Ángel Delgado Silva

El caso maduro y la crisis política peruana

Objetivos laudables y resultados de vergüenza

El caso maduro y la crisis política peruana
Ángel Delgado Silva
22 de febrero del 2018

 

Si había un tema capaz de mejorar la alicaída popularidad del actual Gobierno, e incluso darle prestancia en los foros internacionales, era liderar la defensa del pueblo venezolano y la democracia continental contra la dictadura chavista de Maduro. Sin embargo, la impericia manifiesta de altos funcionarios del régimen estaría provocando consecuencias nefastas para la causa de la libertad política, pues podría terminar favoreciendo al sátrapa caribeño y, en simultáneo, agudizar la crisis de Estado que estamos atravesando. ¿Cómo ha podido generarse tal desencuentro entre objetivos laudables y resultados de vergüenza? En estas líneas trataremos de obtener una respuesta satisfactoria. Previamente se plantearán algunas premisas conceptuales.

La política, como área de conocimiento y escenario de la praxis social, requiere de una aproximación multidimensional, que tome en cuenta la multiplicidad de factores, determinaciones y sobredeterminaciones que concurren en una coyuntura. Este imprescindible punto de partida —aparentemente obvio— es dejado de lado por un buen número de actores políticos, con mayor frecuencia de lo que se cree. ¡He ahí el origen de muchos desaciertos!

Si existe un Gobierno negado para la política, en una paradoja de hipérbole, es el encabezado por Pedro Pablo Kuczynski. En contraparte, sus voceros han reivindicado sus calidades técnicas, profesionales y académicas, para paliar dicho déficit. Y sin rubor alguno han proclamado que sus ministros, asesores y equipos, son un “gabinete de lujo”. Cierto que esta promisoria tecnocracia se desenmascaró muy pronto: fracaso tras fracaso ante todos los retos gubernamentales a los que se ha abocado, han disipado hasta las ilusiones más ingenuas. En consecuencia, no debería extrañar que incurra en yerros y torpezas también en el sofisticado universo de la política y las relaciones internacionales.

Pero aquí existen algunas particularidades. En principio, la causa venezolana es justa. Poner por delante la democracia y los derechos fundamentales del pueblo, en lugar de las relaciones de estados que se reclaman soberanos, es una audacia positiva y futurista. Y resulta claro que poner la diplomacia al servicio de estos ideales prestigia a Torre Tagle, otorgándole reconocimiento ante la amplia mayoría de la población. Hasta aquí todo bien.

Los desvaríos comienzan cuando se concibe la política con una chatura impresionante, como si se tratara de algo plano y estática, despojado de matices y carente de contradicciones. El colectivo ciudadano “Amigos de Venezuela”, al que pertenezco, viene denunciando a la dictadura y sus tropelías desde hace casi diez años. Y en esta oportunidad, con vista a la VIII Cumbre de las Américas, manifestamos que se debería impedir la participación a un Estado que atropella a su pueblo en la forma tan descarada que lo hace.

Que la Cancillería haya asumido este temperamento nos parece correcto y digno. Pero —aquí radica el problema— debió hacerlo con las reglas de la diplomacia y teniendo en cuenta que las relaciones entre estados no responden mecánicamente y de inmediato a las políticas interna de cada país. Nuestros “expertos en relaciones exteriores” debieron traducir, adecuar y modelar las demandas democráticas del pueblo peruano. Ello implicaba un prolijo trabajo de conversaciones bilaterales, formación de bloques de países y ganar el mayor consenso, a sabiendas de que no somos los promotores ni organizadores del evento de abril próximo, sino a lo sumo el país anfitrión.

En vez de ello, la novel e improvisada ministra de RR. EE. anunció la decisión de “desinvitar a Maduro” casi unilateralmente. Tal manifestación ha provocado sorpresa, rechazo y hasta hilaridad en el mundo diplomático. Y lo peor es que proporciona razones al autócrata venezolano para aparecer como víctima de una conjura de Donald Trump, “que se le tiene miedo” y “que se le niega ser escuchado”. Y a la par, anuncia hacer un escándalo los días de la Cumbre, presentándose. Ya se oyen las amenazas de los países del ALBA, como Bolivia, Nicaragua y otros estados, que podrían hacer fracasar el cónclave internacional. O, peor aún, que retroceda la Cancillería.

Tenemos que hacer fuerza para aislar y presionar a Venezuela en la arena internacional. Y debemos hacerlo con eficacia y rotundidad. Nosotros, los ciudadanos, desde el seno de la sociedad; y las autoridades a partir de las instancias del Estado. Cada uno haciendo lo que le corresponde y procurando que los esfuerzos converjan adecuadamente. Si Maduro arribara finalmente, las calles y plazas del Perú lo repudiarían masiva y contundentemente. Y en las sesiones de mandatarios, el Perú y los países amigos emplazarían al tirano, mediante mociones y acuerdos concluyentes.

Sin duda, ello tendría mayor repercusión y eficiencia para generar el repudio a un régimen genocida, y que ha condenado a su pueblo al hambre y la opresión, que la torpe declaración hecha por nuestra Cancillería en las semanas pasadas. Combatir a los enemigos de la democracia está muy bien, pero será siempre mejor el saber como hacerlo.

 

Lima, 21 de febrero de 2018

 

Ángel Delgado Silva
22 de febrero del 2018

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