LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Notas sobre el ecologismo radical
¿Busca en verdad defender el ambiente o cambiar el modelo económico?
Todos sabemos que la historia y el progreso nunca son lineales, no avanzan en líneas rectas, sino en zigzags, en círculos y, a veces, las cosas vuelven al mismo lugar desde donde partieron. La misma reflexión vale para las ideas. Con la caída del Muro de Berlín algunos vaticinaron el fin de la Historia y consideraron que el lugar del marxismo y de las ideologías anti-globalización era el sarcófago intelectual. Gravísimo error. Los radicalismos están de vuelta en todos los lugares del planeta y con los más curiosos y diversos ropajes.
La más virulenta reacción anti globalizadora se produce en el mundo árabe con la resurrección de los fundamentalismos religiosos. La matanza de San Bartolomé entre católicos y hugonotes de la Edad Media se reedita con más crueldad en el mundo islámico, pero con millones de espectadores a través de la televisión, las redes sociales y la explosión de las tecnologías de comunicación. En América Latina creíamos que el fin de la Guerra Fría nos iba a librar de los radicalismos. Otro tremendo yerro. Los proyectos bolivarianos se apoderaron de una gran parte de América Latina, pero con el derrumbe económico de Venezuela algunos ahora consideran que hemos pasado el temporal. La persistencia en el error es una característica de los hechos históricos.
Uno de los radicalismo más elaborados, más sistematizados y, por lo tanto, de más potencia ideológica anti globalizadora y anti mercado es el ecologismo radical. Los profesores marxistas, los ideólogos socialistas y los comunistas militantes (como la IV Internacional trotskista) desde antes de la caída del Muro de Berlín venían metamorfoseándose ideológicamente hacia una concepción “ecológica”.
El razonamiento de los llamados eco-socialistas o eco-comunistas es más o menos el siguiente: Desde la revolución industrial capitalista, hace 200 años, el cambio climático es inevitable. Desde la Segunda Guerra Mundial se ha producido la gran aceleración de este proceso. El único camino para detener la barbarie de la tierra es deteniendo al capitalismo.
En el Perú la representación política de esta ideología es el partido Tierra y Libertad, liderado por Marco Arana. Algunos militantes de esta agrupación sostienen que el país no debería crecer más de 2% del PBI para mantener el equilibrio de los ecosistemas. Pero, ¿cómo detener el desarrollo de las fuerzas productivas? Si gracias al capitalismo y a la globalización se ha extendido el bienestar a casi la mayoría de la humanidad: de 7, 000 millones de personas en el planeta, solo 1,000 millones se consideran pobres. En tiempos de Malthus semejante resultado solo se explicaría por un milagro de los cielos. El Perú todavía tiene un 23% de pobres. ¿Alguien se atreve a proponer que se detenga el crecimiento?
El gran problema del ecologismo radical es la inviabilidad de sus propuestas, porque nadie puede detener la economía. Por ejemplo, la campaña y movilización violenta contra la minera Manhattan en Tambogrande produjo una catástrofe ecológica: se ahuyentó a una minera transnacional que podía ser fiscalizada por el Perú y el mundo, que iba tributar puntualmente al fisco. Y en vez de Manhattan, miles de mineros informales comenzaron a explotar oro envenenando con mercurio el limón y el mango de la zona, y todos los ecosistemas volaron por los aires.
La experiencia de Tambogrande con el ecologismo radical nos lleva a preguntarnos legítimamente aquel busca preservar el medio ambiente o, en realidad, se propone cambiar el modelo económico. ¿Por qué no dicen nada ante la basura que nos ahoga y los desagües que envenenan todos los ríos? El agua está contaminada y callan, pero si gritan contra las inversiones mineras que solo usan el 1% del agua y luego la reciclan. En todo caso, si alguien cree que este tipo de radicalismo no merece atención, solo basta recordar que la actual desaceleración tiene mucho que ver con el ecologismo radical. ¿O no?
Por Víctor Andrés Ponce
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