LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
¿Todos contra todos?
La guerra de los políticos favorece a la aventura.
El escenario político vuelve envilecerse con la híper judicialización de la política, un fenómeno peruano, donde el político, el congresista, demuestra su alma de policía, y acusa a diestra y siniestra al adversario político. Por ejemplo, entre el cruce de espadas entre Marisol Pérez Tello y Nadine Heredia, únicamente las dos féminas son las ganadoras. La primera porque consigue unas primeras planas y ciertas entrevistas y la segunda porque tiene la oportunidad de victimizarse y recuperar capital político.
Luego de esta esgrima, el oficialismo se lanza contra Keiko Fujimori. Se denuncia a su esposo, no porque tenga cuentas dudosas sino porque no las tiene. Luego el inexplicable Daniel Urresti, procesado por el asesinato de un periodista, acusa a la lideresa del fujimorismo de haber duplicado su patrimonio. Quizá el ex ministro se gane una buena nota, pero si sumamos los ataques a García, Toledo, y posiblemente a PPK, ¿quién se beneficia de este escenario de todos contra todos?
Antes una precisión. Desde aquí no aceptamos el chantaje que señala una supuesta complacencia con la corrupción. La democracia y la libertad son sistemas anticorrupción en sí mismos, sin embargo para que el sistema funcione los políticos no deben pretender reemplazar a policías, fiscales, ni jueces. Cuando eso sucede, generalmente, asistimos al bloqueo constitucional en América Latina.
Los potenciales beneficiados de esta floresta de imputaciones son los sectores que no se sienten representados por el llamado elenco estable de la política (Keiko Fujimori, Alan García y PPK). Entre ellos hay intelectuales demócratas, pero también la izquierda anti sistema que contempla cómo sus ideas se hacen puré ante el aumento del bienestar y la reducción de pobreza en el país.
El problema es que una mayoría relativa no se siente representada por el señalado elenco estable. Ese espacio es ancho y ajeno, impredecible, resultado natural de nuestra democracia que ha reducido pobreza, pero sin partidos políticos.
De esa guerra que liquida a ángeles y demonios se puede desencadenar entonces cualquier resultado y es el medio ambiente para el aventurero. Quizá por eso Urresti persista con la política no obstante que la soga judicial ya le aprieta el cuello. Sin embargo es la izquierda antisistema la más interesada en que el desmadre prospere. Dicho sector pretende que el sistema, lo existente, se desplome o se desmorone.
Sin embargo existe otra posibilidad ante la guerra sin pausa que hoy libran los políticos. Que la gente de a pie, simplemente, acepte que esa vena judicial y ese espíritu policial forman parte de la naturaleza de los políticos peruanos, del folclore público, y termine ignorando todos los intentos de empapelar al rival.
El problema es que ni fujimoristas, ni apristas, ni pepekausistas, hoy parecen entender que semejante rosarios de denuncias, finalmente, pueden gestar una ola adversa que los termine tragando e inaugurando el espacio de lo impredecible. De allí que los militantes del elenco estable también echen leña al fuego cada vez que se presenta la oportunidad.
Los líderes que hoy encabezan las encuestas deberían entender que el debate de propuestas sobre cómo enfrentar el frenazo económico, el desborde de la criminalidad, y sobre cómo abordar las reformas de segunda generación son las únicas recetas que podrían mantenerlos en las preferencias de los electores. Todo lo demás corresponde a los juegos de azar.
Por Víctor Andrés Ponce
22 – Julio – 2015
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