Manuel Gago
Claridad, precisión y autoridad
Más conveniente la poda que el pulido

“Quiero dejar bien patente desde el primer momento, que en la obra que hoy presento al curioso lector no me pertenece sino la transcripción; no he corregido ni añadido ni una tilde, porque he querido respetar el relato hasta en su estilo. He preferido, en algunos pasajes demasiados crudos de la obra, usar la tijera y cortar por lo sano… algunos pequeños detalles … sobre los que –repito– me pareció más conveniente la poda que el pulido”. Transcrito de La familia de Pascual Duarte, obra de Camilo José Cela.
Como en otros casos en que presidentes de la República tuvieron que ser “interpretados” posteriormente por alguna declaración, el ministro de Educación, Ricardo Cuenca, se presentó a una televisora para intentar explicar las nuevas medidas señaladas por el presidente Francisco Sagasti con el fin de detener el avance del coronavirus. No obstante, la entrevistadora solicitó al ministro una explicación que tampoco llegó como esperábamos.
Para desgracia de la sociedad, la “intelectualidad” del marxismo del siglo XXI ha deformado el verbo y la manera de discursear en la academia, medios de comunicación y, sobre todo, entre políticos y funcionarios públicos. El relato tedioso gana espacios. Los discursos protocolares adornados de palabrería engolada, característica provinciana, se universalizan. La docencia simple, llana y directa está en retirada. La cursilería y el parloteando innecesariamente, que alargan las intervenciones, predomina en los escenarios públicos. El lenguaje de género (“ciudadanas y ciudadanos”) harta y agrede por sus implicancias ideológicas. Además, según la Real Academia Española (RAE), “genera dificultades sintácticas y de concordancia, y complica innecesariamente la redacción y lectura”.
Sobre el mensaje de Sagasti, la reacción ha sido la esperada. El presidente, con la supuesta capacidad de entenderlo todo –por la tan mencionada solvencia profesional que le antecede–, no ha logrado distinguir cuándo interactúa con sus iguales y cuándo no; cuándo en un auditorio de académicos y entendidos y cuándo en uno de profanos, despistados y hasta estúpidos. Sagasti no diferencia cuándo discursear como el presidente de todos peruanos y cuándo ante una “élite progresista y de vanguardia”; una élite que, paradójicamente, huye de las masas por no soportar sus ignorancias y, por tanto, se refugia en vinos finos, hoteles cinco estrellas y asientos de clase VIP.
Por experiencias laborales, la capacidad de síntesis define al profesional mejor preparado, competitivo y, en el buen término de la palabra, ambicioso. En las actividades productivas –frente a las máquinas y personas en movimiento– las comunicaciones fluyen con rapidez y exactitud, sin tiempo para interpretaciones y repeticiones a modo de coro escolar. Mientras más claras, precisos y con autoridad, las dirigencias no necesitan de versiones complementarias a lo que dicen. En la academia y los sectores productivos, el discurso monótono, sin altibajos y énfasis, paraliza en lugar de conmover a estudiantes y trabajadores. El auditorio espera del líder su voz retumbando como tambores y trompetas, y su mensaje incorporándose en las entrañas como el padre nuestro y los mandamientos.
Trabajando en la mina Toquepala, en Tacna, aprendimos que el principal empeño de la minera eran las comunicaciones correctas entre los trabajadores de todos los niveles. Se estimaba que los conflictos surgían por las malas comunicaciones y la poca capacidad de las personas para entenderse entre ellas. Southern Perú, concesionaria de Toquepala, hacía esfuerzos para terminar los conflictos laborales en el primer intento, contradicción o impasse. Los empleados éramos preparados simulando situaciones y viendo cómo corregirlas. Y así había mejores posibilidades para el lenguaje técnico, correctamente transmitido y en nivel horizontal.
Un discurso con perspectiva popular –haciendo docencia– no es lo mismo que un discurso popular. La población heterogénea y dispersa espera claridad de sus autoridades y dirigentes. Lenguaje simple y al grano, a la yugular, sin palabrería inútil.
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