Carlos Adrianzén

Del 2019 para adelante

Predicciones sobre el desempeño de la economía peruana

Del 2019 para adelante
Carlos Adrianzén
16 de diciembre del 2019


Quitándonos la miopía de los ojos,
el progreso económico del Perú es visible y difícil de esconder. Aun las más rabiosas visiones económicas contestatarias y apocalípticas de la izquierda radical quedan en flagrante ridículo cuando descubrimos que nunca en la historia de nuestro país un habitante del Perú fue menos pobre y consumió tanto. Solo comparando la producción de un peruano promedio entre 1960 y el año pasado, encontramos que –en dólares constantes del 2010– saltó de US$ 2,660 hasta US$ 6,454. Un salto impresionante en términos de nivel de vida para la mayoría de los peruanos.

Este salto no quiebra récords mundiales de éxito económico y nos expone a reconocer un promedio simple de crecimiento del PBI por persona peruana de apenas 1.7%, que nos ubica recurrentemente cerca de la décima parte del producto por persona de un norteamericano. De hecho, en los últimos sesenta años tuvimos gobiernos con crecimientos promedio del producto por persona desde desastrosos o generadores de pobreza inmediata (APRA-IU, 1986-1990, -3.7%; o Belaunde II, 1981-1985,-2.2%; o Morales Bermúdez, 1976-1980, -0.8%), hasta mediocres o generadores de pobreza mediata (Fujimori II, 1996-2000, 0.9%; o PPK-Vizcarra, 2016-2018, 1.8%; o Belaunde I, 1964-1968, 2.0%; o Velasco A., 1969-1975, 2.2%) y solo expectantes o reductores moderados de pobreza (Toledo M., 2001-2005, 3.2% o Fujimori I, 1991-1995, 3.3% o Humala, 2011-2015, 3.8% y el campeón nacional, el difunto García II, 2006-2010, con 6.1%). 

Pero no nos quedemos pegados en los largos periodos de error económico. En estas últimas seis décadas se ha registrado un progreso económico sin precedente ni comparaciones en nuestra historia no fantasiosa (es decir, con alguna cifra que la respalde). De estos largos periodos en el error no queda una observación dolorosa. El progreso aludido no parecería asociado básicamente a causas locales. Las tremendas mejoras en indicadores sociales y de calidad de vida registradas parecen asociadas a cambios tecnológicos e institucionales importados. 

Por otro lado, las persistentes fluctuaciones, particularmente los desastres y la mediocridad económica, se asocian con la baldía creencia de que no hay mucho trabajo pendiente. De hecho, hasta el día de hoy, el elector peruano promedio luce dispuesto a canjear su bienestar económico por lo que cree. Y cree que hoy podría vivir holgadamente –y sin mayores esfuerzos– si la burocracia hiciera todo bien.

Sin este sucinto preámbulo no es posible entender al régimen dictatorial de Martín Vizcarra y sus patéticos colaboradores, así como –particularmente– extraer las principales lecciones económicas del año que está cerrando y los errores de gestión que lo sellan. La gestión del 2019 implica básicamente la creencia de que el bajo crecimiento con el que cierra en año se explica por (1) factores externos –por unos términos de intercambio que no cayeron significativamente-; (2) por poca eficacia en la administración de los presupuestos de inversión pública; y (3) por el ruido político causado por una oposición obstruccionista.

Lamentablemente para ellos: (1) los términos de intercambio crecían al 2.6% a septiembre del 2019; (2) la inversión pública está lógicamente paralizada por la debilidad institucional prevaleciente; y (3) el ruido político es parte del paisaje peruano, se mantiene dentro de márgenes estables y la oposición antes de ser borrada ilegalmente, cedía temerosamente a todas las pretensiones del Ejecutivo.

Siendo así las cosas, lo que vimos el 2019 en materia económica fue otro paso en la dirección de aplicar las recetas de la izquierda sudamericana. Es decir, una incipiente aplicación de pócimas mercantilistas-socialistas, populares pero ilógicas. Ofrecen subsidios para los amiguitos cineastas, hacer el aeropuerto de Chinchero como obra pública, más impuestos a quienes no usan taxis informales y un afán ideológico de reemplazar a Hércules (la inversión privada) por el asustadizo pitufo (el afán inflar el gasto burocrático).

El resultado de corto plazo es una economía frustrante: virtualmente paralizada, en la que se invierte casi por reposición y no se genera nueva clase media, ni se reduce pobreza aceleradamente. Un año que configura previsiblemente las improntas de los candidatos del nuevo Congreso (si este llega a ver la luz) y que añade incertidumbre hacia qué tan rápido los peruanos podemos comprar un ticket a Santiago de Chile (a lo usanza de los fracasados gobiernos de su frente amplio, nueva mayoría o Piñera) o Caracas (al estilo cubano).

El año que estamos cerrando, por encima de su destructiva mediocridad económica, abre puertas que –si los peruanos conociéramos nuestra propia historia y priorizásemos nuestros intereses- deberían estar bien cerradas. Desdichadamente este no es el caso. El Ejecutivo requiere distracción y detergente, y los peruanos apostamos por lo popular y lo fácil. Creemos que ya somos ricos y que por ello nuestro reto implica solamente redistribuir los ingresos y gastar.

Carlos Adrianzén
16 de diciembre del 2019

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