el siglo XX.
La izquierda progresista hoy no es más que un producto de consumo, fomentado por quienes se benefician de la fragmentación de nuestros países, ya sea a través de reivindicar los nacionalismos pequeños y circunstanciales, como los aymara, los quechuas o los huancas. Sin desmerecer las diferencias y diversidad que nuestra región contiene, el trabajar en contra de la unificación de Hispanoamérica en un proyecto en común –bajo la lógica del realismo político–, solo contribuye al debilitamiento de nuestros pueblos, en beneficio del imperialismo anglosajón y del bloque ruso. Ni con Washington ni con Moscú.
COMENTARIOS