Miguel A. Rodriguez Mackay

75 años de la Resolución 181

Y la verdad sobre la Embajada de Perú en Ramala

75 años de la Resolución 181
Miguel A. Rodriguez Mackay
05 de diciembre del 2022


El pasado martes 29 de noviembre se celebró el 75 aniversario de la Resolución 181 de la Organización de las Naciones Unidas sobre la denominada Partición de Palestina (explicaré más adelante su alcance y el problema entre Israel y Palestina). A propósito de la fecha, le he recordado al embajador del Estado de Palestina, Walid Ibrahim Muaqqat, mi interés –desde antes que fuera canciller del Perú– de llevar adelante la apertura de la embajada peruana en Ramala. Aunque durante mi gestión de casi cuarenta días la decisión gubernamental nunca fue tomada sencillamente porque –a diferencia del asunto con la autoproclamada República Democrática Árabe Saharaui, que expliqué al presidente Pedro Castillo y a su entorno más cercano, y desde luego a los ministros, sobre la necesidad de dar por concluido el errado reconocimiento por la incontrastable evidencia de su inexistencia jurídica para la comunidad internacional, lo que se hizo con la firmeza que corresponde al estricto acatamiento del derecho internacional y que solo es posible cuando se tiene poder para tomar decisiones correctivas– el tema de Palestina, en cambio, lo platiqué al entonces presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres Vásquez, quien me expresó su desacuerdo por creer que si el Perú abría la embajada en Ramala, nuestra relación con Israel iba a deteriorarse y entrar en riesgo los intereses concomitantes que supone el marco de dicha vinculación bilateral.

Torres no tenía idea –ni la tiene hasta ahora, que funge de jefe de asesores del gabinete de la nueva presidenta del Consejo de Ministros– respecto de ambos temas; es decir, el saharaui y el palestino, por supuesto completamente distintos y distantes. Su negativa no estaba fundada en bases jurídico-políticas sobre la cuestión israelo-palestina, sino en el cálculo político. Todo lo hicieron, entonces, irresponsablemente en función de las coyunturas políticas y por eso dieron vuelta a sus temores, y una vez “enderezado” el problema con los saharauis desempolvaron mi planteamiento sobre la apertura de la embajada peruana en Palestina.

Mi consecuencia de actuación en este tema ante la denegatoria inicial de Torres -era el tercer sábado de mi gestión y platicábamos en su despacho de la PCM muy temprano de ese día, a poco de entrar ambos a una reunión con el presidente Castillo para evaluar las repercusiones de la decisión del Gobierno de acabar con el absurdo reconocimiento de la RASD-, me impedía por principio abordarlo con el jefe de Estado en la idea de que al hacerlo por insistencia sería una clara impertinencia con dosis de obsecuencia provocando, si acaso convencía al presidente Castillo, seguramente una ulterior desautorización del mandatario sobre su presidente del Consejo de Ministros, lo que jamás hubiera hecho.

En definitiva, esa práctica vil que siempre he condenado, finalmente fue ejecutada conmigo como la baja maniobra en coordinación permanente con acciones exógenas -los jefes de las representaciones permanentes del Perú ante las Naciones Unidas – ONU, y la Organización de los Estados Americanos – OEA-, como la única forma que hallaron para que me alejara del mando de la cancillería en la idea de recuperar el control total de Torre Tagle que por supuesto consiguieron hasta la fecha. 

Al final, ya vimos que el presidente Castillo lo dijo en el marco de su viaje a la ciudad de Nueva York, en la tercera semana del mes de septiembre de 2022, durante su presentación en el septuagésimo séptimo período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, confirmando la ausencia de coherencia y concordancia en el gobierno del Perú en los temas relevantes de nuestra política exterior y de nuestra política internacional sobre el Medio Oriente, llevándolo por delante según cómo vayan surgiendo ciertos intereses específicos antes que los intereses nacionales que siempre son superiores y trascendentes. 

Mi posición siempre ha sido estimar y valorar a Israel como a Palestina como Estados y por tanto sujetos del derecho internacional con las mismas preeminencias y prerrogativas que supone el carácter soberano del que están investidos ambos pueblos como consecuencia de las calidades legadas de la Paz de Westfalia de 1648 que puso punto final a la Guerra de los Treinta Años y abrió un nuevo capítulo en la sociedad internacional con el concepto del Estado moderno y sus connotaciones jurídico-políticas. No olvidemos de que Israel aceptó en 1947 la Resolución 181 que emanó de una recomendación de la histórica Comisión de UNSCOP –la integró para orgullo de nuestra diplomacia, el excanciller Arturo García Salazar, y que siempre me recordaba el embajador Arturo García García, su hijo, también canciller del Perú, y prominente miembro Titular de la Sociedad Peruana de Derecho Internacional–, que lo hizo saber en su informe luego de efectuar una inspección in loco del territorio de la Palestina.

Siempre he creído que fue un error de Palestina no aceptarla o si prefieren, de rechazarla. Por dicha resolución se decidió la creación de dos Estados: Israel y Palestina. Por el referido error Palestina debió soportar sucesivamente la condición de Organización para la Liberación de Palestina - OLP, luego Autoridad Nacional Palestina - ANP y últimamente, aunque Estado soberano, sin contar hasta la fecha con la calidad de miembro pleno de las Naciones Unidas, sino únicamente la condición de Estado observador. 

En ese camino, es decir, que Palestina sea miembro pleno de la ONU como el Perú, y en cuya ruta creo firmemente, el Vaticano y su jefe de Estado, el Papa Francisco, por ejemplo, ha contribuido decididamente. En efecto, el Vaticano lo reconoció como Estado y Palestina inauguró hace pocos años su sede diplomática en Roma, todo un hito en la historia de la diplomacia pues los palestinos cuentan con una embajada que, conforme la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas (1961) -el Perú también es parte-, comporta una Misión con representación política de un Estado en otro, gozando con ello, del principio de inviolabilidad de la Misión Diplomática y de la inmunidad y privilegios que corresponde al jefe de la Misión y a los demás agentes de la referida embajada. 

En nuestro país tuvimos la Misión Especial de la Autoridad Nacional Palestina donde su jefe era el Representante de Misión Especial y desde hace ya varios años Palestina cuenta en el Perú su sede diplomática y a su representante se le denomina Embajador del Estado de Palestina en el Perú. Por tanto, abrir una embajada del Perú en Palestina es parte de la consecuencia de la política exterior que Torre Tagle debe conservar impoluta. Para ello, no es necesario esperar que Israel y Palestina logren la solución de sus problemas y por lo más importante: se trata de puros actos de naturaleza soberana del Estado peruano que no tiene por qué dar cuenta a nada ni a nadie. 

El Perú debe llevar adelante ese objetivo por cuerda aparte al problema entre Israel y Palestina que, por cierto, creerlo religioso y de larguísima data, es un error y en esta parte conviene explicarlo grosso modo. Las reivindicaciones recíprocas de ambos países de soberanía, por ejemplo, sobre el territorio de Jerusalén -incluye a la Ciudad Vieja- y que le da una alta connotación al problema de fondo, es una variable, eso sí, relevante del problema central: Un asunto de territorios. Los árabes, como he referido líneas arriba, no aceptaron la propuesta de la ONU de la mencionada Partición de la Palestina. Apenas proclamada la independencia de Israel (1948) y producida la conclusión del Mandato Británico sobre todo ese territorio -atributo que recibiera el Reino Unido por la Sociedad de Naciones, la antecesora de la ONU, luego de la Primera Guerra Mundial (1914-1919)-, los países árabes declararon la guerra a Israel, al considerar que estaban invadiendo sus tierras lo que siempre consideré un error porque las tierras son de ambos pueblos.

Después de la guerra de 1939, los judíos, siguieron retornando hacia el Medio Oriente -fue el proceso inverso a la denominada diáspora judía o diseminación de los judíos por el mundo: (No es el Éxodo que recuerda la salida del pueblo de Israel del cautiverio en Egipto hacia la Tierra Prometida). Desde entonces, los dos pueblos, que tienen un origen histórico-bíblico común en la enorme figura de Abraham como padre, y a Isaac (judíos) e Ismael (árabes), como a los dos hijos que son el origen de ambos pueblos, mantienen una relación conflictual, agudizada por la Guerra de los Seis Días (1967) en que las fuerzas de Israel tomaron el control de todo el Sinaí lo que fue la génesis de la denominada guerra preventiva luego desarrollada por Estados Unidos de América por la guerra del Golfo Pérsico en los años noventa y que Rusia, ha aprendido muy bien, llevándola adelante al invadir Ucrania en la idea de que si Kiev ingresaba en la OTAN consumaría un grave riesgo para sus intereses geopolíticos, lo que por cierto siempre he creído un completo pretexto.

La consecuencia de la referida guerra de los Seis Días fue una nueva realidad geopolítica que afirmó el drama de una relación violenta por el surgimiento de los refugiados palestinos que fueron expulsados de sus tierras y la aparición de los asentamientos judíos (colonos), que las ocuparon. Mientras Israel recurrió a la fuerza para imponerse, Palestina se valió del Hamás (domina en la Franja de Gaza) y el Al fatah (En Cisjordania) para responder con inobjetables acciones terroristas sobre el pueblo judío. 

Ninguno de los esfuerzos realizados en los últimos años ha permitido una solución permanente y duradera. Sin interlocutores válidos desde el último serio intento de paz a mediados de los años noventa en que descollaron el asesinado primer ministro israelí, Isaac Rabin y el líder palestino, Yasser Arafat, se ve todavía lejano, pero no imposible y lo dijo con firmeza y convicción creyendo siempre en la ventana abierta a la que jamás se debe renunciar en diplomacia. El Cuarteto de Madrid (EE.UU., Rusia, ONU y la U.E.), seguramente luego del final de la guerra entre Moscú y Kiev, que esperemos sea más temprano que tarde, deberá ser reactivado en el marco de la acertada normalización que emprendió Israel con los países árabes hace muy pocos años en la idea de ponerle ganas a crear un clima favorable en el Medio Oriente y que, estoy persuadido, en un segundo tiempo, coadyuvará para crear condiciones idóneas para que aparezca una luz al final del túnel que lleve hacia la solución entre ambos países con fronteras justas y seguridad recíprocas.

El propio presidente de EE.UU., Joe Biden a los pocos meses de iniciar su mandato, lo dijo: “Necesitamos una solución de dos Estados. Es la única solución…Pero les digo que hay un cambio. El cambio es que todavía necesitamos una solución de dos Estados. Es la única respuesta, la única respuesta”. A la fecha, sin fronteras definidas, ambos pueblos deben elevarse para reconocerse mutuamente como Estados y negociar por unas tierras que pertenecen a los dos.

Recordemos que la aprobación del parlamento de Israel de considerar al país creado como consecuencia de la referida Resolución 181 de la ONU (1947), como “Estado nación del pueblo judío” no me parece insensato porque reconoce la presencia histórica de la nación judía que nadie podría desconocer; sin embargo, no lo es que contando Israel con un 20% de su población árabe, se haya decidido que única y solamente lo sea judía. Los árabes israelíes reconocidos en la Constitución de Israel como ciudadanos que incluso tienen una importante representación en la Knesset como también se denomina al parlamento, confirma lo que era lo que todos sabíamos, es decir, que las poblaciones árabes no cuentan políticamente con una calidad ciudadana en modo relevante. ¿Acaso los árabes que viven en Israel llegaron a ese territorio por un proceso migratorio?

Así como los judíos, los árabes siempre han poblado ese territorio que a lo largo de la historia ha sido denominado territorio de Judea o territorio de la Palestina, por lo que constituye un completo despropósito ignorarlos. Jesucristo fue un judío que nació en la ciudad palestina de Belén y vivió en Nazaret, ciudad de Israel que cuenta con la mayor población árabe. Desde Metula por el extremo norte de Israel hasta Taba por el extremo sur del país que conocí gracias al gobierno de Israel a través del MASHAV, existen incontables localidades o barrios árabes, que han debido soportar los estragos de la animadversión surgida por el conflicto que mantiene Israel con Palestina agudizado por la referida Guerra de los Seis Días de 1967 en que las fuerzas armadas del país de David Ben-Gurión, sorprendieron en una guerra relámpago a los países árabes, arrebatándoles territorios que hasta ahora no han sido devueltos en su totalidad.

Hay que decirlo siempre. La referida indiferencia es reconfirmada cuando la anotada aprobación parlamentaria establece que solamente los judíos tienen derecho a la autodeterminación volviendo a los árabes perfectos extraños en la tierra que los vio nacer. Finalmente, decide que la única lengua oficial es la hebrea, desestimando a la árabe que lo era; de allí que los habitantes árabes (aproximadamente 1,8 millones), en la práctica son como ciudadanos de segunda categoría.

Siempre pegándonos a la veracidad de los hechos y a la justicia por los reclamos de ambos Estados, Israel y Palestina deben vivir en paz que no tienen. Para conseguirlo deberán elevarse y ello supone, a mi juicio, capacidad para mirarse sin odios ni resentimientos, capacidad para devolver los territorios ocupados por Israel y capacidad para acabar con los actos terroristas producidos dentro de Palestina por sectores exógenos a la mayoritaria voluntad del pueblo, que le arrebatan a los israelíes su legítimo derecho de vivir en paz y sin sobresaltos, siempre amenazados. En ese marco bilateral, no es que el Perú esté en medio. Nada de eso. Es nuestro deber mantener las mejores relaciones con ambos Estados y es nuestro deber jamás parcializarnos con alguno de ellos si no, en cambio, adherirnos a las reglas del derecho internacional que siempre conducen a lo justo y equitativo. 

La apertura de la embajada peruana en Ramala es tan importante y necesaria como la que contamos en Tel Aviv. Nuestra vocación debe ser absolutamente ecléctica, ponderada, sin sumarnos a los adjetivos contra Israel o contra Palestina. Es nuestro deber como Estado miembro de la ONU contribuir a la armonización de las mejores relaciones entre los Estados de la comunidad internacional.

Atendiendo al histórico pasado geopolítico común de Israel y Palestina, nos corresponde mantener la mejor de las relaciones con ambos pueblos, pegados a nuestra tradición de país con política exterior de la integración y no como ahora de la desintegración, que se ha hecho, por ejemplo, imperdonablemente con Marruecos que, por lo demás, es uno de los Estados árabes más influyentes en la actual dinámica de la política internacional del Medio Oriente por su clarísima estrecha vinculación con los Estados Unidos de América y por su decidida elevación para mantener una importante relación con Israel y conservando intacta su adhesión incólume a las causas históricas del mundo árabe como lo fue en el pasado el panarabismo. 

 

Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Excanciller de la República

Miguel A. Rodriguez Mackay
05 de diciembre del 2022

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