El arte de deformar la verdad

A propósito de ciertos intereses políticos que ocurrieron hace unos años en Estados Unidos (triunfo de Trump) y en Inglaterra (triunfo del Brexit), en los cuales, como sustento político de las campañas tuvo presencia la mentira hábilmente manejada por la prensa cortesana, se acuñó el término, post-truth en inglés y posverdad en español, definido por el diccionario Oxford como “un adjetivo vinculado a contextos en donde los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que aquellos hechos que apelan a la emoción y a la creencia personal”.

En nuestro caso, a propósito de los vergonzosos y recientes acontecimientos, que ganaron mucha atención al poner en escena incidentes innegables a toda luz, mañosamente transformados en supuestos irreales por abrumadores e intencionados mensajes comunicativos; hizo su presencia en cuerpo y alma la posverdad, fracturando el razonamiento al imponer emociones y sentimientos. Y como si despertáramos del letargo fuimos convocados a identificarnos con tal o cual comportamiento y formar fila a favor o en contra de la vacancia, aun sabiendo de antemano que ello no ocurriría; es más, algunos desacertadamente tomaron el resultado como triunfo de la verdad.

Interrumpiendo lo hasta aquí señalado, Alfonso Bolado al preguntarse ¿qué es la posverdad?, responde para quienes no entendemos este término “Pues es esa situación, sobre todo sociopolítica, que es fruto de incitaciones emocionales y no de una ponderación sensata de los datos de la realidad. Es lo que en tierra de garbanzos se ha llamado siempre manipulación”. En esa línea, aclara este tema Julieta Haidar al advertir que “Los sujetos atrapados por la posverdad no logran romper las burbujas de la posverdad, no logran cuestionar las noticias falsas que producen cárceles simbólicas de donde no pueden salir, ilustrando de manera concreta el mayor grado de alienación y de fetichismo de la consciencia”. 

Resulta oportuno anotar que en el espectro de la posverdad convergen tres elementos: desgaste de las instituciones democráticas, acompañada con la normalización de la mentira y el uso del engaño como práctica política; rechazo directo del pensamiento crítico que aun distingue entre verdad y mentira; e incorporación a nuestra vida de dispositivos comunicacionales y redes sociales, que privilegian historias y mitos por encima de los hechos. De ese modo, lamentablemente nos encontramos en una época que al profundizar la pérdida de valores, evidencia el colapso del conocimiento y del razonamiento crítico; José Nun tratando de entender la relación entre conocimiento y verdad, no duda en afirmar “la sociedad del conocimiento, paradójicamente, logra el desarrollo impresionante del conocimiento, pero al mismo tiempo las redes sociales se convierten en un arquitecto perverso que construye falsedades, fabulaciones para anular el pensamiento y peor el pensamiento crítico”. 

Cuán duro resulta el camino de la verdad, cuan criticable el silencio de instituciones sociales, políticas y religiosas sobre el creciente incremento de la mentira hermanada con la corrupción; revertirla, demanda entre otros, asumir la importancia de la educación en el rescate de valores, cuestionando la actual conducción, atreviéndonos a transitar un trabajoso camino que, al enlazar ética y política, muestre una manera diferente de ejercer con coraje nuestra ciudadanía.