Dante Bobadilla
Banana Perú
El sueño de la izquierda hoy es destruir el Perú
Si la izquierda sale con su gusto de cambiar la Constitución, seguramente cambiarán de nombre al país, como hicieron chavistas y bolivianos. Un amigo me dice que deberían nombrarlo “República Bananera del Perú”, para reflejar el país insólito y precario que somos. Pero no estoy de acuerdo, es injusto con los países bananeros.
Las repúblicas bananeras eran países pequeños gobernados prácticamente por una empresa extranjera, la United Fruit Company; pero la verdad es que no les iba tan mal. Más allá de la explotación laboral, el país gozaba de orden y progreso. De hecho, Costa Rica es uno de esos países, y tuvo la suerte de no ser arrasada por las guerrillas comunistas, como sus vecinos. En muchos países las grandes empresas extranjeras fueron las que llevaron el progreso y el orden, y sentaron las bases de la institucionalidad.
Los países del Medio Oriente eran solo un amasijo de tribus nómadas peleándose en el desierto, cuando llegaron las compañías petroleras, que pacificaron y organizaron a las tribus, crearon un reino y un Estado con el cual pudieran negociar y firmar acuerdos. Recién allí empezó el progreso de esos países. Lo mismo pasó en Venezuela, donde el desarrollo empezó cuando llegaron las compañías petroleras a principios del siglo pasado. Fueron ellas las que crearon escuelas, universidades, clubes, instituciones, y les enseñaron a jugar beisbol. La debacle de Venezuela empezó cuando nacionalizaron esas empresas.
La historia de nuestros países está contada al revés para justificar nuestra miseria y atraso culpando a otros. En el Perú pasa lo mismo. Estábamos mejor antes de que Velasco expulsara a las empresas extranjeras y nacionalizara todo lo que le vino en gana. Engañaron a la gente con el cuento de la soberanía y la dignidad, montando el circo de la recuperación de la Brea y Pariñas con tanques de guerra y soldados de infantería, como si estuvieran recuperando Arica. Pero solo era un show barato. Bastaba un mensajero con una carta notarial para desocupar una vieja refinería, por la cual Velasco pagó una fortuna a la IPC, mientras a los peruanos les tiró perro muerto con bonos que hasta hoy no se pagan. Esa fue la soberanía de Velasco, uno de los más grandes charlatanes del nacionalismo y que solo dejó miseria.
Hoy en el Perú no manda ninguna empresa extranjera. Quienes mandan son los organismos internacionales que nos hacen la agenda política, las leyes y las políticas públicas. Como la agenda de género y el relamido ambientalismo, que ha frenado la inversión minera. El Estado hace agua, las instituciones son impredecibles, las autoridades regionales se enfrentan al Gobierno central, convocan paros y rechazan inversiones multimillonarias en zonas de pobreza. El presidente tampoco gobierna, sigue el libreto de las oenegés, se asesora con gente ajena al quehacer político e interpreta la Constitución como le viene en gana. Y las masas agitadas terminan siendo la autoridad final, endiosadas por las encuestas de una prensa servil.
Ya nadie recuerda lo que fue el Perú a fines de los ochenta. Era un país inviable, con un Estado en la ruina, sin reservas, endeudado hasta el cuello y moroso, sin recaudación fiscal, sin crédito y con un Estado gigantesco que generaba pérdidas. El dinero no valía nada. El Estado pagaba con cheques sin fondo. Los sindicatos estatales paralizaban todo a cada rato, porque todo era del Estado. Los terroristas de izquierda asesinaban, saboteaban y estallaban coches bomba por toda la ciudad. Era un auténtico infierno y —como hoy— no teníamos ninguna esperanza.
Pero los noventa salvaron al país. Se recuperó la economía, se derrotó al terrorismo, se reconstruyó la infraestructura dañada en todo el Perú, se reestructuró el Estado y se crearon nuevas instituciones, dándole autonomía al BCR. Llegó la inversión extranjera y el país se modernizó. En este siglo pudimos cosechar todo lo sembrado en los noventa. Pero nadie habla de esto. Una vez más, han contado la historia al revés. Han engañado y envenenado a la gente con una prédica nefasta, resaltando solo lo negativo. El sueño de la izquierda hoy es destruir el Perú que resultó de los noventa y volver atrás.
COMENTARIOS