Odebrecht y el antisistema

El intento de jaquear el modelo político y económico

Una de las preguntas que deberían formularse los líderes del espacio público —ya sean políticos, periodistas o intelectuales— es si la agenda del país inevitablemente se reducirá al cataclismo político que desatará el caso Odebrecht. Quizá todavía no exista la consciencia de lo que puede significar contemplar a un ex presidente de la democracia posnoventa ingresar a la cárcel. Todavía no sabemos qué reacciones se desatarán en la sociedad ante un hecho semejante. Ante un escenario de ese tipo, a lo mejor, la pregunta correcta es, ¿a quién le conviene que el Perú se convierta en el gran tribunal del caso Odebrecht?

Es evidente que las propuestas antisistema apostarán a que las denuncias, las investigaciones y procesos del caso Lava Jato se vinculen con el sistema político vigente de los últimos quince años y con el modelo económico del último cuarto de siglo. Gregorio Santos, un ex gobernador regional embarrado hasta el cuello con la corrupción, ya ha comenzado a afirmar que la corrupción está inevitablemente ligada al modelo neoliberal. Y leer la encuesta de Ipsos que nos señala que más del 90% de los encuestados cree que Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala están comprometidos, nos indica la gravedad de los acontecimientos. Todos los ex jefes de Estado de la democracia posnoventa son percibidos como parte del sistema de corrupción. El antisistema, pues, puede organizar un escenario a su favor.

Para enfrentar a la estrategia antisistema, en la democracia se debe ser capaz de desarrollar una profilaxis en la que se destierre cualquier intención de impunidad, se investigue y se procese caiga quien caiga y, sobre todo, se permita que las instituciones se fortalezcan ante el yerro de los hombres. Si el Ministerio Público, el Poder Judicial y el Congreso actúan con celeridad, sin contemplaciones y sin interferir en la diversidad de funciones al final se demostrará que la democracia es el único sistema en donde existe una profilaxis institucional que permite regenerar el tejido político.

Sin embargo la estrategia antisistema de convertir al Perú en un gran tribunal del caso Lava Jato también debe ser enfrentada ideológicamente. En primer lugar, solo en democracia los ex jefes de Estado y los más encumbrados van a la cárcel. Así sucedió con la corrupción de los noventa y así sucederá con el caso Lava Jato.

En segundo lugar, la corrupción que azota América Latina proviene del estado mercantilista de Brasil, que hizo “capitalismo para los amigos”. El fracaso económico de la izquierda en la región también está envuelto en la corrupción que promovió el Partido de los Trabajadores de Lula. Odebrecht es la idea de empresa ligada al Estado, al amigo presidente, y la mayoría de casos de corrupción están vinculados con los funcionarios de otros estados. En Chile, Perú, Colombia y México —países de la Alianza del Pacífico, donde el sector privado aporta la mayor parte del PBI— las compañías privadas (salvo excepciones) han crecido de cara a la globalización, sin relaciones estatales. Las cosas entonces están claras.

¿A qué viene todo esto? Enfrentar la estrategia antisistema para convertir al Perú en un gran tribunal del caso Lava Jato también implica forzar a que los temas de reforma se impongan en la agenda pública. Por ejemplo, el paquete desregulador del Estado —el más audaz del último cuarto de siglo— que impulsa el Gabinete Zavala casi ha pasado desapercibido. Eso no puede suceder.

Poner las reformas de segunda generación en la agenda pública inevitablemente nos obliga a señalar que el Perú atraviesa el mejor momento de su historia: avanzamos hacia la quinta elección nacional sin interrupciones, se ha triplicado el PBI, se ha reducido la pobreza a solo un quinto de la población y las clases medias se han expandido como nunca. Bueno, pues, el antisistema, pretende usar el caso Lava Jato para terminar con el mejor momento de la historia nacional.