Manuel Gago

Armas para la legítima defensa

Como en el Far West norteamericano

Armas para la legítima defensa
Manuel Gago
04 de septiembre del 2024


Dos eventos criminales marcaron la semana pasada: El intento de robo de un vehículo en la noche, en un lugar mesocrático de Lima; y el asalto a un cambista a plena luz del día en un lugar popular, en el emporio de Gamarra. Los delincuentes fueron filmados, no se llevaron el vehículo pero sí el dinero del cambista. En ambos casos no hubo ninguna reacción de los policías. El mito de la seguridad dentro de Gamarra fue destruido.  

Por las imágenes publicadas, el dueño del vehículo se defiende a balazos y hace huir a los asaltantes. Contrariamente, el cambista desarmado no pudo defenderse, y tampoco intentaron defenderlo sus vecinos, los comerciantes, las potenciales víctimas por las grandes sumas de dinero que manejan diariamente. 

El conductor del vehículo nos recuerda el Far West norteamericano: los buenos defendiéndose a balazos de los malos. Si los buenos ganaban, las sogas servían para colgar a los delincuentes sobrevivientes. El cambista nos recuerda el Holocausto. ¿Por qué las víctimas –los judíos– no recibieron apoyo de sus vecinos? Rabia y pena juntas. La misma pregunta va dirigida a los seis millones de venezolanos que huyeron de la dictadura comunista y, por qué no, a los peruanos que se fueron –tres millones, según se dice– escapando del senderismo asesino y destructor. La respuesta es por miedo y por estar desarmados. 

En ese lejano oeste, los justicieros ponían el pecho a los pistoleros y canallas que se apropiaban de los nacientes poblados y territorios productivos. En este siglo XXI, la figura de Marina Corina Machado es emblemática, pero –duele decirlo– estéril por la falta de armas y justicieros para dispararlas. 

Pero no vayamos lejos. El profesor y escritor Freddy Contreras cuenta magistralmente en Hija de la fortuna - Cause abierto. Narrativa de Junín cómo pelotones senderistas irrumpían en poblados dándose el lujo, a plena luz del día, de adoctrinar en colegios, cobrar cupos y “ajusticiar” con tiros de gracia, protegidos por desconocidos comisarios del maoísmo plantados en las comunidades. “El levantamiento comenzó un jueves, temprano. El ajusticiamiento planeado (por los senderistas) no terminó como estaba planeado. Ambos terroristas, con sendos puntazos en la nuca, sin gritar siquiera, se murieron”, cuenta Contreras y agrega que los tirapalos del lugar cruzaron la línea. Bebieron cañazo dando gritos de guerra. Fueron por más acompañados de sus mujeres e hijos. Prepararon la trampa armados de garrotes, cuchillos, chafles, rejones y piedras. “Paraditos se quedaron un rato. Sus ojos saltones, sus labios vertiendo hilillos de baba, cayeron. Otros garrotazos certeros en sus nucas terminaron con sus vidas criminales”. Los terrucos que asolaban las alturas de Junín fueron espantados por la misma población. 

Los comunistas y progresistas se oponen al uso de armas en legítima defensa. Sus narrativas elucubradas en bares barranquinos hacen creer a los despistados que las armas elevarán los niveles de violencia. ¿Ignoran que la partera de la historia es la violencia, según la máxima marxista? Y, para los auténticos pacifistas, la fuerza de las armas detiene guerras. Los enemigos y criminales pensarán mil veces antes de atacar al adversario armado. 

Los comités de autodefensa fueron el mejor aliado antiterrorista. Sacerdotes y pastores evangélicos lideraron la resistencia en ese Perú profundo que los socialistas utilizan hipócritamente para sus fines. En Gamarra, Miraflores y cualquier rincón del país, las armas ahuyentarán a los criminales que guerrean contra el país. Fracasaron con “la guerra popular del campo a la ciudad”. Cambiaron de estrategia. El “vendaval bolivariano” es una sumatoria de todas las violencias juntas.

Manuel Gago
04 de septiembre del 2024

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