¿A quién elegimos los peruanos?

No somos comunistas, en la última elección los peruanos elegimos entre Keiko Fujimori representante del capitalismo popular y Pedro Pablo Kuczynsky, de las canteras del empresariado tradicional. Ninguno de los candidatos que pusimos en segunda vuelta representaban doctrinas totalitarias. Ninguno de ellos proponía volver al estado comunista, al modelo fracasado de empresas públicas, al manejo protagónico de un estado empresario. El debate político no era contra la inversión privada, la estatización de los ahorros en las AFP ni la derogatoria de la ley de promoción agraria; tampoco era crear una aerolínea estatal ni cambiar el rol subsidiario del Estado en los medios de producción. 

Los peruanos veníamos de crecer sostenidamente, bajo una Constitución que relegaba al Estado a su función social –en educación, salud, defensa e infraestructura– y no a inmiscuirse en los medios de producción, donde había fracasado. El protagonismo económico se delegaba al sector privado y a millones de emprendedores. Así fue como logramos reducir la pobreza como nunca antes en toda nuestra historia. Derrotamos al terrorismo, capturamos y encarcelamos a esa lacra de asesinos, y estabilizamos la economía combatiendo la inflación. Habíamos aprendido del desastre estatista del Gobierno militar y del populismo irresponsable del primer Gobierno de García. El reto era modernizar el Estado, formalizar la economía y combatir los altísimos niveles de corrupción. 

Somos una sociedad con una importante vena conservadora, devotos del Señor de los Milagros, y que nos volcamos por millones a escuchar al Papa Juan Pablo II y a Francisco cuando nos visitaron. Quedó demostrado que no somos un pueblo ateo. Somos religiosos, laboriosos y con un profundo arraigo familiar. Hoy esta sociedad ha sufrido un cambio radical que no eligió, sufrimos un golpe de Estado, y anulamos el equilibrio de poderes.

Hoy nos encontramos a las puertas de volver a elegir a nuestros gobernantes para los próximos cinco años. Lo hacemos bajo un Gobierno que nos llena de desconfianza, en medio de una pandemia y una crisis económica sin precedentes. Sometidos insensatamente a cuarentenas y protocolos imposibles de cumplir, y amenazados los que por hambre tengan que salir a la calle, que pueden ser detenidos y recluidos en centros de detención temporal: los Gulag de Sagasti. ¿Cómo entenderán los niños menores que ven a sus padres encerrados en piscinas expuestos a la insolación y al contagio por haber salido a buscarles algo de comer? 

El comunismo es el enemigo de la libertad. A finales de la década del cincuenta, en lo que Mao llamó “el Gran Salto Adelante”, murieron cerca de 38 millones de personas a causa del hambre. Cambió las reservas de alimentos por armamento ruso. Durante su estancia en Moscú en 1957 Mao declaró: “Estamos preparados para sacrificar a 300 millones de chinos para alcanzar la victoria de la revolución mundial” (Mao, la historia desconocida, Jung Chang; pág. 539).

Podríamos enumerar los millones de rusos muertos y encarcelados por Lenin y Stalin. O sin ir muy lejos, la isla cárcel en que Castro convirtió a Cuba. El comunismo es Chávez y Maduro: es Venezuela, de la que seis millones de personas han fugado para no morir de hambre. Defendamos el Perú del comunismo, de los caviares que encandilan con su retórica humanista e igualitaria, pero que no son más que lobos disfrazados de corderos. Que los candidatos hagan un deslinde claro y contundente sobre el capítulo económico de la Constitución. El oportunismo, el populismo y la ambivalencia son el refugio de los cobardes. Cuidemos nuestros votos. Seamos los peruanos un fin en nuestro destino, y no un medio para los sueños utópicos de los parásitos comunistas.