Manuales de guerra y segunda vuelta electoral

En el sistema republicano la segunda vuelta electoral es el momento político en que más se reproducen las leyes de la guerra. Sin embargo, la naturaleza de la política republicana y democrática es una sola: fomentar la cooperación, los pactos y acuerdos, para evitar que los rivales desarrollen la guerra.

No obstante estas consideraciones en la segunda ronda solo se tiene un objetivo: eliminar las posibilidades electorales del adversario.

De otro lado, los sistemas republicanos se construyeron siempre para elegir el mal menor, lo que más se acerque al ideal de perfección. El bien perfecto solo es el objetivo de las utopías totalitarias que han bañado en sangre a la humanidad. Los totalitarismos bolcheviques y nazis hablaban del paraíso terrenal en la tierra, de la sociedad perfecta, del líder perfecto, pero solo ensancharon los cementerios y la pobreza.

¿A qué vienen estas reflexiones? Porque de alguna manera este el escenario y las variables en las que se desarrolla la segunda vuelta electoral en el Perú. Es hora de definir el mal menor y anular las posibilidades electorales de cualquier proyecto que amenace las libertades.

En este contexto, no existe la menor duda de que la candidatura de Keiko Fujimori es el mal menor. La candidatura de Pedro Castillo representa la convergencia de maoístas, corrientes cubanas y diversos sectores del eje bolivariano. El frente comunista de Castillo es incluso más ortodoxo que otras corrientes colectivistas conocidas. 

Planteadas las cosas así, y considerando el anti voto que la progresía colectivista cultivó en las últimas dos décadas en contra del fujimorismo, ¿cuál es la única posibilidad de Keiko de ganar la elección? Una sola: que se demuestre que hay un mal mayor, una amenaza superior a las libertades políticas y económicas que los peruanos hemos construido en las últimas décadas. Semejante razonamiento, absolutamente justificado y apegado a la verdad, es un principio ineludible de la guerra. 

Todos los ejércitos ganan las guerras definiendo un enemigo principal y sumando diversos aliados en contra de esa amenaza total. No hay guerra victoriosa sin enemigo principal, sin aliados y sin una base social que fundamente la defensiva y la ofensiva. 

Los estrategas cubanos, venezolanos y argentinos detrás de la campaña de Castillo conocen más que nadie estos principios. De allí que pretendieran utilizar la encuesta de IEP –de la semana pasada–, en la que Castillo aumentaba sus ventajas electorales sobre Keiko sin incrementar un solo punto. La estratagema era perfecta: la ola anticomunista solo afectaba a Keiko Fujimori.

No obstante, la guerra contra el comunismo no es una guerra de los fujimoristas. Es una guerra de amplios sectores de la sociedad. Por eso las clases medias hoy se han convertido en una de las clases más activas de la reciente historia electoral. La estratagema cubana no pasó y, al cierre de esta edición, Pedro Castillo se esforzaba por aclarar que no es comunista, no es chavista y no es bolivariano.

La ola anticomunista que desarrollan las clases medias continúa sin cesar. Claro que eso no basta para ganar. Keiko debe representar las reivindicaciones de los sectores D y E, los más excluidos y los mayores bolsones electorales, en contra del Estado fallido de la administración Vizcarra y la progresía colectivista.

Sin embargo, el anti establishment de Keiko solo puede prosperar dentro del gran principio de la guerra acerca del enemigo principal, de la ola anticomunista. Si no fuese así, Castillo ganaría la representación del antisistema por goleada. Incluso la estrategia de humanizar a Keiko solo funciona dentro de ese gran principio de la guerra.

La gran paradoja: hoy solo los principios de la guerra sirven para preservar los principios republicanos, los pactos y entendimientos.