Cecilia Bákula

Como si hubiera ciudadanos de segunda

Gobierno no ha cumplido con sus obligaciones y compromisos básicos

Como si hubiera ciudadanos de segunda
Cecilia Bákula
21 de junio del 2020


En los últimos días hemos visto diversas reacciones por parte de ciudadanos de Piura. Ellos reclaman al Gobierno la atención que merecen, como todos los peruanos, en una situación de tanta gravedad como la que se vive en estos momentos en el país. El reclamo, la voz alzada con justicia y no poca desesperación, viene tanto de piuranos como de peruanos en general, que sienten y ven que sus necesidades no son atendidas. Sus reclamos no son escuchados y no tienen cómo hacer frente a las necesidades básicas, lo que produce no solo zozobra en la población, sino crecimiento de la pobreza, colapso del pobre sistema hospitalario estatal y deterioro de la infraestructura, por no hablar de todos los pendientes que esa rica región tiene y viene esperando que le sean atendidos.

Unas semanas atrás fuimos testigos del caos y la indignación generados por la situación que se vivía en Iquitos por razones semejantes. Médicos fallecidos, pacientes agonizando, la economía destruida; y no nos olvidamos de la incapacidad de la autoridad para dotar siquiera de oxígeno a los centros de salud, lo que motivó que un sacerdote consiguiera el dinero para establecer una planta productora de oxígeno. El abandono de la Amazonía, con el grave riesgo de enfermedad y muerte para la población nativa, no tiene nombre ni perdón.

En este país, tal como dice la Constitución –bastante irrespetada, por cierto– todos somos ciudadanos, y lo somos en igualdad de condiciones. Es obligación y responsabilidad del Gobierno propiciar no solo un clima de tranquilidad (que se va perdiendo), sino también atender a los requerimientos indispensables, básicos, para que la población viva en condiciones de decoro y dignidad.

Hemos visto una danza de millones, pero no se ve ni el adecuado control ni el exacto destino, Hemos visto listas infinitas de acreedores a canastas de alimentos y bonos, pero sabemos que la entrega ha sido deficiente, lenta, irregular y muy poco transparente. Que ni siquiera había un listado o censo básico; y que a algunos sectores, como los artesanos y artistas tradicionales, entre otros muchos, la ayuda les fue esquiva.

Esta pandemia ha de ser vista como un punto de inflexión en nuestra historia republicana. No podemos continuar sin actuar ni tomar conciencia respecto a lo que viene sucediendo. Tampoco debemos permanecer indolentes ante la poca prudencia, tanto del Ejecutivo como del Legislativo, que ocupan su tiempo y recursos en asuntos más que superfluos, groseramente innecesarios.

Los niveles de producción legislativa, si eso es producción, abarcan temas de poquísima relevancia para el bienestar de los peruanos. La tan proclamada austeridad no se condice con el uso desmedido de publicidad estatal –que gratis no es– ni en el pago directo, ni mucho menos con el indirecto. Y no desaparecen las coquetonas camisitas blancas que lucen los miembros del Ejecutivo, con ese logo en el pecho que no parece recordar, a quienes las usan, la razón de ser de su permanencia a cargo de una cartera.

Pero, volviendo al caso de Piura, debemos recordar que se trata de una región con la que se tiene deudas nacionales muy grandes. Quedó severamente dañada y golpeada por los efectos del último fenómeno de El Niño costero, en el verano de 2017. Solo quienes hemos ido y hemos podido ver la destrucción en calles, veredas, pistas, sistemas de agua, puentes etc., podemos comprender la indignación de un pueblo al que se le ha mentido permanentemente y, el famoso programa de “Reconstrucción con cambios”. Lo que tuvo de cambio fue la rotación de varios “zares”, destinados a liderar una gestión que hizo poco, por no decir que casi nada, y que significó un importante gasto administrativo para una emergencia para la que se exhibe aún muy pobres resultados.

En esta pandemia, Piura vuelve a sentir el golpe del abandono, del desinterés, de la incapacidad. Y se está llevando a una región riquísima, a niveles nunca antes vistos de deterioro y pobreza. No deseo referirme solo a la capital, golpeada bárbaramente por esta crisis y como consecuencia de una trama de incapacidades, a las que el Gobierno no se anima a poner coto. Refiero a casos en las provincias altas, en donde la población solo subsiste y a duras penas logra obtener alimentos suficientes. Agregando a ello la falaz propaganda de una educación virtual, que por supuesto no llega a caseríos y pueblos en donde no hay agua, luz ni maestros. Esa niñez y esa juventud, crecidas en esas circunstancias, serán una responsabilidad dura de asumir por largos años.

Entonces, no es difícil concluir que el Gobierno y las autoridades no han cumplido con sus obligaciones y compromisos básicos en esta situación: proteger la salud pública y menos, aminorar los efectos de la crisis económica. Sin embargo, a donde no llega el Estado, porque no sabe cómo o no tiene interés en hacerlo, llega la población organizada y llega la Iglesia. Esa respuesta humanitaria y pronta es destacable por lo silenciosa y tenaz, pero no puede reemplazar a la obligación legal, constitucional y moral de los órganos del Estado, de actuar con eficiencia y transparencia para no agravar los índices de pobreza, desnutrición, insalubridad y carencias médicas de la población. Como si hubiera en el Perú, ciudadanos de segunda.

Si una autoridad no se siente ni reconoce capaz de asumir retos de la envergadura que ahora se viven, debe dejar el mando a quien puede, quiere y sabe cómo conducir el barco. Pareciera que muchas de las autoridades de turno piensan que hay que estar en un cargo para empezar a entender qué es y cómo se conduce. Recuerdo las palabras de Ángela Merkel, quien indicó que los gobernantes no tenían que llegar al mando para empezar a conocer los problemas, sino que porque los conocían y sabían cómo enfrentarlos, es por lo que podían ejercer autoridad.

Cecilia Bákula
21 de junio del 2020

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