Martin Santivañez
Agudizando las contradicciones
De quemar a los políticos se pasará a quemar al sistema

Marisa Glave acaba de sostener, en una entrevista y utilizando la vieja terminología marxista, que se están “agudizando las contradicciones” en el proceso político que atraviesa nuestro país. Ciertamente, para consolidar un momento revolucionario la izquierda tiene que apostar por la radicalización de las contradicciones con el fin de asegurar que el jacobinismo político, que se ha desatado desde el inicio de la crisis, reformule el sistema totalmente bajo unas condiciones más convenientes para sus objetivos. No nos engañemos, este es el objetivo máximo de la izquierda: de la crisis por la corrupción no debe surgir una reforma del sistema. Lo que se busca es implantar un nuevo sistema gramsciano en el que el copamiento institucional sea la nota política relevante. En suma, el viejo lema jacobino: reforma no, revolución sí.
Para eso hace falta agudizar las contradicciones. Y vaya que estas han sido agudizadas utilizando como pretexto la lucha contra la corrupción. El enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Legislativo ha llegado a un punto guerracivilista. La izquierda ha empujado al gobierno a la confrontación, y esta vez el Congreso parece dispuesto a presentar batalla. ¿Quién gana con este enfrentamiento? El radicalismo izquierdista. Ya sea en su versión moralizante y estructural o en su versión populista o radical, la izquierda peruana, tras sumas y restas, está convencida de que la destrucción del sistema traerá para ellos un amanecer rojo con una nueva Constitución. Es por eso que la reforma debe sincerarse y la oposición tiene que llamar a las cosas por su nombre: lo que la izquierda quiere es refundar el país.
Con otro nombre, nos enfrentamos al socialismo del siglo XXI. El tufillo chavista (destrucción de la oposición, revolución institucional, control de los tres poderes del Estado y clientelismo mediante el subsidio) se esparce con el apoyo del mercantilismo peruano, que intenta que varios de sus barones más prominentes del sector mediático y de la construcción no terminen en la cárcel. De allí que la estrategia haya sido transparente: si alguien tiene que ir a la cárcel que sean ellos, no nosotros. Solo así se comprende cómo en este país sonámbulo el tuerto moral se autoproclama rey.
Con todo, la política es virtud y también fortuna. El azar y la voluntad son fundamentales para comprender lo que sucederá en el país durante los próximos años. La población está harta de la clase dirigente, y pronto ese hartazgo se trasladará a todo lo institucional. Y también a lo mediático. De quemar a los políticos se pasará a quemar al sistema. Y de las cenizas del sistema es dudoso que la periferia logre subsistir. He allí el problema con los pirómanos: piensan que contemplar el incendio de Roma no los afectará jamás. No se dan cuenta de que el breve momento de éxtasis de Nerón siempre es el preludio de su propia destrucción.
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