Manuel Gago
El bicentenario pasó más con pena que gloria
¿Qué conmueve hoy en día al peruano medio?
La gran celebración nacional del 2024 pasó más con pena que gloría. En lo que queda del año ya no habrá otro evento significativo que valore los 200 años de independencia nacional. Si bien hubo esfuerzos destinados a recordar el significado de la batalla de Ayacucho en la pampa de la Quinua, la efeméride no pasó de titulares, columnas de opinión y el inapropiado discurso político del gobernador regional de Ayacucho, Wilfredo Oscorima. ¿Qué dejó que podamos valorar la Comisión del Bicentenario del Congreso de la República?
El “no hay nada que celebrar” se ve más en los medios digitales que en los tradicionales. Después de 200 años de emancipación se cuestiona el movimiento independentista. ¿Qué nos dejó a la luz de los resultados de las batallas libertadoras? ¿Acaso el dominio español no fue suplantado por una cadena de dominios de extranjeros, militares, caudillos de poca monta, políticos de medio pelo, instituciones endebles, criminales organizados, clubes de la construcción, extremistas, ricachones y, entre otros, medios y periodistas pretendiendo manejar la conciencia nacional?
Yendo más atrás, según el historiador cajamarquino Waldemar Espinoza –investigador desde el Archivo de Indias de Sevilla– en 1532 en Perú había reinos y estados conquistados por los incas sin conciencia de una sola patria y nación, 200 estados étnicos o regionales que antes del Tahuantinsuyo tenían intensa vida internacional, organización política, económica y social, y admirable concepción del mundo y de la espiritualidad, reinos y no meras tribus marginales. Espinoza va más allá señalando que la conquista significó la independencia de los reinos sometidos. Por estos y otros procesos históricos posteriores, el poblador peruano fue marcado, sellado su carácter.
Preguntamos: ¿sirvió el bicentenario para fomentar debates entre familiares, amigos y compañeros de trabajo? Salvo contadas excepciones, la respuesta es obvia. Bueno pues, una vez más el interés personal - del ciudadano común - es distinto al interés de la autoridad cumpliendo obligadamente el calendario festivo. La historia ha quedado escrita en textos y documentos apolillados por falta de uso. Unas cuantas horas de historia en los colegios sirven para repetir superficiales acontecimientos sin persuadir a los estudiantes ahondar en los dichos del profesor y crear conciencia nacional. Además, la era digital conduce a la población por otras vertientes distintas a los que creen con romanticismo – porque todavía existen – que la bondad, verdad y justicia caen del cielo sin necesidad de trabajarlas codo a codo entre unos y otros como lo hicieron los héroes negados y olvidados.
En literatura se dice que las narraciones, aún cuando estén mal escritas, deben ser potentes y capaces de conmover al lector. Preguntamos una vez más, ¿qué conmueve hoy en día al peruano medio, qué revolotea sus entrañas, qué le hace perder el sueño a los millennials, acaso una seguidilla de frivolidades? En plena era de Internet los grandes de la literatura, los héroes que dieron origen al Bicentenario, los innovadores que impulsan las revoluciones industriales, los pensadores y hombres de fe son olvidados por legiones armadas de “datos”, famosos, alabados y seguidos por sus similares.
El bicentenario no fue, entonces, el acontecimiento que pusiera las barbas en remojo y que alentara luchas por ideales destinados a mejorar la vida de la gente. Pasó más con pena que gloria en otro momento –como tantos– crucial para la sobrevivencia de las libertades y la democracia en un Perú constantemente acosado por comunistas, neomarxistas, criminales organizados y una larga lista de males crónicos.
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