Jorge Morelli
Breve historia del mercado y el Estado
El mercado necesita un arnés que el Estado debe proveer

Hagamos un paréntesis en medio de la tormenta. Cuando todo parece depender del instante siguiente es cuando más hace falta mirar lejos para descubrir las tendencias que en realidad importan. En este sentido, es difícil para nosotros —peruanos del siglo XXI, aplastados por el agobiante peso del Estado y su patológica interferencia en toda iniciativa ciudadana— comprender lo que fue el siglo XIX, el siglo del oro del capitalismo.
Luego de la Guerra de Secesión y el asesinato de Abraham Lincoln, la segunda mitad del XIX y la primera del XX fueron el siglo de la construcción de Estados Unidos. Lo que sigue es parte de esa historia, narrada en la serie llamada “The men who built America”, título traducido en You Tube como “Gigantes de la industria”. Fue una obra de empresarios, no de políticos.
Cornelius Vanderbilt, por ejemplo, comenzó en los transportes con un pequeño ferry y creó una inmensa flota de barcos de carga, pero la vendería luego para invertirlo todo en la construcción de ferrocarriles. Esa fue su visión. Construyó y adquirió líneas hasta lograr el control de la red de ferrocarriles más grande del mundo. Y edificó un palacio en Manhattan para conmemorarlo. No uno principesco, sino la Grand Central Station de Nueva York, donde confluirían todas sus líneas férreas. Un monumento a la libre empresa.
Más líneas de las que hacían falta hicieron que el negocio declinara. Vanderbilt buscó entonces monopolizar el transporte de algo que todos necesitaran: combustible para la luz. Encontró a un joven industrial que, en Cleveland, se abría paso en la nueva industria del petróleo. Su nombre, John D. Rockefeller. Vanderbilt lo invitó a Nueva York, le propuso una tarifa preferencial a cambio de la exclusividad en el transporte de su producto refinado en Cleveland, el kerosene.
Pronto un competidor de Vanderbilt (que tenía como socio a Andrew Carnegie), le ofreció a Rockefeller un mejor arreglo. Para cuando Rockefeller monopolizó el 90% de la producción de kerosene, el negocio de la energía se había vuelto más poderoso que el del transporte. Rockefeller impuso tarifas más bajas de transporte. Vanderbilt y su competidor contraatacaron formando un cartel. Rockefeller no intentó comprar su propia vía férrea. Lo que hizo fue inventar el oleoducto. Esa fue su visión.
¿Cuál fue el papel del Gobierno en todo esto? ¿Hubo inversión pública? ¿Trazó el Gobierno la ruta de las vías férreas? ¿Invirtió en la masificación del uso de la energía por ser de interés público? El Estado norteamericano básicamente se limitó a no estorbar. Años después, con Theodore Roosevelt, desarrollaría una política pública para regular los monopolios. Para entonces, sin embargo, la inmensa red de transporte y de energía, de costa a costa, había puesto los cimientos para la expansión industrial que fundó la mayor economía del mundo.
El mercado es la mayor fuente de energía económica sobre la faz de la Tierra. En su raíz se halla el talento para la innovación tecnológica en una economía libre, donde pueden respirar hombres como los que escribieron esa historia. Tal como se necesita una turbina para obtener energía eléctrica de una caída de agua, el mercado necesita un arnés que el Estado debe proveer. En nuestra economía, sin embargo, el arnés del Estado se ha convertido en una camisa de fuerza.
Más allá de la momentánea tempestad política, desde la perspectiva de lo que ha sido nuestra historia republicana, la primera tarea es liberar al Perú de esa prisión.
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