Berit Knudsen
El hambre al servicio del autoritarismo
La narrativa de "opresor-oprimido" funciona como un eje de polarización
Christian Herter, exrepresentante de Comercio estadounidense en los años sesenta afirmó: "El hambre y la inestabilidad política van de la mano. ¿Y quién puede decir que las personas que siempre han sido esclavas del hambre no antepondrían la comida a la libertad?". Hoy observamos cómo la pobreza e inestabilidad son explotadas para consolidar el poder autoritario, erosionando la democracia.
Hannah Arendt, en su obra Los orígenes del totalitarismo (1951), analizó la crisis económica y social que facilitó el ascenso de regímenes totalitarios como el nazismo y el estalinismo en un clima de vulnerabilidad. La alienación rompe los vínculos sociales, con individuos aislados y desconectados, y permite que las necesidades económicas inmediatas superen el deseo de libertad; soluciones rápidas manipuladas con promesas de estabilidad.
Un caso histórico de cómo la crisis económica alimenta el autoritarismo es el ascenso del nazismo en Alemania tras la Primera Guerra Mundial. La hiperinflación y desempleo dejaron a millones en la pobreza, alimentando el resentimiento hacia el sistema político de la República de Weimar. En un clima de desesperación, Adolf Hitler supo manipular las ansiedades colectivas, usando la propaganda para culpar a minorías como los judíos, con promesas de prosperidad.
En la era digital, los líderes autoritarios replican estas tácticas en las redes sociales, que amplifican estas dinámicas con narrativas que refuerzan las divisiones. Los algoritmos priorizan contenidos que generan emociones fuertes, miedo y odio que fragmentan el tejido social. Diseñados para explotar inseguridades colectivas, son herramientas clave para consolidar el poder.
La narrativa de "opresor-oprimido" funciona como un eje de polarización que es utilizado por los movimientos autoritarios para dividir a la sociedad, construyendo enemigos ficticios, como un "otro" culpable de todos los males. Se redirige el descontento social hacia minorías, instituciones democráticas o voces críticas en la sociedad. El discurso simplista reduce los problemas sociales a una perpetua confrontación entre culpables y víctimas, y anula a los opositores.
La cultura de la cancelación rechaza mediante coerción y censura a individuos o grupos por expresiones calificadas como controvertidas o contrarias a sus discursos. Las voces críticas a agendas de grupos progresistas –aunque no exclusivamente–, son silenciadas exponiendo públicamente sus comportamientos y declaraciones, generando presión social para excluir a estos individuos del espacio público. Buscan la condena colectiva, manipulando el temor a ser aislados, imponiendo una narrativa única que refuerza las divisiones, abriendo las puertas al autoritarismo.
La confianza en las instituciones democráticas disminuye cuando son retratadas como ineficaces o corruptas, o se justifican las medidas autoritarias en nombre de la "restauración del orden". En sociedades profundamente divididas, el pluralismo desaparece y los ciudadanos se ven obligados a elegir bandos, eliminando matices y compromisos esenciales para una democracia funcional.
Combatir el hambre y la pobreza no solo es cuestión de justicia social, es imprescindible para resolver las condiciones estructurales que alimentan el autoritarismo. Identificar la desinformación y propaganda es clave para reducir el impacto de las narrativas manipulativas. Fortalecer las comunidades locales fomentando el pluralismo es esencial para evitar que las masas sean capturadas por discursos autoritarios.
Mientras la pobreza persista, las sociedades seguirán siendo vulnerables frente a falsas promesas que son usadas como herramienta de manipulación. El objetivo es lograr que poblaciones enteras sacrifiquen su libertad a cambio de una estabilidad ilusoria, empleando el hambre como instrumento. Así, la democracia y sus instituciones seguirán en permanente peligro, vulnerables frente a las narrativas autoritarias.
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