Vizcarra solo en el escenario

El retroceso del Fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, en cuanto al relevo de los fiscales Lava Jato, quebró una de las resistencias institucionales a la amplia coalición institucional y política que lidera el presidente Vizcarra. Si bien el retroceso de Chávarry es un triunfo de los medios tradicionales y de los sectores de izquierda que gobernaron con Toledo, Humala, PPK y Villarán, resulta —sobre todo— la victoria de Vizcarra. El jefe de Estado hoy está más empoderado que nunca y quizá su popularidad solo se pueda comparar con los niveles aprobación que alcanzaba Alberto Fujimori en los noventa. El tuit de Keiko Fujimori en el que se allana a la iniciativa presidencial sobre la reorganización de la Fiscalía rubrica con aires de tragedia la faena vizcarrista. El jefe de Estado está hoy casi solo en el horizonte.

Con la oposición judicializada, seguramente los singulares gestos de Keiko Fujimori se multiplicarán. Ahora que el presidente Vizcarra está casi solo, ahora que casi no existe oposición, ¿hacia dónde apuntará la agenda presidencial? Si el Congreso se ha allanado y en el Ministerio Público no hay resistencias que batir, no existe enemigo que enfrentar y, por lo tanto, lo bueno y lo malo que sucede en el país comienza ser directa responsabilidad del personaje que detenta el poder.

Bueno, ahora que Vizcarra contempla solo el escenario, ¿cómo va a hacer para continuar? ¿Qué va a hacer el Presidente en este escenario? ¿Inventarse un enemigo frente a los tuits cada vez más amigables de la familia Fujimori? Esas paradojas tiene la política. Ganas una guerra, bates a un enemigo, para enfrentar un adversario superior.

Fujimori como Vizcarra, ambos respaldados por la popularidad del momento, impulsaron reformas del sistema judicial. Si bien el primero no respetó la constitucionalidad establecida, ambos se convirtieron en las encarnaciones de “la lucha contra la corrupción”. Pero aquí viene el detalle. El Fujimori de los noventa sustentó su popularidad y su gobierno en las reformas económicas desreguladoras más audaces del siglo XX, que organizaron la economía y la sociedad que hoy contemplamos y vivimos. No solo eso, sino que el fujimorato restableció la autoridad del Estado frente a la ofensiva terrorista que llegó a controlar un tercio del área rural. A partir de esas reformas el país se volvió viable.

¿A qué vamos? A Vizcarra no le bastan las reformas del sistema de justicia y del Ministerio Público para mantener su popularidad. Tiene que gobernar y hacer reformas. Y allí el asunto está más que complicado, porque solo existen dos caminos: o se profundizan las reformas promercado para agregar productividad y competitividad a la economía o se enrumba a las fórmulas estatistas que rinden frutos en el corto plazo, pero que desgracian a los pueblos y sus gobernantes.

Es evidente que si Vizcarra se compra el pleito de las reformas de segunda generación (reforma laboral, shock de inversiones en infraestructuras, recentrar la reforma de la educación, transformación del sistema de salud) habrá garantizado su popularidad en el mediano plazo y habrá justificado ante la historia la derrota que le propinó a Fuerza Popular, una fuerza que renunció a liderar las reformas desde el Congreso, no obstante que siempre tuvo el número de votos.

Ahora bien, si la voluntad de gobernar y hacer reformas avanza al lado de la decisión de controlar instituciones para tentar una supuesta reelección en el largo plazo, las cosas terminarán mal. Si, por el contrario, el jefe de Estado lidera las reformas respetando la institucionalidad, se convertirá en el gran reformador post Fujimori. Y en el 2026 postulará en olor a multitud.