LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
López Meneses y el gobierno arrinconado
La amenaza autoritaria de ayer es ahora la imagen de la debilidad y la fragilidad.
En el preciso momento en que el gobierno parece organizarse en función del relevo democrático del 2016, porque los hechos indican que no habrá reelección conyugal, la investigación del inusual resguardo policial a la casa de López Meneses resucita la polarización. Se ajustan algunas tuercas en el Congreso y, ante el intento de implicar al Presidente de la República, el oficialismo busca desmarcarse con uñas y dientes del tema. Luis López Meneses percibe que lo dejan caer y, en Radio Capital, lanza una lluvia de acusaciones que de confirmarse desatarían una crisis de gobernabilidad sin precedentes.
De pronto, un régimen del que se sospechaba que tenía un proyecto para perpetuarse en el poder, hoy comienza a ser motivo de preocupación democrática: si las acusaciones se probaran, algunos podrían solicitar la vacancia presidencial. Tremenda paradoja. La amenaza de ayer es hoy la imagen de la debilidad y la fragilidad. De una u otra manera, una clara figura de los proyectos autoritarios que se repliegan.
Ollanta Humala llegó al gobierno sin un partido ni nada parecido a una colectividad. Nadine Heredia, la esposa y Primera Dama, se encargó de organizar el régimen y se impuso a ministros y a su bancada parlamentaria. De otro lado, en el área militar y policial se comenzó a controlar los ascensos y promociones de la jerarquía militar. El estilo de gobernar se parecía mucho más al del fujimorato que al de los regímenes democráticos de Alejandro Toledo y Alan García. En este contexto, ¿es extraño sospechar de relaciones non sanctas con la casa de Luis López Meneses? De ninguna manera. Pero vale subrayar que, en democracia, la suspicacia es uno de los peores enemigos de la estabilidad.
Si las cosas en el gobierno iban en ese sentido, ¿qué sucedió? El asunto es simple: ningún proyecto autoritario en América Latina funciona al margen de la popularidad y la intención de voto de Heredia no prosperó como para atreverse al ensayo. En ese contexto, modificar el estilo de gobierno para adecuarse a los estándares democráticos toma su tiempo, e implica distanciamientos de sectores que antes se pretendía aglutinar. Semejante proceso debilita antes que fortalecer, sobre todo cuando el guiño autoritario estuvo acompañado con amagues estatistas que minaron la confianza del empresariado y desplomaron el crecimiento de la inversión privada.
Hoy tenemos un gobierno extremadamente débil. Es una paradoja digna de una tesis doctoral. Ante cada intento autoritario el régimen acrecentó su vulnerabilidad. Se jugó con fuego tratando de comprar La Pampilla para restaurar el monopolio estatal de los combustibles y la confianza de los inversionistas nunca más se recuperó. Se quiso controlar la bancada parlamentaria con el desplante monárquico y la mayoría se convirtió en minoría en el Legislativo. Impericia, soberbia y autoritarismo crearon la fórmula de un gobierno que hoy parece arrinconado.
En todo caso, gigantesca lección para la política. La democracia peruana avanza hacia su cuarto proceso electoral sin interrupciones y, no obstante la crisis de los partidos y la desaprobación de las instituciones, algunas cosas están cambiando en el quehacer público y de la sociedad. Una de ellas es que el estilo autoritario y aristocrático no va más. La democracia tiene hoy nombres y apellidos plebeyos y semejante identidad obliga a asumir los usos y costumbres libertarios en el ejercicio del poder.
Por Víctor Andrés Ponce
22 - oct - 2014
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