LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Sagasti y el relato progresista que encumbró a Castillo
Las izquierdas mesocráticas en busca de una representación propia
El ex presidente Francisco Sagasti reapareció en la escena nacional proponiendo que se recolectaran firmas para presentar un proyecto de ley para el adelanto general de las elecciones. Más allá de los fuegos de artificio de la propuesta –el proyecto tendría que ser aprobado previamente por el Congreso– es incuestionable que la reaparición de Sagasti tiene un objetivo político: buscar que la ciudadanía establezca una comparación entre su administración transitoria y el Gobierno de Pedro Castillo.
Cualquier comparación con Castillo produce una victoria, y Sagasti y las corrientes progresistas lo saben. El ex presidente Vizcarra también tiene la misma estrategia. Sus permanentes apariciones buscan la comparación con Castillo, al margen de que su administración haya sido la más destructiva de la reciente historia: finalmente detuvo dos décadas de continuidad institucional (cuatro elecciones sucesivas sin interrupciones), a punta del referendo y los llamados golpes de masas del caudillo plebiscitario.
La estrategia progresista de buscar una representación propia parte de un problema estructural del sistema político nacional: la irresponsabilidad y frivolidad de las derechas peruanas, que se niegan a las convergencias y la unidad, tal como lo hacen y lo han hecho (excepto en Venezuela y Chile) todos los sectores que han detenido los proyectos comunistas y colectivistas en el mundo.
La ausencia de la unidad republicana es la fuente de estas estrategias, que no tendrían posibilidades algunas de prosperar. Si hubiese un representante o representantes unificados de las fuerzas democráticas solo habría que sostener que sin los relatos progresistas (que representan Vizcarra y Sagasti) de ninguna manera habría sido elegido Pedro Castillo. De ninguna manera.
Castillo es el exabrupto del triunfo de una guerra cultural de las izquierdas. El relato de la Comisión de la Verdad y Reconciliación nos dijo que Fujimori era igual a Guzmán y que “en el conflicto armado interno” la respuesta del Estado fue igual al genocidio senderista. El resultado: la gente eligió al candidato más incapaz de toda nuestra historia republicana, con vínculos con el maoísmo, y con el voto enardecido de jóvenes educados en el mismo fervor religioso que los muchachos de la revolución cultural china.
Vizcarra y Sagasti son la representación antropomórfica de los relatos progresistas que encumbraron a Castillo. Ambos continuaron, con diferentes niveles de intensidad, la guerra política que hirió de muerte el sistema republicano y desencadenó un Ejecutivo influenciado por las corrientes comunistas más ortodoxas del planeta. Ambos pudieron detener la polarización que destruía a la República. No lo hicieron. Y ahora pretenden salvarnos con el adelanto electoral.
En cualquier caso, nadie sabe cómo culminará la actual tragedia nacional. Lo que es evidente es que si pretendemos superar una de las noches más negras de la República tendremos que superar el sistema institucional, la cultura y los relatos que encumbraron a Castillo en el poder.
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