César Félix Sánchez
Castillo entrevistado
Falta de preparación y de orden mental

Luego del desastre ecológico ocasionado por Repsol (en el que las criolladas de la empresa española resplandecieron muy oportunamente para ser utilizadas por los anticapitalistas), el presidente Pedro Castillo tuvo que enfrentar otro desastre, esta vez mediático: su entrevista con Fernando del Rincón en CNN En Español. Para una mente libre de los odios de la segunda vuelta y de resentimientos profundos que nublan la razón, simplemente se demostró una vez más lo que se sabía desde siempre: que el presidente Castillo no es precisamente Demóstenes ni el Lunarejo. Y que incluso deja lejos a Alejandro Toledo en cuanto a su inopia, por decirlo de manera suave. Sin embargo, hay otras cosas sorprendentes que es menester anotar.
Sorprende, en primer lugar, el relativo aplomo de Castillo al aceptar ser entrevistado por un medio extranjero y por un entrevistador riguroso, para nada una figura ambigua, parcializada o mercenaria, como los pocos que alguna vez han tenido la ocasión de entrevistarlo. Probablemente el presidente nunca tuvo ocasión de ver a Del Rincón entrevistando a otras figuras, ni siquiera a Julio Guzmán, ocasión que también fue memorable. Quizás creyó que si se tranquilizaba, daba respuestas con algo de vigor –al margen de que en ellas no hubiera contenido ni orden lógico– y se soltaba, ya estaba ganada la batalla.
Este error ha sido alimentado, evidentemente, por la exclusiva exposición del presidente a la subdesarrollada escena mediática local. En nuestros debates presidenciales, por ejemplo, poco importa el contenido. Son solo ocasiones en las que se valora cierto ethos que transmita sensaciones diversas, como seguridad, firmeza y confianza a la audiencia. Al margen de que se hable gibberish o charabia (cfr. las intervenciones de Verónika Mendoza). Y el soltarse para Castillo, en este caso, fue, más bien, contraproducente. Recordemos el acto fallido de “si el río suena…” o la invitación a Del Rincón, después del desastre, a tomar «unos tequilas». Fue una dosis suficiente para enfermar de vergüenza ajena hasta al más endurecido enfermero del Larco Herrera. De todas formas, le fue mejor que con Diego Acuña o con la parábola del pollo, papelones ya antiguos. Precisamente sobre esto versa la mayor de las sorpresas de este asunto.
Lo que más me sorprende es la sorpresa de algunos. Ya Diego Acuña había demostrado de sobra la falta de preparación tanto materialiter (la ignorancia) como formaliter (la ausencia de orden mental o trabazón lógica en sus dichos) del ahora presidente. Bastó que el mexicano Del Rincón, como el niño del cuento de Andersen, haya señalado que el emperador estaba desnudo para que se den cuenta de esa desnudez muchos de los dignos que votaron por él. Porque lo que les importa no es tanto la incompetencia general, el radicalismo izquierdista y la demagogia, sino que el presidente «sea presentable» ante la mirada del Otro y no «nos haga quedar como un país de bárbaros». No digo que estos últimos aspectos no sean algo importantes, pero sí que palidecen ante todo lo que se sabía de Pedro Castillo y Perú Libre desde, al menos, la primera vuelta.
Por otro lado, para gobernar bien no se requiere ser un doctor en la Complutense como Acuña o un personaje excepcionalmente dotado en las ciencias empíricas o la retórica, sino ser virtuoso. Tanto en las virtudes de la voluntad o éticas, como en las de la inteligencia o dianoéticas, principalmente en la inteligencia práctica y la sabiduría. Sancho, analfabeto y todo, fue un gobernante óptimo en la ínsula Barataria; mucho mejor, creo yo, que lo que podría haber sido Don Quijote. Porque el prudente, aun si ignorante, sabe, al menos, hacerse aconsejar por los más doctos. No es el caso de Castillo, que parece rodearse de la peor gente.
Finalmente, no hay que olvidar que la primera responsabilidad de todo esto no corresponde a Castillo quien, al fin y al cabo, se mostró siempre como es, sino a sus electores. Y entre ellos, no a las masas del sur andino, arrastradas a las urnas contra su voluntad, como siempre, y mantenidas en un perpetuo pantano demagógico por la traición de sus liderazgos regionales, sino a las decenas de miles de progresistas supuestamente «bien informados» que fueron quienes le dieron el triunfo en la segunda vuelta. Ahora, que el gobierno de Castillo parece tambalearse una vez más, estos individuos proceden al rápido deslinde. Estemos advertidos ante su reciclaje, porque son los responsables de nuestra ruina.
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