Oposición: el nuevo centro de gravedad

Sobre congresistas que cambian bancada en Congreso de la República

Uno de los monumentos de la anti política probablemente sea la conversión de la cómoda mayoría parlamentaria nacionalista en una minoría más del Legislativo. En todo caso, aquí hay abundante material para los sociólogos e historiadores que se propongan desentrañar los vicios y virtudes de la actividad pública luego de la crisis de los partidos del siglo pasado, la compra y venta de curules por el lado oscuro del fujimorato y el descrédito general del espacio público. En la estatua actual de la anti política no parece haber corrupción ni venalidades sino, simplemente, soberbia, impericia, adolescencia y deficiencia en general.

Pero las fracturas no solo se produjeron en la bancada nacionalista sino que, como si la fuerza de gravedad se hubiese trasladado de un centro a otro, también hubo desgajamientos en bancadas como Solidaridad Nacional y Unión Regional, grupos que, de una u otra manera, actuaban con ponderación y excesiva consideración hacia el oficialismo. La mayoría de disidentes engrosaron una bancadas de oposición más treja como Concertación Parlamentaria (Apra).

Una interpretación de las escisiones es que la caída de la popularidad de Ollanta Humala y Nadine Heredia y la inviabilidad de cualquier estrategia de reelección conyugal han creado una sensación de naufragio y todos saltan del barco que se hunde. Es evidente que existe algo de eso. Finalmente, el régimen entra a su cuarto año con varias banderas arriadas y con el casco y la proa averiados. Pero las cosas no pueden explicarse solo desde esa aproximación.

Quienes saltan del barco también lo hacen porque el oficialismo en estos tres años de democracia se convirtió en la principal fuente de crisis y polarización políticas. Las intromisiones en la función ministerial de Nadine Heredia y la guerra popular prolongada iniciada contra la candidatura de Alan García agotaron no solo al país sino también a los congresistas y, de pronto, todos entendieron que el centro de gravedad tenía que trasladarse a la oposición. Y así sucedió. El oficialismo ya no es mayoría en el Congreso.

De allí que la jefa del Gabinete, Ana Jara, y la propia Nadine Heredia hayan salido a precisar que no hay reelección conyugal porque la ley no lo permite. El objetivo: conseguir el voto de investidura del Gabinete.

Si el oficialismo ha sido la fuente de ingobernabilidad es hora de que la oposición cargue sobre sus espaldas la gobernabilidad. En democracia las cosas se presentan así. Humala y Heredia han demorado mucho en aprender a hacer política en democracia y se consumieron en una hoguera de vanidades y prejuicios ideológicos. El resultado es el país que traquetea al borde de la autopista, la desaceleración, el Legislativo sin una clara mayoría y la profundización del desprestigio del espacio público.

Felizmente, los actores y los grupos políticos, no obstante sus conocidas deficiencias, han aprendido de las confrontaciones y bloqueos políticos entre el Ejecutivo y en el Parlamento del siglo pasado, que llevaron a interrumpir la democracia en 1945, 1968 y 1992. Los regímenes de Alejandro Toledo, de Alan García y del propio Humala (antes de las comentadas escisiones) no gozaron de mayorías absolutas y necesitaron alianzas para gobernar. Y la oposición entendió que no podía bloquear. El resultado es evidente: tres procesos electorales sin interrupciones y la viabilidad de una política económica que, pese a la desaceleración, es una de las protagonistas centrales de este Perú moderno que emerge.

En síntesis, tal como están las cosas, la oposición tiene el deber ineludible de convertirse en la principal fuente de gobernabilidad. Veremos, dijo un ciego.

Por Víctor Andrés Ponce