Diarios y cartas de personajes literarios

Quizás por falta de conocimiento y lectura, hace unos doce o trece años, si la memoria no me falla, cometí el grave error de tomar con ligereza la carta y el diario en su relación con la literatura. De más estaría citar el sinnúmero de autores que han apelado a estos medios para transmitir con espontaneidad sus emociones, pensamientos, inquietudes y tormentos. Porque, al fin y al cabo, ¿de qué sirve escribir una carta o un diario si no es para abrir el corazón y volcar en estas todo lo que la estética y la rigurosidad del quehacer literario no permitirían? 

La carta y el diario deben ser honestos. Y dependiendo de a quien estén dirigidos –ya sea al padre, al hermano, al país–, irán revelando el carácter y condición emocional del escritor. Ante el padre o la madre será una confesión, la búsqueda de un consejo; ante el país, podría ser una rendición de cuentas; ante el hermano, la necesidad de ser entendido, comprendido, consolado.

Así que, con la esperanza de redimirme con ambos, me gustaría compartir con ustedes no las cartas ni los diarios de escritores que estoy seguro son bien conocidos, sino aquellos escritos por los propios personajes, y que suelen emplearse a lo largo de la narración de una novela, un cuento, un relato.

Los personajes de Arthur Conan Doyle, Maupassant, Tolstoi, por ejemplo, suelen utilizar el diario y la carta para contarnos más sobre ellos. Aquí algunas:

Septiembre 11. Lat. 81º 40´ N.; Long., 2º E. Seguimos rodeados de enormes campos de hielo. El que se extiende hacia el norte de nosotros, y al que está aferrada nuestra ancla de hielos, no puede tener una extensión menor que un condado de Inglaterra. A derecha e izquierda se extienden, hasta el horizonte, superficies ininterrumpidas. (El capitán del Polestar – Extracto del curioso diario de John M´Alister Ray, estudiante de medicina). 

Octubre 16. Soltamos amarras a las dos y media y fuimos remolcados hasta la bahía, donde el remolcador nos dejó, y nuestra embarcación avanzó a velas desplegadas, desarrollando una velocidad de unos nueve nudos por hora. Yo permanecí en la popa contemplando cómo las costas bajas de Norteamérica se iban hundiendo gradualmente en el horizonte hasta que la bruma del atardecer las ocultó a mi vista… (La relación de J. Habakuk Jephson; Conan Doyle).

La primera impresión es poco agradable, no es risueño este país. Sin embargo, he de pasar aquí veinticinco días para echar un remiendo al estómago, al hígado y enflaquecer un poco. Los veinticinco días de un agüista se parecen mucho a los veinticinco de servicio de reservista; están llenos de molestias, de irresistibles molestias… (Diario de un enfermo, Guy de Maupassant).

19 de agosto.- ¡Lo mataré! ¡Ya lo he visto! Ayer, sentado ante la mesa de mi despacho, hacía ademán de escribir con gran atención. Estaba seguro que vendría a rondarme muy cerca, tan cerca, que quizás podría tocarle, cogerle… (El horla, Guy de Maupassant).

Querida y buena amiga: tu carta del día 13 me ha proporcionado una gran alegría. Sigues queriéndome, mi poética Julia. La ausencia de que tanto te quejas no ha ejercido en ti sus acostumbrados efectos. Te lamentas de la ausencia, ¿y qué deberé decir yo, si me atreviera a lamentarme, privada de todos aquellos que me son queridos? (Carta de María Dmítrievna a Julia Kuráguina, La Guerra y la paz. L. Tolstoi).

Ciertamente, además de la marcada diferencia entre los personajes creados por Conan Doyle, Maupassant, Tolstoi y tantos otros autores, ambas, la carta y el diario, son el mejor medio que tienen algunos personajes para contarnos los sucesos relevantes en sus vidas. Aunque ficticias, finalmente son sus vidas.