Carlos Adrianzén
¿Conocemos a dónde vamos?
Mitos y realidad del crecimiento económico peruano
A pesar de lo complejo que resulta predecir exitosamente en materias económicas, es posible enfocar razonablemente los rangos hacia dónde vamos. Para ello sirve de mucho analizar variables vinculadas con el ritmo y patrones de crecimiento; sobre cómo invertimos en máquinas, personas, adopción de tecnologías o infraestructura; a qué ritmo comerciamos y captamos recursos del exterior; y cómo afectamos nuestras reglas hacia el mercado o enfrentamos la corrupción de nuestras burocracias.
Por ejemplo, cuando hace cincuenta años algún observador ponderaba si —como predecía el genocida argentino Ernesto Guevara (también conocido como el Che Guevara)— en 1980 el producto por persona de Cubao superaría con creces al de Estados Unidos, hubiera bastado revisar indicadores de ámbitos como los aludidos en el párrafo previo para descartar tan forzada predicción.
Aquí vale la pena tomar en cuenta el rol de los sesgos. Más de un político, periodista o académico regional de aquellos años tomaron muy en serio tan entusiasta y pobremente fundamentada predicción. Vale por ello tener en cuenta que, más allá de la ideología y los intereses, existen regularidades que permiten discriminar posibles éxitos o fracasos.
Vale la pena reconocer que los episodios de entusiasta fracaso económico no son raros en Latinoamérica. Obviando las retóricas de aquellos años, recordemos a los gobiernos de Perón en la Argentina, de Chávez en Venezuela o la rémora velasquista en nuestro país (que alcanzó su cima bajo la gestión de la alianza Apra - Izquierda Unida).
En todos esos casos, los desarrollos referidos a cómo se fue acumulando –o desacumulando— capital humano, físico o infraestructura; a cuánto se bloqueó el comercio y la captación de recursos del exterior; o cuánto se distorsionó la asignación de recursos vía el mercado, o cómo se toleró o combatió efectivamente la corrupción burocrática, explicaron lo sucedido.
Si hoy nos preguntásemos hacia dónde va el Perú de los días de Vizcarra no hay que ser clarividente para descubrirlo. Basta con ponderar las interrogantes enfocadas bajo una perspectiva de largo plazo. Así las cosas, ¿Cómo crecemos? Pues lo hacemos en modo fluctuante e insuficiente. Aquí vale puntualizar que —en dólares del 2010— nuestra tasa quinquenal de crecimiento económico por habitante oscila constantemente. Pasamos desde crecer -7.0% en el lapso 1988-1992; al 5.0% en el lapso 1993-1997; luego esta tasa se deteriora al 0.6% en el lapso 1998-2003; mientras se recupera nuevamente al 6.0% en el lapso 2004-2008; finalmente se vuelve a comprimir al 1.6% en el lapso 2014-2018.
Este ritmo de crecimiento resulta insuficiente para enrumbarnos a mayores niveles de desarrollo económico. Con un crecimiento década por habitante de apenas 3.0% no alcanza. Tal es la diferencia actual de niveles de vida entre el Perú y los EE.UU. que si el crecimiento por persona de los estadounidenses se mantuviera en 1% anual y el crecimiento real del producto por persona peruano persistiese creciendo a un ritmo del 7.0% anual, nos tomaría 38 años alcanzarlos. Si permaneciéramos creciendo como crecimos en la última década, los alcanzaríamos en 1.1 siglos, ceteris paribus. Ubiquémonos. Lo acaecido desde 1990 a la fecha solo implica una evolución destacable en comparación a otras economías perdedoras de la región. Y, sí estimado lector, cuando le cuentan que tenemos una evolución económica encaminada a mayor desarrollo… lo están engañando.
¿Por qué pasa esto? La respuesta tiene que ver con réplicas a las otras interrogantes. Y es que como invertimos (una tasa promedio de década de apenas 21%), comerciamos internacionalmente (a un coeficiente de apertura promedio década del 28% del PBI) y captamos inversiones del exterior en porciones muy modestas de nuestro producto nacional y que —con gran esfuerzo fiscal— nuestra educación pública primaria, secundaria y universitaria asigna por estudiante una porción ínfima (4%) de lo que se asigna a un estudiante norteamericano, nuestro PBI por habitante se distancia sostenidamente del de un norteamericano.
Sobre esto cabe agregar que estas cifras son reflejos del deterioro institucional tolerado. Hoy la lucha contra la corrupción burocrática es retórica —no se introducen acciones ni incentivos tajantes anti corrupción burocrática— y selectiva, políticamente hablando.
Dadas estas consideraciones, a pesar de las previsibles mejoras futuras en el nivel de vida del grueso de los habitantes del planeta —y por supuesto de los niveles de consumo en nuestro país— no lucimos encaminados a acercarnos a mayores niveles de desarrollo económico.
Es decir, si continuamos eligiendo a personajes aventureros esclavos de ideas redistributivas y demagógicas, a nadie debe sorprenderle hacia dónde vamos. De hecho, bajo este escenario y con esta tradición electoral ¿sería caso verosímil que el PBI por habitante de un peruano —en dólares constantes— siquiera crezca establemente al 3% anual en los años venideros?
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