Jorge Varela
El Estado contemporáneo amenazado
Es indispendable mantener al Estado en democracia
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Durante años el debate doctrinario-ideológico en política ha sido copado por el rol preponderante del Estado en la vida de las personas, tanto que la sociedad sobre la que este ente sustenta su razón de ser ha pasado a un segundo plano. Desde antes de Platón, Luis XIV, Hegel, Nietzsche y los marxistas parapetados en Lenin y Mao Zedong, hasta los cristianos y su idea de bien común, el Estado viene ocupando un espacio tutelar hegemónico en la historia, en el pensamiento y en la acción sociopolítica de los pueblos. En su nombre la humanidad ha debido sufrir la humillación de millones de seres, el oprobio, la pobreza y el dolor de ya no ser de otros millones de seres inocentes.
El Estado desfalleciente
En la medida que aumenta el malestar social se dice por algunos que el Estado está roto y corrupto, que es esencial rediseñarlo; otros afirman que cambió o está cambiando. En un mundo híper conectado que da vueltas a velocidad de vértigo, estos diagnósticos propios de cientistas sociales han devenido en el estudio analítico de diversas líneas de trabajo, en la elaboración de variadas propuestas sobre esta temática y en la sobreabundancia y confrontación de proyectos políticos contrapuestos referidos mayoritariamente al Estado y menos a la sociedad, su naturaleza y sus características.
La gran pregunta pertinente a formular es la siguiente: ¿qué es lo que se ha fragmentado? ¿Solo el Estado y la sociedad? ¿Qué pasa con las características identificatorias coyunturales del sistema político, envoltorio temporo-circunstancial que se subordina a concepciones ideológicas autoritarias o libertarias?
El Estado enemigo
El Estado como organización jurídico-política de una determinada sociedad, en un territorio soberano, está siendo cuestionado en el ejercicio de su poder y facultades. Libertarios de derecha próximos a sectores anarquistas y también grupos neoliberales encabezan hoy una misión anti-Estado que comienza a captar millares de adeptos desencantados del funcionamiento de instituciones estatales ineficaces, liberticidas y controladoras que se han atribuido un poder excesivo y perverso.
Si los seguidores de Jacques Maritain y del personalismo cristiano hubiesen sabido defender con convicción la médula del pensamiento que los inspiraba, es posible que el contexto histórico fuera distinto en países donde hubo gobiernos e influencia significativa de la Democracia Cristiana.
En este artículo no se hará referencia expresa a la ya conocida tesis supra-estatal de los adscritos a la vieja y nueva izquierda: “el Estado es un instrumento de dominación de una clase en contra de otra”, pues sería redundar en esa odiosa postura tradicional. Mientras la humanidad procura avanzar en medio de adversidades y obstáculos, allí la pugna continúa entre hegelianos y leninistas. Por mucho que sus intelectuales contemporáneos citen a Althusser, Zizek, Chomsky u otros, el marxismo posmoderno no tiene más escapatoria que seguir atado a la desvencijada idea comunista de Karl Marx.
Mantener al Estado en democracia
Si la izquierda no se renueva y la vieja derecha marchita continúa dando lástima, ¿a qué tronco de ideas podría recurrirse para afirmar el ramaje caduco a punto de caer de un Estado envejecido? Este es el espacio predilecto para que profetas temerarios, ineptos audaces, vendedores de mercaderías vencidas, políticos corruptos sin condena, aprovechados que no saben de honestidad, se muevan como reptiles antidiluvianos.
Si el objetivo fuera cambiar solo parte de la estructura política del Estado conocido, ¿cuál es la directriz básica? ¿Qué metodología utilizar? ¿Con qué instrumentos operar? En un enfoque alternativo, si la idea fuera cambiar las bases culturales de la sociedad, ¿cuál es la propuesta? Porque es muy distinto concebir y diseñar un nuevo tipo de sociedad a partir de nuevos cimientos que tratar de refundarla para mantener intactos sus pilares de sustentación. Y aquí sí que es y será necesario meter mano.
¿Y si la intención fuera acabar con el Estado?, como ya se avizora en un horizonte no tan lejano. Se escuchan susurros que aluden a un capitalismo sin Estado. En este ambiente, ¿podría subsistir la democracia?
El progreso científico-tecnológico comunicacional de las últimas décadas está desplazando a los partidos políticos y a los medios de información como intermediarios de la opinión y voluntad de las personas, quienes ahora al sentirse dueñas de sí mismas expresan sin tapujos sus puntos de vista de modo instantáneo a través de redes masivas interconectadas.
La democracia de este tiempo está carcomida además por varios flancos: el avance avasallador del narcotráfico sobre el entramado social es uno de ellos, la pérdida creciente del poder dominante de la religión sobre las personas y el ámbito político es otro factor a considerar.
Como escribiera Friedrich Nietzsche, “la democracia moderna es la forma histórica de la decadencia del Estado”. Aunque su perspectiva era optimista pues tenía “confianza en la ‘habilidad y el interés de los hombres’, para mantener incluso ahora el Estado durante un momento favorable y rechazar los ensayos destructores de los semisabios demasiado celosos y apresurados” (Humano, demasiado humano. Volumen I, epígrafe 472).
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