Darío Enríquez

Coplas a la muerte de un modelo político

En el Perú nuevamente estamos en transición

Coplas a la muerte de un modelo político
Darío Enríquez
10 de octubre del 2018

 

Sobre la base de una larga experiencia en el mundo contemporáneo, el modelo político hegemónico en Occidente —y que el resto del mundo sigue con ciertas variantes— se sustenta en partidos sólidos. En el Perú, estos nunca se consolidaron con raigambre sistémica, sino que se sucedieron diversas agrupaciones para sostener procesos electorales y luego, en el poder, desplegaron un clientelismo atroz que, desde el Estado, dilapidó los recursos de los ciudadanos. El único partido que podría denominarse como tal durante el siglo XX fue el Apra, y con él una maquinaria electoral muy eficaz —para bien y para mal— junto a la exacerbación del peor de los clientelismos. A todo ello se sumaba la corrupción generalizada a uno y otro lado del espectro, sea quien fuera que llegara al poder.

Durante la década de los noventa, Alberto Fujimori creaba un movimiento electoral para cada proceso, pero nunca quiso crear un partido. Poco antes, en 1989, Ricardo Belmont había ganado la elección municipal de la capital también con un movimiento sin partido, pulverizando la lógica de los partidos políticos. El tiempo de los “independientes” había llegado.

Desde entonces, los partidos pasaron a ser piezas de museo. Y los más connotados politólogos, desde la ortodoxia de la academia —si es que existe tal academia— nos hablaban de una crisis política, debida en gran parte a la ausencia de “verdaderos partidos”. Cuando en 2006 Keiko Fujimori decide entrar a la política nacional, se propone organizar un partido político en la línea de lo que esa ortodoxia recomendaba. Su proyecto intentó fusionar la “elasticidad” (permitamos tal eufemismo) de un movimiento político en tiempo electoral con la organicidad de un partido en tiempos de ejercicio del mandato político recibido. Pero en el mundo electoral peruano estaba surgiendo otra especie híbrida: la de los “vientres de alquiler”, es decir un logotipo electoral que lograba su inscripción bajo la lógica del “todo vale” y luego ofrecía a cualquier emprendedor político (puede llamarlo “aventurero oportunista”, si desea) el uso del logotipo, mientras en paralelo se urdía una maquinaria electoral que se disolvía al final de cada proceso.

¿Qué es lo mejor para el Perú? Nadie lo sabe. La conversión del cuasipartido Acción Popular (AP) en “vientre de alquiler” rindió frutos en esta elección. Por su lado, el movimiento Alianza Para El Progreso (APP) se reinventa en cada proceso electoral, manteniendo solo la constante de su líder pecuniario y un cerrado círculo en su entorno. Esos dos logotipos son los nítidos ganadores del reciente proceso municipal y regional. El resto son claros perdedores, en especial el partido de gobierno, Peruanos por el Kambio (PPK), y la mayoría congresal de Fuerza Popular (FP). Lo curioso es que si lleváramos los resultados al espejo del Congreso (no es lo mismo ni es igual, pero el ejercicio es inevitable), esos dos logotipos AP y APP sólo cubren una veintena del total de ciento treinta congresistas. Es decir, algo más de 15%.

¿Por qué fracasó PPK? Esta “propuesta” (de algún modo hay que llamarla) se sustentó en el vientre de alquiler que le facilitó Salvador Heresi (propietario del logotipo). Pero luego sucumbió en el miasma de la megacorrupción que —ahora lo sabemos— había sido la constante biográfica de su líder Pedro Pablo Kuczynski, quien debió renunciar a la presidencia ante el enorme peso de las evidencias en su contra.

¿Por qué fracasó FP? En principio, porque nunca supieron manejar ni resolver el grave problema familiar de enfrentar la prisión de Alberto Fujimori. Keiko y Kenji nunca actuaron en conjunto para ello, sino cada uno por su lado. Pero alcanzaron una cota de éxito impresionante en 2016, cuando lograron mayoría relativa de 40% en voto (frente al 12% de la segunda fuerza) y mayoría absoluta de 56% en curules. Sin embargo, no supieron ejercer el mandato que la voluntad popular les había otorgado. Las diversas crisis en su seno, provocadas por problemas internos o por acción de sus enemigos desde el exterior, no supieron controlarse ni procesarse debidamente. FP era un partido en formación que no se pudo consolidar.

¿Y el Apra? ¿Y las izquierdas? Solo algunos movimientos regionales extremistas han recuperado protagonismo, lo que es una pésima noticia para el Perú. Pero otras tiendas políticas que tienen representación en el Congreso han sufrido el mismo aluvión.

Estamos frente al colapso del modelo político en el Perú. Las reformas que el presidente Vizcarra pretende llevar a referéndum son una suerte de coronas mortuorias. No sabemos si el colapso es definitivo, porque nada lo es en el Perú y menos en política. En el escenario juega un rol destructivo la gran concentración de los poderes fácticos que controla los medios de comunicación (ligada en accionariado y relación sanguínea con la megacorrupción al servicio de Odebrecht), especialmente desde que perdieron el subsidio estatal que pintaba de azul sus EE.FF., esa enorme fuente de corrupción política a la que llamaban “publicidad estatal”. Nuevamente nos encontramos en una transición, solo que no sabemos hacia dónde, ni cuándo, ni cómo, ni por qué.

 

Darío Enríquez
10 de octubre del 2018

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