Carlos Adrianzén

Cuando el planeta avisa

Mientras los gobiernos peruanos solo se miran el ombligo

Cuando el planeta avisa
Carlos Adrianzén
15 de julio del 2019

 

Así como no es una buena idea dibujar las perspectivas económicas del Perú considerando solamente las acciones y noticias provenientes de la región de Madre de Dios (que aporta el 0.5% del PBI peruano), tampoco lo es enfocar las tendencias económicas del Perú —que aporta el 0.24% del producto global— ignorando lo que sucede en el resto del planeta. Y es que lo que acontece en el planeta (en términos económicos, políticos, tecnológicos o demográficos) nos envuelve. Sí, estimado lector, es una buena idea que dejemos de mirarnos al ombligo y entendamos que somos una parte —poco exitosa o rezagada— de la economía global. Que recordemos puntualmente que somos apenas el 3.3% de una región que aporta de manera oscilante el 7% del PBI global. 

Así las cosas. Encarar hoy lo que está pasando tendencialmente en el planeta es vital para entendernos y visualizar tendencias de las que es difícil escapar. Entendámoslo: analizar cuáles serían los principales hechos estilizados que hoy modelan hoy la economía global nos dibuja. Y esto se da meridianamente porque somos —abstracciones políticas afuera— una parte de ella. Un espacio pequeño y rezagado, pero acotado por lo que le sucede al (resto del) planeta.

Si bien resulta salubre recordar que actualmente la economía del planeta registra la performance interrelacionada de 194 naciones —variopintas en términos de desarrollo y estabilidad— los estimados del Banco Mundial sobre la evolución del Producto Bruto Interno del planeta demuestran que el producto anual por persona del planeta —en dólares constantes— creció aproximadamente 230% en los últimos 57 años (el periodo 1961-2018).

Este aumento se ha producido a pesar de que la población mundial más que se duplicó (creciendo 230%) y a pesar de que —grosso modo— el ritmo de crecimiento de la población se viene reduciendo consistentemente, desde un 2.1% anual a inicios de los sesenta, hacia un 1.1% anual a fines de la presente década. Como reflejo de estos dos hechos estilizados, en estas casi seis décadas la esperanza de vida al nacer para un habitante del planeta se ha elevado en 20 años (dentro de una tendencia que no parece estar moderándose).

La escala del comercio global de mercancías se triplicó (como porcentaje de lo producido), el tamaño del comercio exterior de multiplicó por 2.4 veces y el nivel real de comercio por habitante se sextuplicó en dólares constantes del 2010. Todas las aludidas variables registran tendencias significativa y sostenidamente crecientes desde los años sesenta. Puede decirse, con propiedad, que cerrarnos al comercio global implica quedarse fuera de la foto.

En este punto vale tener en consideración que abrir la economía al mundo implica reformas y mejoras que no hemos hecho. Hoy somos una economía mucho menos abiertas que el promedio global porque nuestro manejo cambiario, laboral, tributario y regulatorio, así como la predictibilidad y calidad de nuestras instituciones, resultan muy deficientes. Somos campeones globales trabando negocios e inversiones, encareciendo puestos de trabajo e inflando un aparato estatal que —acorde con las cifras de Transparencia Internacional— entre el 1998 y el 2016 ha ganado sesenta puestos en el ranking de países con una mayor percepción de corrupción burocrática.

Globalmente el vínculo entre la apertura comercial y la formación de capital es estadísticamente sólido, mientras que la tasa de crecimiento del producto por habitante —léase, la reducción sostenida de la incidencia de pobreza— se asocia estable y nítidamente con la tasa de inversión. Pero no son las medidas populares ni los impulsos fiscales los que hacen la diferencia. En el mejor de los casos, cuando ellos no implican el entrabamiento al comercio y la formación de capital, no estorban la reducción de pobreza.

Lamentablemente podría decirse que los gobiernos peruanos —en este plano— no solo se miran el ombligo, sino que usan lentes ideológicamente cargados que no les permiten apreciar que las mejoras sociales —reflejadas en variables como la esperanza de vida al nacer o la tasa de mortandad bruta— se dan asociadas globalmente a mayores flujos de comercio exterior e inversión privada. 

Otro hecho estilizado global nos refiere al creciente envejecimiento y urbanización de la población. Globalmente, desde los sesentas a la fecha, hemos transitado de registrar un cuadro demográfico donde solamente el 5% era mayor de 65 años y solo una minoría (el 34%) vivía en las ciudades, a otro panorama en el cual el 9% de la población ha envejecido y la mayoría (el 55%) vive en conglomerados urbanos. Si bien resulta curioso ponderar los efectos cruzados de las asociaciones favorables que implica la mayor urbanización (asociada a economías de alcance, red y escala) y los retos previsionales y laborales que implica una población cada vez más urbana y más envejecida, lo realmente curioso es observar la miopía de nuestros gobiernos y sus ONG.

Frente a un planeta donde —a lo Acemoglu— la esperanza al nacer se asocia claramente con la tasa de inversión por habitantes, la inteligencia local (burócratas y ONG) plantean mayores trabas, regulaciones, impuestos, más burocracias con deplorables índices de corrupción e ineficiencia. Todo a nombre de mejorar los indicadores sociales.

Hoy, el flagrantemente fracasado tratamiento de los proyectos mineros de Conga, Las Bambas o Tía María —y sus similares en hidrocarburos, agroexportación, educación, manufactura, etc.— confirma que nuestros gobiernos y nuestra clase política no saben dónde están parados. ¿Qué está pasando y desde hace varias décadas, en el planeta donde vivimos? Pegarle una miradita a lo que nos sucede en el planeta implica reconocer que, si bien la producción del planeta crece a tasas visiblemente menores —desde un 6% anual a mediados de los sesentas hacia un 2.5% el año pasado— las diferencias muerden. Las naciones que, como el Perú en los tiempos de Humala y Vizcarra, solo buscan durar un día más en el poder y no entienden que resulta socialmente crítico mantener manejos e instituciones que induzcan tasas de inversión privada y comercio exterior mucho mayores, seguirán globalmente rezagadas. Se crean ricas o no.

 

Carlos Adrianzén
15 de julio del 2019

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