César Félix Sánchez
El año que vivimos en peligro
Apuntes sobre los dilemas en el 2022

Como si no pudiera haber nada peor que el 2020 –en que nuestro pobre y querido país tuvo el dudoso honor, gracias a Vizcarra, de ser el peor del mundo en cuanto a mortandad y a desbarrancamiento económico– el 2021 nos trajo no solo una aún más atroz mortandad con la segunda ola, sino la sorpresa kafkiana de encontrarnos convertidos, luego de un sueño intranquilo, en una república gobernada por un equipo bastante selecto de chavistas, compañeros de ruta de Pukallacta, incompetentes, pícaros y, cuándo no, caviares.
Vencieron pero no convencieron. Antes que haber alcanzado las condiciones subjetivas de politización para hacer la revolución, solo necesitaron el voto fariseo de muchos burgueses suicidas que prefirieron el radicalismo y la incompetencia más absolutas a dar su voto ya no solo por Keiko Fujimori, sino por el inmenso frente de todas las fuerzas políticas que defienden el modelo económico y el Estado de derecho. Del sur no hablo ya, porque tiene la vieja costumbre de dispararse a la sien eligiendo en sus gobiernos regionales a toda suerte de cuatreros literalmente solo «por su linda cara»; es decir, por su ethos popular y endógeno.
Pero no hay que perder la esperanza. Como diría la teología tradicional, la esperanza es una virtud que tiene como objeto a Dios y los bienes ultraterrenos que nos tiene prometidos. El desprecio de los bienes terrenos es un buen ejercicio para cultivarla. Y si la inflación sigue creciendo, si Francke y Verónika Mendoza continúan con su obsesión con aumentar impuestos para alimentar al Leviatán parapléjico que nos hundió en el 2020, si el Gobierno continúa su guerra contra la minería formal y, peor aún, si «el gordito» Velarde –Aníbal Torres dixit– se va, pues creo que muchos peruanos estaremos siguiendo los santos ejemplos de Francisco de Asís y Benito José de Labré, aunque involuntariamente.
Sin embargo, en medio de tanta desgracia, ha ocurrido un cambio positivo. Una nueva generación de jóvenes –y no tan jóvenes– ha abandonado los viejos complejos y no vacila en reivindicar banderas contrarrevolucionarias. En un país como el nuestro esto puede tener consecuencias muy positivas.
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