Neptalí Carpio

Agonía de la República cleptocrática

Crisis y metástasis de un sistema político corrupto

Agonía de la República cleptocrática
Neptalí Carpio
16 de mayo del 2019

 

Si Max Weber hubiera nacido en el Perú a fines del siglo pasado, no hubiera escrito en estos tiempos y en estas tierras su brillante libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, sino algo así como “El espíritu mercantilista del capitalismo peruano y la agonía de la República cleptocrática”. Y les habría dicho a los economistas que quieren separar las características del mercado peruano del funcionamiento del Estado y del sistema político, que aquello es un craso error.

Hay una línea muy delgada entre las características del mercantilismo de gran parte de las élites del empresariado nacional y nuestra mal llamada clase política. Gran parte del empresariado genera una forma de acumulación rentista de capital, utilizando la ley cuando les conviene, o la eluden para beneficio propio. Este comportamiento es funcional con el agotamiento del Estado pos oligárquico de estos años y la debacle de una clase política que, en sus diversas vertientes —de derecha, de centro y de izquierda— está gravemente comprometida con la alta corrupción, especialmente en el caso Lava Jato y el Club de la Construcción. Aunque también es cierto que esa corrupción es transversal en todos los niveles del Estado, y como fenómeno social está presente de manera intergeneracional en diversos espacios e instituciones.

Tan grave es la galopante corrupción de los últimos 40 años como aquella presión sucesiva que diversos sectores empresariales, coludidos con diversas bancadas parlamentarias y grupos de variados intereses regionales, que durante los últimos 30 años el fisco peruano ha tenido un enorme forado de ingresos, como efecto de más de 250 exoneraciones tributarias para favorecer a diversos grupos económicos; mientras otros grandes, pequeños y medianos empresarios, profesionales y contribuyentes en general, pagan puntualmente sus impuestos y tributos.

Ese privilegio generado por las exoneraciones tributarias o diversas formas de elusión o evasión tienen directa relación con el funcionamiento del mercado. Algunos compiten sin ninguna ayuda o no necesitan el subsidio del Estado, mientras otros tienen la ventaja de maximizar ganancias por haber utilizado la ley y el parlamento para beneficio propio. Ya hemos visto como el anterior presidente de la Confiep, Roque Benavides, hizo todos los esfuerzos, sin ningún pudor, en el Congreso para lograr que una ley bloquee las sanciones por la elusión tributaria.

El agotamiento de la República cleptocrática muestra de manera cruda porque no hemos, hasta ahora, pasado a una etapa en la que sean los empresarios y una comunidad política democrática y honesta, los sujetos de una República cuyas instituciones probas se sustentan en una economía competitiva, sin privilegios del Estado. Y donde los empresarios, junto a la ciudadanía, lideren un espíritu de austeridad, de probidad y de reforma de las instituciones, como analizaba el sociólogo y economista alemán.

Max Weber señalaba en la obra mencionada que “El capitalismo actual, señor absoluto en la vida de la economía, educa y crea por la vía de la selección económica los sujetos, empresarios y trabajadores, que necesita”. Nada de eso tiene la tradición mercantilista en el Perú. No es casual que,en los países donde la ética protestante tiene correspondencia con el capitalismo democrático y de probidad, que ejercen sus empresarios, hayan emergido también, durante más de dos siglos, sistemas políticos en los que la corrupción casi no existe. Esa tradición no la hemos tenido en el Perú.

Como diría Jorge Basadre, en su obra Sultanismo, corrupción y dependencia en el Perú republicano”, lo que ha predominado en las elites peruanas es un mundo político dominado por el libre arbitrio del mandatario. El historiador peruano estableció una semejanza básica con el gobierno del sultán del imperio otomano. En el caso peruano, se traduce en una noción sencilla: el gobernante está por encima de la ley. Es más, la norma es su voluntad y puede aspirar a la famosa frase de Luis XIV: “El Estado soy yo” (acuérdense de las leyes y decretos legislativos para favorecer a Odebrecht y el Club de la Construcción). Es precisamente eso lo que está haciendo crisis y metástasis en estos tiempos en el Perú, con los rasgos dramáticos que ya conocemos.

Pero Weber les diría también a las iglesias protestantes del Perú, que en teoría son seguidoras de la tradición reformista luterana, que han equivocado el camino, han deformado los fundamentos de una corriente que tenía sustento en la moral, la austeridad y la relación directa con Dios, sin necesitar de la alta burocracia del clero. Ahora vemos a pastores evangélicos con enormes signos de riqueza, utilizando de manera perversa el diezmo de los feligreses o siendo participes de diversas formas de lavado de activos, que se alejan de las épocas aurorales del protestantismo. Y, por cierto, Weber se rasgaría las vestiduras al observar la involución de los sectores más conservadores, volviendo a las épocas de las cavernas al oponerse al enfoque de género del Ministerio de Educación. ¡Dios mío!, diría, ¡en lugar de propuestas trasnochadas de reducir la sexualidad a lo biológico y censurar el placer o inventar el peligro de una homosexualización, que solo existe en sus cabezas, ocúpense de liderar una corriente clerical contra la desigualdad del hombre y la mujer en el Perú!

Las formas más groseras de mercantilismo, el colapso de la clase política y la involución conservadora de determinados sectores de la iglesia son acaso las expresiones más agudas del agotamiento de una República que ha devenido en cleptocrática. Las generaciones que sustentaron la Constitución de 1979 y la Constitución de 1993 están duramente cuestionadas, más allá de sus logros y las honrosas excepciones que no involucran a representantes, políticos o miembros de la academia. En esta caracterización no podemos incluir a hombres brillantes y honestos como Haya de la Torre, Fernando Belaunde, Alfonso Barrantes, Valentín Paniagua, Luis Bedoya Reyes, entre otros. Pero el hecho concreto es que, hay por lo menos dos generaciones —las que nacieron en las décadas del cincuenta y setenta del siglo pasado— que no han podido crear ni cimentar una República donde la probidad y la eficiencia de gestión sea el signo distintivo de su evolución y su obra.

Afortunadamente, desde los intramuros de la República cleptocrática puede estar surgiendo algo nuevo. Desde diversos espacios, en la ciudadanía, desde las regiones, en las redes sociales, en el mundo empresarial, en las nuevas clases medias, en una nueva generación de fiscales y jueces, en la educación pública y privada y en sectores laicos de las iglesias están surgiendo los cimientos de un nuevo espíritu republicano. Pero eso será tema de otro artículo.

 

Neptalí Carpio
16 de mayo del 2019

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