Heriberto Bustos
Educar para cambiar
Los conocimientos no son suficientes

A pocos días de iniciarse el año escolar, y a propósito de las discusiones sobre aspectos relacionados con el currículo y la calificación escolar, así como la lucha contra la corrupción, amerita hacer un alto para destacar la necesidad de incluir en el proceso de formación de los estudiantes, el fomento de ciertas habilidades de naturaleza social y emocional que, en un mundo diverso y diferenciado, resultan necesarias para lograr éxitos en los procesos de adaptación a los cambios que se vienen operando. Bien sabemos que en la actualidad el éxito de las organizaciones estriba en la capacidad de comunicación y relacionamiento de las personas que las conforman, por su incidencia en el trabajo de equipo y en la adaptación a los cambios que vienen ocurriendo.
En ese contexto, nos estamos refiriendo a las habilidades socio-emocionales; es decir aquellas que corresponden o se ubican en el área del comportamiento y que se expresan en las actitudes que se asume en el proceso de vincularse con los demás, denominadas habilidades blandas. Son diferentes a las habilidades cognitivas, que tienen relación con los conocimientos que se adquieren en el diario transitar educativo, a las cuales, se denominan habilidades duras.
Un esfuerzo desde las aulas, debe comprometer acciones para fortalecer ciertas capacidades que guardan estrecha relación con las diversas inteligencias. En este caso anotamos, por ejemplo, la inteligencia interpersonal, capacidad que se manifiesta en el trato empático; dicho de otro modo, en saber escuchar a los demás, entender sus problemas y emociones, de modo que su praxis repercuta en el logro de una mayor colaboración y entendimiento entre los individuos que constituyen un determinado grupo. Recordemos que la relación entre educación y vida fue resumida con genialidad John Dewey (*), cuando afirmaba que “La educación no es preparación para la vida, la educación es la vida en sí misma”.
Imaginemos los resultados de trabajo de dos profesionales exitosos en el desarrollo de sus habilidades duras, en primer término, de uno que para mostrar su autoridad, grita a quienes trabajan con él, imponiendo el temor como estrategia de conducción y otorgando dádivas para sentirse respetado; en segundo lugar, de otra persona que trabaja respetuosa y amigablemente, construyendo equipo, compartiendo responsabilidades. Los resultados en materia de liderazgo y funcionamiento de la organización o institución serán diferentes, y estarán marcadas por las habilidades blandas logradas en sus vidas y fundamentalmente en el proceso de su desarrollo como persona y como profesional.
No cabe la menor duda de que el éxito de una persona se debe al acrecentamiento de sus habilidades blandas; es decir, a los buenos modales, al sentido de humor, capacidad de colaborar y negociar, empatía, optimismo, entre otros. Esto ha de evidenciarse en su despunte frente a los demás y en el aporte al éxito de la organización. Jamás olvidemos que, si bien podemos tener las mejores ideas, destacados programas, e incluso superiores instrumentos para elevar la calidad de las organizaciones, si no contamos con los hombres premunidos de las características mencionadas, que lleven a la acción lo previsto o programado, seguro que los resultados han de ser calamitosos.
Constituye entonces una responsabilidad social y con mayor razón del accionar educativo, insistir en el avance o mejora de rasgos personales que ayuden a los individuos a interactuar eficazmente con otras. Sobre todo cuando el mercado laboral en general, y los cambios que socialmente pretendemos realizar, vienen otorgando importancia a estas habilidades. ¡No todo son conocimientos!
* Filósofo, psicólogo y pedagogo norteamericano, figura representativa de la pedagogía progresista en su país.
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