¡Dina se equivoca!

Las imágenes de hombres que se despiden de sus vecinos como si fueran a la guerra son sorprendentes. Hay una épica. En Lima se les trata como invasores, como si fuesen hordas o mesnadas. Quizá usted no lo piense, pero aseguran que en Lima los tratan así.

Lo que antes fue una reacción espontánea contra el establishment se ha convertido ahora en una epopeya cultural. Usted probablemente no lo entienda así, ellos sí. En Lima pueden morir; no importa, porque están defendiéndose contra los malos.

Si el gobierno responde con balas será su tumba. La paz no se alcanza con balas. Maquiavelo lo decía en 1513. ¿Qué hacer? Que vengan, que los reciban. A veces, según decía Marx, los obreros quieren más reconocimientos que pan.

Sí, nadie duda que detrás está la vanguardia comunista. Pero eso no lo explica todo. Explica una parte, pero aquí el tema es comprenderlo todo. Lo que sucede es que estamos ante una revuelta campesina muy violenta, revuelta que incluye el capitalismo popular, informal, ilegal. 

Tratarlos a balazos no va a resolver nada. Solo resolverá que Dina se ponga la soga al cuello. Decirles a todos comunistas y terrucos solo traerá problemas. Pedir dos semanas de paz, como propone Sagasti, es una estupidez. Primero el estado de derecho.

Pero el Estado de derecho no son balas. ¿Quién dijo eso? El estado de derecho es la razón, palabra poco pronunciada en un mundo de la posverdad. La razón es más necesaria que nunca. La razón del Estado de derecho. Hegel. 

Por eso Dina, mujer chanca, debe recibir a los suyos –quechuas y aymaras– en el Salón de la Confraternidad. Miren el Perú de manera braudeliana, en onda larga. No miren el Perú de Castillo ni de Cerrón, sino en perspectiva histórica. La onda larga dirá que estos son arrebatos siempre históricos. 

Dina, quítale la narrativa a la izquierda. No dejes que esto se convierta en una guerra cultural. Si pasa eso habrás perdido y posiblemente estarás condenada para siempre al recuerdo de un Gobierno que nunca fue y siempre será. Advertida estás.