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La victoria cultural del comunismo en Chile

Luego de Lenin y Mao, ¿emerge un nuevo paradigma revolucionario?

La victoria cultural del comunismo en Chile
Víctor Andrés Ponce
19 de diciembre del 2021


Al cierre de esta edición, cuando se habían contabilizado más del 92% de las mesas en la elección nacional de Chile, el candidato de la izquierda comunista, Gabriel Boric, vinculado al Foro de Sao Paulo y al Grupo de Puebla, era elegido como presidente del país del sur. José Antonio Kast, el candidato de la derecha, apenas lograba el 44% de las adhesiones. 

A esas alturas, pues, estadísticamente todo estaba consumado: el comunismo había llegado al poder por la vía electoral en Chile. Pero la victoria no se explica por el sufragio, sino por todas las guerras culturales y batallas ganadas por el comunismo y el progresismo en Chile.

Conocido el resultado, emergía la pregunta inevitable: ¿cómo es posible que el país con el ingreso per cápita más alto en América Latina y con una población en pobreza debajo del 8% opte por un sistema político comunista? La respuesta sigue siendo una sola: el triunfo de la guerra cultural de la izquierda en todos los niveles.

No obstante que los chilenos eran la sociedad de la región con menos pobreza, con más clases medias extendidas, siempre creyeron que eran el país más desigual y con más exclusiones. Pese también a tener la mejor educación de América Latina –según todos los rankings internacionales– grandes sectores marcharon y quemaron el centro de Santiago exigiendo “una educación inclusiva”. Gran parte de la juventud chilena –no obstante residir en Chile, de disfrutar del acogedor Santiago– quería vivir en Cuba, en La Habana.

La victoria comunista en la guerra cultural en Chile es tan consistente que el candidato José Antonio Kast tuvo que arriar banderas y programas para dirigirse al centro. Aceptó incluso no cuestionar una norma tan polémica como la ley del aborto si es que la mayoría la respaldaba. En otras palabras, lo que pretendemos señalar es que si Chile tiene un presidente comunista y, en unos meses, seguramente –todo parece indicarlo– tendrá una constitución colectivista, no es un asunto arbitrario. No es una circunstancia excepcional.

El triunfo de la izquierda chilena organiza un nuevo paradigma de la revolución comunista mundial. En la mayoría colectivista del sur se expresa el intenso y serio trabajo cultural de la Escuela Marxista de Frankfurt, de las teorías de la hegemonía cultural de Gramsci y de las corrientes deconstruccionistas del marxismo francés. Es la llegada al poder del marxismo cultural, que convierte a la teoría leninista del asalto del poder de Lenin y a la de la guerra popular prolongada de Mao en estrategias obsoletas en el siglo XXI.

Pero también es la derrota de una derecha chilena que creyó que defender el modelo, la economía de mercado y los tratados internacionales era suficiente para preservar la libertad. Una derecha que parecía marxista de viejo cuño: estaba convencida en el determinismo económico, en que la defensa de la estructura económica bastaba para explicar la superestructura cultural. Una derecha y unos gerentes de corporaciones que solían hablar con el estribillo del “ellos y ellas” para no ruborizarse frente a la hegemonía cultural marxista. Una derecha que solía pedirle permiso a la izquierda para formular sus propuestas.

El desenlace de Chile nos enseña que la libertad económica, la propiedad privada y las libertades de mercado solo son consecuencias de la libertad a secas o de la libertad en general. Cuando solo se defiende la economía y se olvida las grandes batallas que desarrollaron los grandes arquitectos de Occidente se ignora que, sin filosofía, sin historia, sin humanidades, la sociedad de la libertad es deconstruida. Y de repente, contemplamos a empresarios y autoridades cultivando el lenguaje inclusivo que los enterrará, tal como acaba de suceder en Chile.

Víctor Andrés Ponce
19 de diciembre del 2021

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