Aldo Llanos
El anticristo en la política (parte 3)
La consumación teológica de la política, absolutizándola

La llegada del anticristo será fulgurante. Bajo los parámetros del éxito contemporáneo, triunfará tanto en lo político como en lo económico protagonizando particulares pero distinguibles acciones:
Será un reconocido pacifista (Ap. 6:2) y logrará la paz para la convulsionada Israel (Dn. 9:27), sin embargo, dicha paz será rota por él mismo lo que llevará a que atenten contra él produciéndose su muerte (Ap. 13:3; 12 y 14). Pero ese, no será su fin. Volverá “desde el abismo” (Ap. 17:8) volviéndosele a ver con vida (Ap. 11:7; 13:3; 12; 14 y 17:8), lo que ocasionará gran asombro y expectativa, generando muchos y nuevos seguidores (Ap. 13:3). En ese punto, Satanás le dará su poder (Ap. 13:2-5), para asesinar a las autoridades y a todo aquel que se le interponga (Dn. 7:24), mientras que, los que le sobrevivan, terminarán por servirle admirados por su luciferino poder (Ap. 17:12-13)
Así es cómo el poder político sería tomado por el anticristo, pero lo distintivo de este, así como de sus precursores, será por el consiguiente asalto de lo religioso; es decir, por la consumación teológica de la política, absolutizándola. En ese sentido, Carl Schmitt ya advertía (aunque con cierta complacencia) que “los conceptos básicos de la teoría moderna del Estado son conceptos teológicos secularizados”, en donde se replicaba una cierta tensión intratrinitaria, la cual, y según la muy particular interpretación de Schmitt, es la fuerza del conflicto que evita su contaminación y que ontológicamente justifica todo conflicto de exclusión.
¿A qué nos lleva todo esto? A convertir una saludable “teología de la política” en una “teología política”. Lo primero crea monstruos, lo segundo, los acota. En efecto, desde la segunda, surge el mesianismo político, en donde la política es legitimada por la religión y a su vez, la religión va encarnando en lo político; mientras que, por la primera, la política se mantiene en el ámbito de la ética aceptando con ello su imperfección intrínseca. Por eso, el cristianismo, mediante la teología de la política, ha buscado mejorarla, por la vía de la racionalidad y la prudencia.
En ese sentido, no existe ni debería existir un orden político ni forma de gobierno determinada con el que pueda identificarse el cristianismo, aunque nunca falten pensadores que desarrollen propuestas que sostengan esto. Sólo recordemos a Michael Löwy, quién no sólo compatibiliza, sino que identifica al socialismo con el cristianismo o, a Michael Novak, quien hace lo mismo con el liberalismo. Con ello, la gratuidad de la Gracia desaparece y la esencia del cristianismo: la llegada de un Cristo que apuesta por cada uno de nosotros y que vence nuestras propias incoherencias, es vaciado por la praxis y el puro esfuerzo humano: “seréis como dioses”.
Frente a ello, se opone la esperanza en que Cristo ya ha vencido al mundo, por lo que no hay ni habrá nada que pueda separarnos de su amor, así nos prometan a cambio paraísos en la tierra obtenidos con puro esfuerzo y planificación, lo cual, es el abono perfecto por el que el anticristo se hará irresistible.
Quién tenga oídos que oiga.
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