Vincent Dumortier
El alto costo de las eco-stafas
El costo socioeconómico y el impacto ambiental del cambio a “energías renovables”.
Los limeños se preguntan para qué (o quién) la ex alcaldesa Susana Villarán necesitaba un Jacuzzi en su nueva oficina en proyecto. Y mientras nuestros periodistas indagan sobre el costo impresionante de la consultoría ambiental requerida para tal capricho eco-caviaresco, aprovecharé el momento para insistir en las consecuencias de las eco-stafas en general y de las energías “renovables” no convencional en particular.
No dejaré de insistir tampoco en el hecho de que tal vez es tiempo que nuestros periodistas, ignorando el adoctrinamiento que recibieron de los organizadores de la COP20, (como en este ejemplo ¡de cómo decirle a un periodista como hacer bien su trabajo de propaganda!) vayan a Europa a investigar el costo socioeconómico y las repercusiones ambientales que ocasiona la papilla indigesta del cambio de matriz energética, hecha con pequeños trozos de paneles solares y grumos de aerogeneradores
Oh claro, de fachada todo es bonito. Uno hasta se pregunta por qué el mismo Keynes no inventó el cambio climático para alimentar sus propias falacias. Porque vean, hay emergencia, el planeta está mal, los políticos tienen que actuar, hay que crear miles de empleos verdes y para esto nada mejor que subvenciones. En fin esto no cuesta caro, es el estado que regala, con suma “plata pública”.
Solamente que la “plata pública” no existe. ¡Fue, es y será siempre plata robada! Sea por los muy visibles impuestos o por la más discreta inflación. En el marco energético, otra manera de quitarle dinero al consumidor es mediante la supuesta necesaria regulación del mercado y las tarifas; obligándoles así a comprar una energía de fuente “renovable” que tiene un costo de producción altísimo a un precio fijado por el estado. Todo esto participa de lo que Frédéric Bastiat denunció en la falacia de la ventana rota.
Lo que se ve son los empleos supuestamente creados en el sector de energías renovables. Lo que no se ve son los empleos que se hubieran generado (a menor costo y sin funcionarios que cobren su comisión o sea su sueldo) si se hubiera dejado a la gente aprovechar íntegramente del fruto de su trabajo para adquirir los bienes y servicios que realmente le importa.
Eólico y solar no producen energía cuando se requiere sino cuando hay viento y/o sol. Y como, muy lógicamente, nadie quiere esperar que dichos dispositivos produzcan para hacer funcionar sus electrodomésticos, a la inversión en esta infraestructura hay que agregar una segunda fuente de producción constante. En Alemania el tema es claro: el eólico produce menos de 15% de la capacidad instalada. En otros términos, ¿imaginan comprar un carro muy ecológico (más caro, obvio es “limpio”) que arranca una de cada siete veces que lo necesitan y además tener que comprar un segundo carro tradicional par el resto del tiempo? ¡Nadie sensato lo haría! Ni siquiera si la producción efectiva alcanza el 50% de la capacidad instalada.
Inepcia y tremendo costo económico ciertamente, pero también costo ambiental ya que hubo que fabricar (lo que requiere material y energía) doble vehículo por un único propósito. Y estos costos son mayores aún si se incluyen las redes de distribución que imponen los medios de producción verde “descentralizados”. El costo ambiental aumenta más todavía si se toma en cuenta, como en el caso alemán, que la compensación de producción intermitente se realiza mediante el funcionamiento de central a carbón.
En términos sociales también estas medidas supuestamente ecológicas tienen un costo. Los consumidores –empezando por los más pobres- tienen que pagar su energía más cara que lo que les hubiera ofrecido un libre mercado con libre competencia. Costo social in fine si se toma en cuenta que en España por ejemplo se estima que cada empleo en “renovable” destruyó 2.2 empleos tradicionales. ¡Espero que no estén conectados a un aerogenerador y puedan terminar leer mi artículo!
Por Vincent Dumortier
10 - Mar - 2015
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