Aldo Llanos
¿Debemos los cristianos participar en política?
Y cómo superar el peligro de las ideologías
Esta es, sin dudas, una pregunta muy recurrente en nuestro tiempo. Y lleva, muchas veces, a sostener posiciones contrapuestas y consideraciones negativas. Por un lado se encuentran quienes sostienen que la política es tan sucia que ningún cristiano que participe en ella quedaría impoluto, por lo que debería abstenerse de ello. Por el otro se encuentran quienes sostienen que la política es un tema exclusivamente secular, por lo que ningún cristiano debería tener la pretensión de ingresar en ella. Sin embargo, la respuesta es afirmativa y positiva, porque la participación política es parte de la responsabilidad del cristiano en y con las personas de su tiempo. Si buscamos el bien de todos (el bien común) y no sólo de uno mismo, entonces, la política será una actividad no sólo buena, sino necesaria.
En virtud de esto, los cristianos debemos formarnos de tal modo que podamos distinguir en el mundo lo que es de Dios y lo que es del César, evitando sustituir la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) por cualquier ideología política; pero también para no confundir la orientación cristológica del mundo; es decir, “poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas” (S. Josemaría Escrivá) lo que incluye la política, con la orientación eclesial del mundo, es decir, con la vida institucional de la Iglesia, evitando una peligrosa “eclesialización” de la política.
En efecto, poner a Cristo en la cima de todo quehacer humano es, ante todo, una respuesta al amor de Quién nos amó primero (1 Juan 4:19) y que nos llama a amarnos los unos a los otros como Él nos ama (Juan 13:34). En ese sentido, los cristianos participamos en política porque esta “es la forma más alta de la Caridad” (Papa Francisco) para con todos.
En ese sentido, el cristiano, más allá de convertirse en un agente de ideas preconcebidas ante las cuales la realidad debe calzar o de ser un promotor de programas técnicamente “infalibles” para ser aplicadas como “salvación” del tejido social; entiende la política como una experiencia en donde, a la luz del diálogo constante con el Señor, se entretejen el diálogo y la escucha de sus semejantes para proponer y aplicar medidas concretas en su tiempo. Aunque nuestros semejantes, no piensen como uno. ¿Y esto por qué? Porque la esencia del cristianismo no es una moral, una doctrina ni mucho menos una ideología política (por muy humanista y bien intencionada que parezca), ya que estas, no dejan de ser intentos imperfectos que buscan dar respuestas a los problemas de la realidad. Por eso, el cristiano no puede darles su corazón ni su alma a estas causas porque a estas no les corresponde.
La esencia del cristianismo es una persona, Jesucristo, y mi relación con Él. Si no se vuelve a Jesucristo, políticamente tendremos una deriva identitaria que nos llevará a ser políticamente conflictivos (alistándonos para pelear las “guerras culturales”) y a usar el cristianismo como una ideología política más (al servicio del capitalismo, del socialismo o de lo que surja en el tiempo). Del mismo modo, el político cristiano no tiene como meta construir o restaurar la “civilización cristiana” o el “orden social cristiano”, sino, impregnar la sociedad de su tiempo con las consecuencias de su relación personal con Jesucristo. Se trata de creer en Él y no en un “cristianismo”. Con ello, en la labor política, el cristiano no se “mundaniza” sino, restaura la mundanidad del mundo hacia Dios en todas las cosas.
COMENTARIOS